Mar 25.10.2016
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PLASTICA › LILIANA GOLUBINSKY: LIBRO Y EXPOSICIóN

Batallas de la pintura

La pintora está presentando una exposición en la galería Rubbers al mismo tiempo que se lanza un libro en el que recorre los últimos veinte años de su producción artística.

› Por Rodrigo Alonso *

A medida que avanza el primer decenio del siglo veintiuno, Liliana Golubinsky va desarrollando y perfeccionando una forma de composición heterogénea, compleja y abigarrada. Las telas se pueblan de numerosos personajes que se aglutinan en masas informes, y que transmiten el sentido del anonimato propio de las grandes extensiones humanas. En su interior, los individuos aparecen ocupados en actividades simultáneas e incongruentes. Cada uno en su propio mundo, con poca percepción sobre los demás, lleva adelante unas tareas que no parecen aportar al beneficio del conjunto. Así, no hay un verdadero sentido de lo comunitario, sino más bien, una conjunción de soledades reunidas en un espacio - por lo general muy estrecho - que pugnan por encontrar un lugar propio sin lograrlo.

Familia numerosa (2009) es una de las primeras pinturas que exhiben este tipo de estructura. Aquí, personas de diferentes edades se distribuyen en hileras que van ocupando, de manera vertical, la totalidad del cuadro. Entre ellas, hay niñas escolares, madres con bebés, señoras y señores, chicos y adultos, retratados de frente y de perfil, y en las actitudes más diversas. Sólo los abuelos se separan del conjunto, generando un espacio singular que contrasta con la uniformidad del resto de la masa.

Sobre la base de esta estructura compositiva, Golubinsky ensaya una multiplicidad de soluciones que enriquecen su trabajo. A veces es posible identificar a cada uno de los personajes que integran una multitud –como en el tríptico Pateándola para otro día (2010) o en Todo es frágil (2011)–; otras veces, por el contrario, la masificación alcanza un grado tan elevado, que apenas se distinguen algunos rasgos desdibujados de rostros perdidos –como en Mi mundo y el mío (2012), por ejemplo–. A veces, las figuras se distribuyen libremente sobre un espacio diáfano logrando retener cierta identidad –como en Mi agüita (2012)–; otras veces, las muchedumbres son confinadas a porciones reducidas del espacio pictórico, que contrastan con otros de mayor amplitud y libertad –en Tirame un salvavidas (2012) o El miedo (2013), por ejemplo–. Finalmente, hay ciertas obras en las cuales las figuras se ubican en capas de diferente opacidad, creando un interesante efecto de simultaneidad –Día de campo (2013), por ejemplo–, y otras en las cuales los rostros que se amontonan generan efectos tridimensionales –como en Desde las sombras (2012)–. Todos estos recursos enaltecen la obra de Golubinsky otorgándole una visualidad siempre renovada.

Esta sumatoria casi compulsiva de criaturas y situaciones induce consecuencias sintácticas y semánticas. Ante todo, promueve el desenvolvimiento de una narrativa no lineal completamente a tono con el mundo contemporáneo. Las nuevas tecnologías nos han acostumbrado a distribuir la atención en informaciones instantáneas y simultáneas, que instan a construir relatos a partir de inputs parciales o fragmentados. Este tipo de atención es por demás pertinente a los trabajos de Liliana Golubinsky. Aquí, la acción general es el resultado de la adición de los acontecimientos unitarios, aun cuando éstos no sean nunca congruentes. Pero es que incluso esos acontecimientos no son en sí mismos completos. Muchos apenas sugieren lo que son, otros son prácticamente irreconocibles, otros son engañosos. No obstante, reunidos en una totalidad, construyen una atmósfera dramática peculiar que no carece de sentido.

Por otra parte, este tipo de organización visual pone de manifiesto la confluencia de espacios y tiempos simultáneos, que muchas veces son igualmente incongruentes. Es común la inversión espacial: que los automóviles vuelen, que los edificios crezcan por debajo de las personas, que los animales floten patas para arriba, etcétera. También son habituales las distorsiones de escala que provocan un extrañamiento de la representación realista. A veces, las situaciones parecen desarrollarse a diferente velocidad, pero sobre todo, la dislocación temporal se produce en el nivel de la contemplación. Al haber zonas con una concentración de actividades y otras con ausencia de éstas, el espectador se ve obligado a desplazarse visualmente sobre la superficie de la tela a diferentes velocidades, imprimiendo su propio ritmo sobre los universos imaginarios en función de su avidez e intereses.

El trabajo que realiza el ojo del espectador merece una consideración especial. Porque la multiplicidad de estímulos que recibe desde la superficie pictórica lo obliga a mantenerse casi en movimiento permanente. Este movimiento no se produce exclusivamente sobre la bidimensión de la representación plástica, sino también, en una suerte de oscilación continua entre la proximidad y el alejamiento, que permite apreciar la pieza desde diferentes perspectivas. Efectivamente, ésta presenta distinta información visual desde cerca y desde lejos, y es tarea del espectador armonizar esta variedad de puntos de vista en la construcción de una totalidad que posea algún grado de coherencia que lo satisfaga. Este desplazamiento ocular contradice en alguna medida la organización espacial del cuadro. Porque, si bien ésta se articula sobre los ejes cartesianos del ancho y la altura, el ojo del observador circula libremente entre rostros, acciones y objetos que llaman su atención y que inducen una contemplación abierta y libre.

Familia numerosa (2009).

Las acciones individuales que realizan la mayoría de los integrantes de las multitudes que pueblan las obras de Golubinsky, promueven una estructura narrativa basada en microrrelatos. En ocasiones, éstos desintegran por completo la unidad enunciativa para proyectarse en una miríada de situaciones aisladas. En Mi agüita (2012), esto se percibe con claridad. Aquí, los personajes se distribuyen sobre la superficie de la tela, ubicados sobre pequeñas islas que les proveen un lugar propio. En cada una de ellas se llevan adelante las acciones más dispares: una pareja se besa, una mujer riega una casita en miniatura, un marinero es rodeado por barcos y otro mira por un catalejo, un pescador saca un pez del agua y lo coloca en la sartén de un cocinero que habita otra isla, una niña observa su reflejo mientras un señor abandona su sombra. No hay forma de establecer un eje que unifique a todos estos sucesos. Y es que, justamente, esta es la propuesta de la artista: ofrecer una cosmología de seres y acontecimientos que permitan al espectador crear de manera lúdica su propia aproximación a la experiencia artística.

Sin embargo, a través de estas imágenes se desliza la mirada autoral de Golubinsky, una mirada que incomoda, que se sumerge en la profundidad, que señala puntos de conflicto. En Tirame un salvavidas (2012), un amplio sector de la tela exhibe una carrera de rodados mientras en los sectores laterales derecho e inferior se apiña el público asistente. Pero visto desde cerca, se percibe que el público no está prestando atención a la disputa deportiva. Hay una mujer desnuda y un hombre que pareciera cantarle una serenata. Otra mujer baila una danza. Hay parejas que se besan y un hombre que esgrime un garrote. Hay, incluso, un busto de un prócer, pájaros, perros y otros animales [...] Pero nadie presta atención a la carrera.

* Profesor y curador independiente. Fragmento del ensayo incluido en el libro Liliana Golubinsky - Pinturas, que acaba de publicarse. La exposición de pinturas de Golubinsky continúa hasta fin de mes en la galería Rubbers (Alvear 1595).

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