Mar 26.12.2006
espectaculos

PLASTICA › MUESTRA DE ANA GALLARDO EN LA GALERIA ALBERTO SENDROS

Historias de amor en el tiempo

El paso del tiempo, los relatos de amores y desamores propios y ajenos y los cuestionamientos hacia el interior del mundo del arte, en la nueva muestra de Ana Gallardo.

› Por Fabián Lebenglik

La nueva muestra de Ana Gallardo (1958) crece y trepa por las paredes; prolifera, se ramifica, se sirve de los muros para avanzar en todas las direcciones. Por eso lleva el título de La hiedra. Pero también porque la hiedra es “la enamorada del muro”: así, las piezas exhibidas por la artista se adhieren al muro de distintas maneras, en diálogos que suponen una cadena de complicidades, anuencias y deseos compartidos, los cuales Gallardo cifra en el tema del amor y el enamoramiento.

La artista presenta una exposición en dos entregas simultáneas: por una parte invitó de manera abierta a sus colegas y amigos a contar sus respectivas historias de amor y a tapizar con ellas algunas zonas de la galería. Por la otra exhibe el resultado de una serie de encuentros con cinco mujeres –tres de más de setenta años, dos que están en sus cuarentas– con las que conversó largamente sobre determinados amores en sus vidas.

La primera “entrega” –la de los artistas que aportaron sus historias– reúne en las paredes objetos, cartas, prendas de vestir, servilletas escritas, souvenirs, fetiches, frases, repisas, frascos, cuadritos, fotos, un celular roto, flores secas, diálogos por correo electrónico, dibujos, reliquias... hasta las cenizas de un primer amor –atesoradas en una cajita pintada–.

Los variadísimos y múltiples aportes de sus amigos y colegas –especialmente mujeres que cuentan sus historias de amor– cubren las paredes con relatos generalmente pudorosos, nostálgicos, casi melancólicos, sobre amores pasados o presentes (o sobre el pasado de amores presentes). “La enamorada del muro –le dice Ana Gallardo a la curadora Victoria Noorthoorn, en un texto introductorio para la muestra– no puede crecer de otra forma que como un parásito. Necesita de la pared para alimentarse.” Esta apropiación de relatos ajenos conformarían una actitud parasitaria según confiesa Gallardo, pero al mismo revelan a través de los otros las inquietudes y preguntas que se hace la propia artista. Es evidente que más allá del tema en cuestión, la artista se interroga por la noción de autoría, largamente en crisis en los últimos años.

Aquí la intimidad se exhibe como un continuo en el que se pasa de un relato a otro, pero al mismo tiempo pareciera que se cuenta siempre la misma historia, el mismo desplazamiento, el mismo deseo del otro, las armonías, tensiones, rupturas a lo largo del tiempo.

Roberto Jacoby, Gerardo Echeverría, Eugenia Calvo, Melina Berkenwald, Xil Buffone, Alejandra Fernández, Guillermo Iuso, Patricia Rizzo, Mariela Scafati, Ana Parga, Román Vitali, Fernanda Laguna, Catalina León, Viviana Usubiaga y Esteban Pastorino, entre muchos otros, muestran al visitante sus relatos (visuales y escritos), así como revelan parte de su intimidad con una mirada entre generosa y perversa. Algunos exponen una suerte de arqueología de las relaciones, sus huellas más reconocibles –objetos originales rescatados, como testimonio y prueba–, otros reconstruyen sus historias, algunos las recrean o reinventan, otros producen una obra/relato a propósito para sumarse a las ramificaciones de La hiedra.

“Hablo de mi vida –sigue Gallardo–, de mis tristezas, de mis angustias, de mis alegrías. Pongo mi cuerpo y de eso se desprende todo lo demás. En mis trabajos siempre hablé de las cosas que me preocupan, me dan tristeza o me producen temor, pero no puedo pretender hacer patria o hablar por los demás. Busco aprender cómo plantarme frente a una nueva situación de vida: la vejez.”

Para atisbar ese futuro la artista conversó largamente con varias mujeres a las que interrogó sobre sus amores. De allí surgieron, de a poco, muy delicadamente, relatos conmovedores, fijados generalmente en el primer amor adolescente; luego desengaños, la inevitable melancolía de estar en un cuerpo y no poder ser otra, salvo en el terreno de la ficción y la imaginación. Cada una generó un mundo propio: los relatos avanzan retrospectivamente hasta un pasado que se ubica en la etapa adolescente: luego de un encuentro fugaz y una promesa incumplida, una de ellas dedicó su vida a cantar vocacionalmente, en especial ópera, y nunca más se enamoró de un hombre. Como evocación de este relato, Gallardo exhibe en la sala una síntesis ploteada y muy escueta de la historia de esta mujer y un par de reproductores de cd, con auriculares en los que se escucha un fragmento de Madama Butterfly cantado por su entrevistada en una vieja grabación privada.

Otra historia cuenta cómo una vez, siendo jovencita la entrevistada, se cosió un vestido para impresionar a su joven amado. Para él todo el episodio –y el vestido– pasaron inadvertidos. En este caso Gallardo cosió para la exposición un vestido similar, siguiendo las indicaciones de su entrevistada y lo colgó en el medio de la sala para que se agite con el paso de los visitantes.

Otra historia cuenta el caso de una alumna enamorada de su profesor –casi cuarenta años mayor– y de una espera que llevó la duración completa del colegio secundario hasta lograr la atención del profesor y convertirse en pareja. Ahora, después de muchos años siguen juntos (ella tiene 44 y el, más de ochenta) y ella comenzó a pintar (en cierto modo como resultado de sus conversaciones con la artista) para homenajear a su compañero en distintas actitudes, especialmente de niñez y juventud. Y así siguen los relatos.

Junto con las reflexiones dolorosas y conmovedoras sobre el amor, el paso del tiempo, el deterioro del cuerpo, la melancolía por el tiempo irrecuperable y por el cuerpo de juventud; la mezcla de admiración y envidia por los cuerpos jóvenes; la reflexión sobre el proceso de enamoramiento y, más tarde, sobre la crueldad con que la sociedad juzga especialmente el cuerpo de las mujeres: sobre todo esto habla Ana Gallardo a través de los relatos ajenos que terminan por volverse propios.

Pero esto lo hace de un modo que sintoniza por completo con las reflexiones más actuales del campo artístico.

En este sentido, la puesta en escena de Gallardo puede explicarse en parte a través del recientemente publicado en castellano Estética relacional, de Nicolas Bourriaud. En este libro el teórico francés postula el surgimiento de un conjunto de prácticas artísticas que toman como punto de partida teórico y práctico el conjunto de las relaciones humanas y su contexto social, más que un espacio autónomo y privativo. Así, la estética relacional sería la teoría que consiste en analizar las obras de arte en función de las relaciones humanas que figuran, producen o suscitan.

El autor francés arriesga que la globalización del capitalismo supone que aquello que no se puede comercializar está destinado a desaparecer y que las relaciones entre las personas tienden a limitarse al intercambio entre cliente y proveedor, a aquellos intercambios donde media el dinero. De modo que como los lazos sociales se han estandarizado y mercantilizado, el arte deber ser un laboratorio social para torcer tales mandatos del poder: así, contra este dominio, las relaciones humanas se ven obligadas a tomar formas extremas o clandestinas, para escapar del imperio de lo previsible y reglado.

El territorio artístico sería aquel terreno rico en experimentaciones sociales. Ya no hay utopías, ni heroísmo, sino pequeños logros, nuevos contactos, nuevas formas de relacionarse, formas alternativas de participación, de amistad, de intercambio.

La obra de arte, según el crítico francés, se presenta ahora como una duración a experimentar y no sólo como un objeto determinado a apreciar. En el caso de Gallardo, desde que comienza sus entrevistas o cuando lanza entre sus colegas y amigos la propuesta de contar historias de amor, ya se experimenta –en su duración– lo artístico. En ese acercamiento comienza la manipulación de las formas que es propio de la condición artística.

En este punto, el arte sería un estado de encuentro, de nueva sociabilidad, en combate con las formas más estandarizadas que se imponen como reflejo de las relaciones mercantiles.

Según explica Bourriaud en su Estética relacional, la historia del arte, luego de desechar su inscripción arcaica –la comunicación con lo divino–, puede ser leída como una exploración de las relaciones entre el hombre y el mundo. En este punto, el arte sería un modo de producir relaciones con el mundo, mediatizadas por una suerte de objetos y prácticas específicos.

Hace tiempo que Ana Gallardo viene haciendo de sus interrogantes más íntimamente profundos y angustiantes su propia obra y de esto se desprende toda una producción que supone un modo de conocimiento que busca comprender los procesos vitales y sociales que se vienen. (En la galería Alberto Sendrós, pasaje Tres Sargentos 359, hasta fin de año).

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