PLASTICA › A LOS 72 AÑOS, MURIO CARLOS NINE, UN ARTISTA IRREPETIBLE
Tuvo una mirada y una concepción de las formas tan personal que le permitieron forjar un estilo irrepetible, reconocible de inmediato. Admirado en la Argentina y en el exterior, Nine fue el más plástico de los historietistas y, a la vez, un artista que desdeñaba el elitismo.
› Por Andrés Valenzuela
Le gustaba recordar que una página de historieta francobelga era más cara que la más cotizada de las obras plásticas argentinas. Con esa chicana recurrente, Carlos Nine solía criticar las actitudes elitistas del mundillo “de los pintores de caballete”. Paradójicamente, Nine era también el más plástico de los historietistas e ilustradores nacionales, por formación académica, por acercamiento a la obra y por erudición. Tenía una mirada y una concepción de las formas muy personal y un estilo inconfundible. Falleció ayer pasado el mediodía (lo velaban anoche en Pelliza 3285, Olivos), con 72 años y muchas páginas por hacer. Porque era de esos que siempre tenía varios proyectos por delante: un libro que terminar, unos originales que rehacer, algún encargo que cubrir para el extranjero. Dejó, en cambio, una pila de libros exquisitos: Fantagas, Keko el mago, Gesta Dei, El patito Saubón (cuya edición nacional se esperaba para este año o el siguiente), el reciente Informe visual de Buenos Aires y sus alrededores, y muchos más entre historietas e ilustraciones. El año pasado ilustró los fascículos coleccionables de Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoievski, que había publicado Página/12.
Llevaba a todos lados su pasión por el arte. Incluso su propia casa en el conurbano bonaerense tenía reminiscencias de las viejas estaciones de trenes, atendiendo su infancia con padre ferroviario. Dicen muchos de sus allegados que era cabrón. Y quizás fuese verdad. Lo cierto es que no tenía pelos en la lengua y era mordaz como pocos a la hora de la crítica, incluso a sus amigos y colegas más cercanos. Pero a la vez, cuando alguien le había caído bien, podía ser divertido y se mostraba dispuesto a charlar del universo.
Una de sus últimas apariciones públicas fue en la última Feria del Libro de Buenos Aires, justamente para presentar Informe visual de Buenos Aires... Allí ofreció una charla magistral junto a sus colegas y amigos Daniel Santoro y Lolo Amengual, con quienes recorrieron varios de los temas que a Nine más le interesaban: su pasión por las artes gráficas, su desprecio por la crítica de arte endogámica, su amor por el Racing Club de Avellaneda, su atención al devenir político del país y más. “Me atrevería a decir que en Nine la forma genera el espacio, ahí hay un trasfondo cubista, donde la forma al generarse crea su propio espacio, no hay un espacio tradicional con un punto de fuga lejano sobre cuyo escenario podemos colocar los personajes. Nine es un contemporáneo, herencia de Cezanne y el cubismo”, analizó en esa ocasión Santoro. Y el propio Nine le daba la razón. Se consideraba un dibujante “abstracto”.
En una entrevista para el portal Cuadritos, periodismo de historieta, lo explicaba así: “¿Viste que siempre hay una especie de lucha falsa entre lo abstracto y lo figurativo? Bueno, mi idea es que todo es abstracto. Que lo figurativo es una alusión a una realidad, pero que tampoco hay una realidad. Por lo tanto toda la pintura es abstracta. Si tenés eso claro y no sos un tipo primitivo, ya no te preocupás más por la nariz y esas cosas. Vos hacés formas. No tenés tanta presión para hacer una nariz ‘como tiene que ser’ porque nunca la vas a poder hacer. Son dibujos y son abstractos. Entonces podés deformar, agrandar, achicar. Que es lo que hacen todos los pintores. Eso te quita toda responsabilidad en torno al realismo, pero no te la quita en torno a la verosimilitud, que es otro problema. Yo deformo todo, pero lo que hago es creíble porque obedece a las leyes de luz y sombra, como un clásico. Yo estoy pintando un bicho pero lo ilumino como Velázquez, Caravaggio, entonces eso da una sensación de incomodidad, porque lo deformado parece que tiene peso, ropa, seda”.
Con frecuencia se señalan los puntos de contacto entre el tratamiento gráfico de Nine y el que realizaban los surrealistas. Incluso, muchas de sus historias parecen atravesadas por esa corriente artística. Sin embargo, él no se sentía particularmente ligado a ellos ni utilizaba sus métodos creativos. Al respecto, el historietista explicaba que “no es porque me los puse a estudiar, ¿eh? Se ve que hay gente que nace surrealista, así como otra gente nace hiperrealista, o cabalmente racional. Yo cuando me tengo que definir digo que soy un tipo superficial. Cosa que suena raro porque yo no creo que piense superficial, sino profundamente, pero a la vez creo que soy un tipo muy superficial. Sucede que de lo externo, de la superficie de las cosas, extraigo los datos necesarios para saber qué hay atrás. No quiero que el tipo me hable tanto. Prefiero mirarlo y sé que la voy a embocar. Porque el aspecto exterior de los elementos, de las personas, te dan –si vos sos un tipo que ve y no solamente mira– datos todo el tiempo. Por eso los surrealistas le daban un pelota grande a las formas. Todo tenía un significado simbólico, pero a partir de lo formal, de la superficie de las cosas”.
Ese tratamiento puede verse en toda su obra, independientemente de los enfoques y acercamientos que en un momento u otro Nine intentara para la obra de turno. En las portadas de Humor, en los delirantes Humberto y Garrapié que publicaba en la revista infantil Humi, en sus historietas para adultos y en sus representaciones de la pampa argentina o el oeste norteamericano. Todos sus dibujos eran de otro universo, pero sin abandonar el verosímil: “algo de eso utilicé en las caricaturas que hacía en Humor. Que nunca me gustó hacer caricaturas, pero yo trataba que cumplieran con los requisitos de las arrugas de la piel, los pliegues, para que eso que no era real fuera verosímil. Y después lo apliqué con los monstruos que inventaba. Me acuerdo que cuando hacía Humberto y Garrapié me encontré con pibes, ya adolescentes o jóvenes, que habían leído esa historieta y les producía pesadillas. Porque eran bichos, pero realistas. Cuando uno dibuja para niños dibuja simple, claro y alegre, y estos dos bichos eran medio erráticos”.
Muchos de sus fanáticos lo seguían desde entonces. Si en Argentina presentaba un libro o daba una charla, el lleno de la sala estaba prácticamente asegurado. Afuera del país su nombre era admirado. Muchas comiquerías francesas tienen bateas exclusivas para su obra y Nine siempre reconocía la calidad y el empeño que ponían sus editores galos para llevarlo a imprenta. Su fama se extendía incluso a espacios insospechados. Una anécdota pinta la situación. Sucedió en el festival internacional de historietas Crack Bang Boom, que se hace todos los años en Rosario y que lo invitó en 2013. Allí coincidió con muchos colegas, entre ellos, el norteamericano Paul Pope, estrella internacional del comic y uno de los pocos autores occidentales en publicar en una editorial de manga en Japón. Y mientras todos corrían tras el estadounidense, Pope se acercó balbuceando: “¿Mr. Nine? Oh, God, I’m such a big fan” (“Señor Nine, oh Gios, soy un gran admirador”).
Nine tenía muchos premios. En Argentina recibió el Konex de Platino en la categoría “ilustración”, en 2012, pero también ganó un Clío en Nueva York (1993), el Caran D’Ache en Roma (1995) y el de mejor autor extranjero traducido en Francia en Angouleme (2001). Pero había uno que recordaba con particular orgullo: el de la Escuela Panamericana de Artes, de 1993. En esa ocasión la mítica institución había llamado a un concurso en torno a La Gioconda, que era parte de su imagen. Y en un fallo dividido, con todos los críticos de la academia pugnando por premiar a Polesello, él se llevó el reconocimiento. “Se indignaron, porque les había ganado un tipo que venía de la gráfica”, solía señalar. Eso fue en 1993 y para entonces ya Nine tenía una buena carrera a cuestas y un prestigio que iba mucho más allá de los premios.
Publicó en revistas de Europa, Estados Unidos y Argentina, como Fierro. También colaboró con diarios y revistas, como Sur, La Nación, Clarín, Le Monde (Francia), The New Yorker o The New York Times (Estados Unidos) y realizó innumerables exposiciones individuales en Argentina y el exterior.
En los años por venir será difícil trazar su legado. Su camino estético y estilístico sigue en su hijo Lucas –de quien Carlos hablaba con genuino orgullo y destacaba que llevaba sus propias ideas a extremos que a él no se le hubieran ocurrido–, pero es difícil encontrar otros autores dispuestos a volcarse a propuestas de ese calibre. Lo que queda es una enseñanza mucho más sutil, su llamado a respetar a los artistas y la historia del arte gráfico argentino, su esfuerzo por demoler vacas sagradas y todas las ideas sobre imagen, forma y comunicación, que seguramente aparecerán de algún modo en la obra de todos sus seguidores.
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