PLASTICA › MUSEO SIVORI: PINTURAS Y DIBUJOS DE MARCIA SCHVARTZ JOVEN
Una larga serie de retratos, tan crudos como impiadosos, permiten asomarse a la obra que la gran pintora realizó en 1975-85, en Buenos Aires y en su exilio en Barcelona.
› Por Fabián Lebenglik
La muestra Marcia Schvartz JP (Joven Pintora) que se exhibe en estos días en el Museo Sívori abarca una década clave en la pintura de la artista y en la historia argentina (1975-1985), porque incluye la última dictadura y el período posdictatorial en el que comenzó la lenta recuperación democrática. Por otra parte, es una exposición sobre tiempos y etapas que se fueron para siempre. La JP del título no sólo es la abreviatura de la joven pintora que Marcia Schvartz (nacida en 1955) era en aquellos años, sino una alusión a un modo de militancia apasionada e ingenua que se ha ido como se va la juventud.
Buena parte de la obra exhibida en la muestra, casi todos retratos, fueron pintados por MS durante su exilio en Barcelona (1976-1982), en el que la pintora consolidó su mirada y su obra, siempre críticas. A su vez, las fechas del exilio coinciden con el traumático posfranquismo español.
Toda una galería de personajes y situaciones del mundo de la artista, que frecuentó siempre con una mirada que al mismo tiempo revela compromiso vital y distancia crítica. De la pintura de MS se deduce notoriamente una ética alrededor del valor de lo popular y las minorías. Pero no habría que confundir su mirada con la de la corrección política. La pintora no es condescendiente con sus retratados y su mundo ni lo retrata por razones simplemente ideológicas: la visión es crítica y va de la ternura a la abyección. Parte de la potencia pictórica de la obra de Marcia Schvartz resulta de su reivindicación de un género como el retrato, que en los círculos de poder artístico había caído en el desprestigio. MS nunca eligió seguir las modas internacionales, y en este punto el género del retrato le permitió no sólo poner en juego su capacidad para interpretar al otro, sino también afirmar los valores pictóricos –en sentido técnico–: los grados de luz y sombra, claridad y oscuridad; mezcla, pureza y saturación del color, así como de la relación de la luz y el color con el plano, el volumen y el espacio. La figura humana, el modelo vivo, incluye todas estas posibilidades.
La exposición se abre con un par de retratos fotográficos de Marcia, tomados por el argentino residente en Barcelona Humberto Rivas, uno de los amigos y guías de la pintora en España. El propio Rivas –como gran fotógrafo retratista– le permitió a la pintora subir su apuesta por el retrato.
En las pinturas por las que desfila un mundo y submundo de personajes y actitudes siempre surge la tensión de los gestos, músculos y movimientos. La crispación del color, las muecas y miradas. Las asimetrías de los rostros y las bocas y dentaduras, las deformaciones que surgen ante una observación minuciosa y una mirada impiadosa.
Los retratos de MS siempre amplían y cuestionan el espectro del gusto: bueno, malo, propio y ajeno. A la agudeza de la mirada y la audacia del color, se agrega la relación determinante con el dibujo. En buena parte de los retratos la cualidad dibujística es central y eso se puede ver no sólo en sus óleos y pasteles sino, por supuesto, en la serie de dibujos, donde se percibe, de manera desnuda, la tensión entre las líneas. En varias pinturas agrega materiales que juegan con la verosimilitud y el realismo por vía del kitsch.
Los retratos de MS no sólo “dicen” sobre sus retratados, que uno a uno van constituyendo un recorte sociológico. En todo caso, sus retratos resultan elocuentes respecto de la propia pintura y sus tensiones, en una época en que no sólo el retrato en particular, sino la pintura en general, estaba en “baja”. Los retratos pintados de Marcia Schvartz, a partir de su potencia y repercusión, abrieron las puertas para que muchos otros artistas se dedicaran al género sin vergüenza.
La empatía ideológica y conceptual de la artista con la tradición pictórica argentina es especialmente fuerte: Spilimbergo, Berni y pintores que surgieron en los sesenta, como Gorriarena, Alonso y De la Vega. De todos modos, MS no suele buscar sus modelos entre contemporáneos, sino que su ojo mira hacia la historia del arte.
En la enorme galería de retratos que se despliega en el Sívori, se pueden ver distintas variantes. En algunos cuadros se insinúa un ambiente, una puesta en escena: interiores, bares, zaguanes, estaciones de trenes, plazas, pizzerías, rincones urbanos, balcones, colectivos, intimidades. En otros retratos, en cambio, va directo al grano y muestra sólo al retratado, sin más agregados, crudamente. En varios, el género se cruza con la tradición del desnudo, también crudo. La serie muestra cómo la artista al mismo tiempo que pinta (o dibuja) va estudiando y construyendo el género a su manera. A veces las bocas se abren ansiosas, mostrando dentaduras imperfectas. Otras se cierran, mudas. Los retratrados son siempre sometidos a “deformaciones” estilísticas e interpretativas propias de la artista, en su determinación por violentar la paleta, buscar imágenes fuertes, eléctricas y provocativas.
En Buenos Aires o en Barcelona, en la pintura de Marcia el lugar no es necesariamente el estilo, sino que el estilo es una línea de coherencia que acompaña a la artista adonde vaya.
En los autorretratos también resulta impiadosa. Ellos dejan ver que en todos los demás retratados siempre hay algo del autorretrato de la artista. Lo afirma el fallecido coleccionista Alejandro Furlong –cuyo retrato se exhibe en la muestra– en un texto rescatado en el libro editado por Gabriel Levinas que se lanza ahora, junto con la exposición, con un excelente ensayo de Laura Malosetti Costa: “Eras flaca, huesuda. Vos misma parecías un retrato tuyo. Nos hacías parecer a vos en los retratos, resaltás las sombras, los contrastes. Usás el color crudo”. En este sentido, la noción de autorretrato excede al género, porque lo autobiográfico no sólo debe entenderse como la transformación visual de un relato en imágenes que evocan la vida cotidiana de la propia artista, sino además como la puesta en imagen de un modo de ver el mundo.
En la contratapa del libro Marcia Schvartz Joven Pintora, Carlos Gorriarena define la pintura de MS: “Discépolo la hubiera amado. Quizás Gutiérrez Solana le diría ‘cuídate niña de los ideólogos que tratan de cambiar el mundo para mejor... ¿Qué pintarías entonces?’. Antonio Berni cavila ante ese aire ‘rasposo’ que atraviesa sus telas, sus colores. Han pasado los años pero aquella desesperanza, aquel ‘sin confesión y sin fe’ de los que lloran la Biblia junto al calefón, se ha instalado nuevamente como un oscuro, raído, destartalado pájaro, en las regiones del Plata. Pero ya nada es igual. Una desdibujada línea rodea, enlaza a algunos hijos de los poderosos con algunos hijos de los ‘proletas’. Ellos curten una imaginaria cultura en la que desmoronados travestis, promiscuos adictos emergen como desolados símbolos de una locura. En ese lugar ubica su caballete Marcia Schvartz”.
(En el Museo Sívori, Avenida Infanta Isabel 555, frente al Rosedal; hasta el 15 de octubre; martes a viernes de 12 a 18; sábados, domingos y feriados, de 10 a 18. A partir de octubre se amplía el horario hasta las 20.)
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