Mar 08.04.2008
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PLASTICA › ITINERARIOS DE BENGT OLDENBURG. LA NUEVA MUESTRA DE LEóN FERRARI

Dos potencias decidieron juntarse

Crítico, catedrático, periodista, editor, activista por los derechos humanos, Oldenburg es un escandinavo del mundo, que vuelve y será curador de la nueva muestra de León Ferrari.

› Por Fabián Lebenglik

Bengt Oldenburg nació en Helsinki, Finlandia, en 1927. Estudió en la Konstfackskolan de Estocolmo. Luego en París, en la Ecole Pratique d’Hautes Etudes de la Sorbonne, terminó sus estudios en sociología e historia del arte, donde tuvo a Pierre Francastel como director de tesis y a Braudel como profesor. En aquellos años parisienses, a mediados de la década del cincuenta, conoció a Cortázar y se hicieron amigos. En los años sesenta se radicó en la Argentina, donde vivió durante casi cuatro décadas, interrumpidas por largas ausencias.

En los años setenta comenzó a participar activamente en favor de los derechos humanos. En 1985 obtuvo la cátedra de Historia del Diseño en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. En los años noventa, instalado en España, dictó cursos de posgrado en el Instituto de Estética y Teoría de las Artes y de antropología cultural en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad de Zaragoza.

Además de haber ejercido como corresponsal en América latina del mayor diario sueco, Expressen, Oldenburg se dedicó al periodismo cultural y la crítica de arte durante veinte años en Buenos Aires. Participó de la edición argentina de la revista Vuelta, de Octavio Paz, a mediados de los años ochenta. Aquí fue corresponsal para el diario GHT de Gotemburgo y durante un tiempo se ocupó de la actualidad política en Le Monde, de París. Escribió en el diario La Razón durante la dirección de Timerman y colaboró en la revista española Lápiz, especializada en arte, así como para los diarios El País y Diario 16.

En la década del noventa, en España, fue director propietario de Muchnik Editores y, junto con su mujer Julieta Lionetti, dirige la Editorial Poliedro.

Ahora decidió volver a vivir en la Argentina, donde lo aguarda su primer trabajo local, como curador de la próxima exposición de León Ferrari, que se inaugurará el 22 de abril en la galería Braga Menéndez. Por eso este diálogo.

–¿Cuándo conoció a León Ferrari?

–Con León nos conocemos desde los años sesenta. Siempre estuve cerca de su familia. Nunca perdimos contacto y cuando decido volver porque veo con mucho interés y cariño a esta ciudad, donde Julieta nació y yo me radiqué en los sesenta, seguimos con este largo nexo con algunos amigos. Algunos que ya se fueron, como Povarché (ver aparte), y otros que siguen, como León. Cuando llegué a Buenos Aires, hace poco más de un mes, León me dijo: “Quiero que seas curador de mi próxima muestra: el 22 de abril”. Yo estaba encantado: era como si la ciudad me recibiera con los brazos abiertos.

–¿Ya se asomó a la vida cultural porteña?

–Estoy impresionado. Vi a Kive Staiff y me contó sobre el teatro independiente y sobre el cine que florece. Por cierto que aquí hay problemas, pero veo un panorama muy prometedor.

–¿Cómo será la muestra de León Ferrari?

–León tiene una larga trayectoria, pero me sorprendió cómo se está renovando. El siempre ha sido un gran crítico de la civilización llamada “democrática y cristiana” y anuncia peligros latentes en cosas que parecen de una validez absoluta, imposibles de rechazar: yo creo que lo hace por una bondad innata. La muestra en la galería de Braga Menéndez, Los Músicos, son figuras con instrumentos. El trabaja últimamente con material plástico industrial y lo usa de un modo novedoso. El material brota de un tubo y crea unos efectos sorprendentes: creo que esta muestra será un impacto. Una apertura nueva en su carrera, sobre todo a esta altura. Su León de Oro hace seis meses, en la Bienal de Venecia, me pareció una excelente decisión de jurado. Además de los músicos habrá una mujer con su cacerola, toda pintarrajeada.

–¿Cuál era su actividad en Buenos Aires a fines de los años ochenta y comienzos de los noventa, cuando decide mudarse a Barcelona?

–Aquí dejé una cátedra de Diseño Gráfico en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Había ganado esa cátedra, Historia del Diseño Gráfico, por antecedentes y oposición. Yo daba la primera parte –antigua– y Méndez Mosquera daba la segunda parte –moderna–. Tuve muchos alumnos, estuve muy feliz. Inmediatamente antes de irme del país fui curador del envío argentino para la Bienal de San Pablo de 1989. Desde la Cancillería me había convocado Mario Sabato, que me designó curador para aquella edición. Yo elegí a tres artistas: Alfredo Hlito, Guillermo Kuitca y Duilio Pierri. Ahora que reanudo mi vida aquí, diecinueve años después, vuelvo a ser curador, nuevamente para una muestra de primer nivel: con León Ferrari.

–¿Cómo fueron sus comienzos en la Argentina?

–Yo empecé aquí en la prensa argentina en 1967, en editorial Abril, y a partir de ahí comencé a escribir sobre arte y cultura en la revista Adán, y luego, gracias a Juan Gelman, en Análisis. Hice cosas para Atlántida y luego de algunos viajes a Europa volví cuando Alfonsín asumió. En aquel momento yo estaba haciendo guiones para la televisión sueca. Aquí trabajé en La Razón de Timerman y puedo decir que “elevé” a la fotografía como obra de arte: hice que la fotografía fuera tema de la crítica.

–¿Cuándo comenzó su actividad en favor de los derechos humanos?

–Fue en los años setenta, y eso trajo un hiato en mis actividades usuales. Trabajaba para el mayor diario sueco como corresponsal en América latina. Entrevisté a varias decenas de presidentes. Yo había estado en Chile cuando asumió Allende y en 1973 el embajador sueco en Santiago, Harald Edelstam, antes del golpe y tres meses bajo Pinochet, me pidió que me quedara con él para ayudarlo: él hizo maravillas. Entre esas cosas, él me nombró primer secretario de la embajada y me envió al Estadio Nacional, donde estaban detenidos 54 tupamaros y encabecé un operativo para rescatarlos. Había gente de derechos humanos, un suizo de la Cruz Roja y otra personas. Logramos salvarlos. Pero al día siguiente el comandante del Estadio me hizo llamar y luego de hacerme esperar un buen rato, me increpó duramente: “Usted está ayudando a criminales a escaparse”, me dijo. Yo le respondí que estaba siguiendo protocolos internacionales suscritos por su gobierno. Y él volvió a increparme: “No sé cómo hizo usted, pero esto nunca debería haber pasado”. “Hablemos con Lavandero”, dije yo, “el militar que dio el permiso”. A lo que él me respondió: “Lavandero está muerto”. Yo le dije que no comprendía cómo podría haber muerto, si el día anterior estaba bien. Y él me hizo un gesto, como apoyándose un revólver bajo el mentón. Quedé espantado, muy mal. Luego me enteré de que había sido asesinado en el casino de oficiales. Aquí en la Argentina me dediqué a colaborar con Acnur: di consejos a mucha gente. Y luego visité a León Ferrari durante su exilio en Brasil. Debo decir que me gusta el esfuerzo que se hace aquí por la cuestión de los derechos humanos: para seguir investigando y exponer a los culpables.

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