PLASTICA › LA AUTOBIOGRAFIA EN SU MAXIMA POTENCIA
› Por Fabián Lebenglik
La muestra de Guillermo Iuso da vueltas obsesivamente alrededor de un registro autobiográfico, en clave existencial. El artista, una especie de existencialista residual, de beat generation en versión pampeana –como si se le inyectara conciencia parlante a cualquiera de los casos que conforma el universo de Gran Hermano–, genera relatos a veces divertidísimos y a veces muy aburridos, sobre piezas que cada vez se vuelven más objetuales.
Si sus trabajos siempre tuvieron la apariencia de cuadros sinópticos, listados y diagramas, al modo de fragmentos de un diario íntimo, ahora lucen un recorte más preciso, bastante más “adecentado” que en su obra anterior. Como si el cambio de galería (de Braga Menéndez a Ruth Benzacar) implicara un público más pudoroso. Sus textos van de lo vergonzante a lo desopilante, del autoelogio a la autoindulgencia.
En Iuso, el cuerpo del artista (autodefiniciones, autorretratos fotográficos, vivencias íntimas y especulaciones sobre la vida) se muestra como una máquina en estado de necesidad.
Su obra, sus objetos y pastiches –que cada vez revelan un mayor cuidado formal y una estetización más manierista– con textos inscriptos, suponen la compulsión del cuerpo a la acción, al consumo, al derroche. Es un cuerpo que busca perderse.
Hay un delirante y obsesivo “yo” omnipresente que señala, consigna, registra, describe, filosofa, murmura, relata, categoriza y va historiando su vida en una suerte de narración egolátrica fragmentaria.
Del mismo modo que para cierta clase anacrónica la transformación de sus hijos en “artistas” supone la confirmación del fracaso de clase y del imperio del ocio, la práctica artística según Iuso supone un lugar descentrado, desclasado e improductivo. La condición artística, en el caso del personaje inventado/narrado por Iuso, no surge como elección, sino como descarte, como quien probó todo y eligió lo más arbitrario y menos medible: la última oportunidad en el abanico de ocupaciones. Lo artístico en Iuso es una especie de licencia impune que pone a prueba muy socarronamente el funcionamiento del sistema.
(En Ruth Benzacar, hasta el 4 de agosto.)
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