PLASTICA › LA EXPOSICIóN RETROSPECTIVA DE TAKASHI MURAKAMI EN EL MUSEO DE BROOKLYN
Uno de los más notorios artistas japoneses actuales cruza en su obra la tradición oriental, la occidental y la cultura popular. También hay un toque anti-Disney, porque detrás de la felicidad acecha algo inquietante. La muestra sigue a Frankfurt y Bilbao.
› Por Fabián Lebenglik
Desde Nueva York
Uno de los lugares desde donde mejor se aprecia el imponente paisaje edilicio de Manhattan es Brooklyn. La bella ciudad de Brooklyn está frente a Manhattan y forma parte de Nueva York. Desde aquí, los poderosos bloques macizos de los edificios de la isla de Manhattan lucen todo su volumen corporativo a una distancia prudencial, del otro lado del East River. Un nuevo paradigma de belleza, la belleza corporativa, forma parte también del perfil de numerosos artistas contemporáneos que en sus obras, a través de manifestaciones estéticas, de- sarrollan conceptos corporativos.
El gigantesco Brooklyn Museum, más allá de sus colecciones y patrimonio y de su impresionante edificio, ofrece en estos días una gran retrospectiva de uno de los más notorios e influyentes artistas japoneses de la actualidad: Takashi Murakami. La exposición se titula “©Murakami”, porque en línea con el espíritu neoyorquino de las corporaciones de negocios, este artista nacido en Tokio en 1962, que vive y trabaja entre su ciudad natal y Long Island (Nueva York), logró hacer de su nombre una marca registrada. Y no sólo una marca, sino que a partir de su obra generó una empresa, una corporación (Kakai Kiki Co. Ltd.), que produce su propia obra, representa artistas jóvenes, auspicia una feria de arte en Tokio, produce y promueve merchandising y desarrolla proyectos en colaboración. Por eso, en medio de la exposición, en un espacio intermedio montado como una boutique, entre dos enormes salas del cuarto piso del museo, se incluye una sección de artículos de lujo de Louis Vuitton, con diseños de Murakami.
La retrospectiva ocupa más de seis mil metros cuadrados del Museo y viene de haber sido expuesta en el MOCA, Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles, organizador principal de la exposición. Luego de quedarse tres meses en el Museo de Brooklyn, hasta el 13 de julio, irá el Museo de Arte Moderno de Frankfurt y al Guggenheim de Bilbao.
Takashi Murakami se formó en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio, donde recibió el doctorado en pintura tradicional japonesa. En los años noventa realizó grandes exposiciones individuales como las de la galería Emmanuel Perrotin, en París (1995, luego en 2001 y 2003) y en el Centro de Estudios Curatoriales del Bard College (1999). En el año 2000 mostró su obra en el Centro de Arte contemporáneo P.S.1 de Nueva York, que depende del MoMA. En 2001 presentó una muestra en el Museo de Arte Contemporáneo de Tokio y otra en el Museo de Bellas Artes de Boston. Al año siguiente mostró su obra en la Fundación Cartier de París y en la Serpentine Gallery de Londres. El año pasado presentó una exposición en la galería Gagosian de Nueva York, tal vez la más importante de la ciudad. A partir del año 2000, Murakami también presentó a dibujantes de manga y de animé japoneses que luego se hicieron masivos también fuera de Japón.
La relación con el manga y el animé resulta central en la concepción estética del artista: para él ambos géneros populares representan muy bien la cotidianidad del Japón moderno. Sus modelos artísticos y empresariales son, lógicamente, Andy Warhol y Jeff Koons. De manera que las derivaciones y subproductos del pop forman parte también de la imagen de Murakami. Esto se advierte no sólo en su obra, sino también en el modo en que montó su “corporación” artística y la difusión masiva de su trabajo a través de los medios.
La obra de Murakami evoca y mezcla la tradición occidental y la oriental del arte, y la cultura popular juega en su trabajo un papel central.
Según explica Paul Schimmel, curador jefe del MOCA de Los Angeles y organizador de la retrospectiva, “a través de su carrera, Murakami ha hecho de su legado personal y artístico una conflictiva amalgama de tradiciones japonesas, europeas y norteamericanas. El las ha combinado para desarrollar un estética única que ha generado una proliferación de iconos e imágenes distintivas. Murakami es un artista que tiene la habilidad de sondear la historia del arte, la cultura popular, las corporaciones, fluctuar entre Disney y Louis Vuitton y emprender con habilidad la promoción de su visión artística y cultural a una audiencia global que atraviesa nacionalidades, clases sociales y procedencias étnicas”.
En las piezas del artista el color y las formas son lo primero que llaman la atención del espectador. Un mundo aparentemente brillante y feliz que, sin embargo, hace agua cuando se advierten los detalles. Si bien hay obras completamente optimistas, en general los colores fuertes, las formas esféricas, los personajes mutantes y objetualizados, los héroes y heroínas del manga y el animé que aparecen en sus cuadros y esculturas, así como los autorretratos del artista, revelan situaciones inquietantes cuando el ojo se mete con los detalles: guerras, destrucción, aniquilamientos. Todo un mundo violento y en crisis, un lado oscuro y ominoso, forma parte inesperada de sus trabajos, detrás de formatos amables y risueños, detrás de los primeros planos y de la primera, engañosa, aproximación.
Si bien la muestra llega hasta el presente, se dedica más especialmente a la obra de la década del noventa. En sus trabajos tempranos es donde puede verse el programa estético, cultural y empresarial que serán el núcleo constitutivo de toda su obra posterior.
Una de las piezas más importantes de la exhibición –la monumental escultura “Buda Oval”– no está en el Museo de Brooklyn sino en el Jardín de Escultura de Manhattan (en el 590 de la Avenida Madison). El lugar, situado en el corazón de Manhattan, es un enorme espacio cerrado y acústicamente aislado –inundado de luz gracias a sus gigantescos y altísimos ventanales–, con árboles, arbustos y pájaros en su interior. Un sitio insólitamente apacible, donde el Buda parece meditar a gusto. Esta pieza no pudo ser llevada a Brooklyn por cuestiones de tamaño: es un autorretrato escultórico con caras de Jano, de seis metros de altura, hecho de acero y aluminio y bañado en platino. Se trata de un Buda en actitud meditativa, sentado sobre hojas de loto y un elefante en la base. Esta pieza gigantesca tiene mil detalles inquietantes, pero el conjunto evoca armonía. Una escultura monumental en la que el artista cruza las coordenadas del autorretrato con el icono religioso. El punto de partida de este Buda con forma de huevo fue una cruza del personaje inglés de una canción infantil, Humpty Dumpty, con un personaje del manga japonés, Hyakume, que el artista recuerda de sus lecturas infantiles. A su vez la obra cita varios registros estilísticos de la tradición artística japonesa, especialmente la escultura budista del período Kamakura, que se desarrolló a lo largo de un siglo y medio, entre 1185 y 1333.
En cierto modo su obra es anti-Disney, porque exhibe una armonía cínica y una oscuridad muy poco ingenua. El artista oscila entre al dulzura y la violencia, lo asexuado y el erotismo. Para volver a la muestra del Museo de Brooklyn, allí se ve, por ejemplo, una pareja de esculturas, dos héroes del manga –un hombre y una mujer desnudos a escala real, anatómicamente muy dotados– que están enfrentados. De ellos brotan fluidos envolventes que surgen con ímpetu de su anatomía. Esperma y leche se corporizan, despedidos en chorros helicoidales de varios metros, que luego se reproducen en cuadros laterales de gran formato –en los que se evocan las manchas y chorreaduras–. La pareja supone algo así como la dadora del ADN originario del que nace toda una mitología artística y empresaria.
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