PLASTICA › PABLO SIQUIER Y GUILLERMO IUSO EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
En su nueva muestra, Pablo Siquier pone en práctica una imposibilidad conceptual: sistematizar el caos. Por su lado, Guillermo Iuso avanza en su existencialismo residual.
› Por Fabián Lebenglik
¿Es posible sistematizar el caos? Pareciera que se trata de una imposibilidad conceptual. De hacerlo, se estaría dentro de una contradicción absoluta.
Cuando hay un cuerpo de obra que luce tan redondo y cerrado, tal vez tan impenetrable como el de Siquier, la pregunta que surge –ávida como un impulso inherente al deseo de ver más, de saber más, que todos expresamos de algún modo– es: ¿Cómo seguirá esto? ¿Cuál será el próximo paso? Porque a medida que el artista avanza en su “sistema visual” cada vez más complejo, va restringiendo y especificando el camino que le queda por delante.
El itinerario futuro, el camino que seguirá la obra –suponiéndola un todo orgánico, como una matriz en desarrollo–, sólo lo puede concebir y realizar el propio artista.
Acaba de inaugurarse una nueva exposición de Pablo Siquier y por lo tanto el paso siguiente está a la vista de todos. Al fin llegó ese paso –sutil y significativo al mismo tiempo– que permite suponer, tentativamente, cómo sigue aquello.
La obra de Siquier supone mecanismos obsesivos de planificación y control que generan la ilusión del plan perfecto, como si el azar y el caos fueran la antinomia absoluta de este cuerpo de obra. Salta a la vista el virtuosismo, la exactitud, pero también, como comenzó a verse en sus carbonillas, aparecía el caos incipiente, el virus del trazo desquiciado, el rumbo abierto a la huella de la manualidad, al rastro humano, a las marcas de un sujeto que respira detrás de sus obras.
Su obra luce como el resultado de las proyecciones de sombras de objetos corpóreos, tales como las molduras y los contornos que parecían inspirar tempranamente al artista.
Desde sus inicios, Siquier realiza pinturas y dibujos herederos de un legado de estilos geométricos, de una distorsionada simplificación del pop, de un resumen formal de diseños que toman como fuente los de las parrillas de los autos, las radios antiguas, los frontispicios de ciertas construcciones porteñas, los planos de estadios deportivos, etc. Siempre la matriz del diseño y arquitectónica –los espacios proyectados– parece funcionar como principio constructivo.
Y esa matriz fue haciéndose cada vez más compleja, sugiriendo incluso la autogeneración por software y la consiguiente ausencia del sujeto. Sin embargo, aquella huella abierta por las carbonillas amplió el espectro a través de la inclusión de lo contingente.
La nueva muestra del artista incluye cinco acrílicos sobre tela de gran formato que dan otra vuelta de tuerca sobre la relación entre caos y orden. Si en las carbonillas de sus muestras anteriores la propia materialidad de las obras llevaba a pensar en el contacto de la mano y en la imperfección del trazo, la nueva serie de pinturas incorpora lo caótico al plan, dando la impresión de que todo lo que se ve, incluso la generación del caos, es el efecto de una planificación milimétrica.
Como escribe Sergio Baur en el catálogo, “en sentido estético estas estructuras geométricas existen en la proyección virtual de sus sombras y en la explicación filosófica del movimiento de los cuerpos naturales y artificiales –recurriendo a Hobbes– son quizá la exigencia de prolongación del geometrismo-mecanicista.
Breve y fragmentada es toda aspiración que filtra los contenidos de la memoria. Las nuevas estructuras de Siquier apelan al principio de la simetría axial, pero la coincidencia de los puntos se desliza aquí a la coincidencia de sus sombras. En ese mecanicismo programático que responde según la voluntad de la lógica virtual, no existen las concesiones de las formas, las estructuras se ordenan según las inexorables leyes de la objetividad. Las teorizaciones se vuelven antagónicas, la trayectoria de los desplazamientos geométricos, manipulados.
Sobre cada una de sus nuevas pinturas, que pueden tomarse como complejísimas grillas en las que muchas veces impera la simetría (o distintas simetrías superpuestas, suspendidas), el pintor traza variaciones con líneas de recorrido indeterminado, que atraviesan profusamente aquella grilla “original”. La complejidad es doble, porque ahora el caos queda subsumido en un nuevo orden en el que ambos polos –planificación y contingencia– coexisten y generan tensión creciente.
Como sucedía en las grandes obras que presentó en la muestra antológica del Museo Reina Sofía de Madrid, el efecto es de una visualidad contradictoria, aunque por causas diferentes. Si últimamente cada obra revelaba la recuperación del sujeto en su huella artesanal, ahora ese sujeto se disuelve en un sistema que transforma la huella en un patrón totalizador, de tensiones cerradas, casi abrumadoras.
(En la galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 4 de agosto.)
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