DISCOS › EL TRIBUTO A ANDRéS CHAZARRETA EDITADO POR MELOPEA
A casi cincuenta años de su muerte, el santiagueño es el centro de un homenaje motorizado por Litto Nebbia, que busca recordar su labor incansable para que casi cuatrocientas obras del folklore argentino no se perdieran en la noche de los tiempos.
› Por Cristian Vitale
No es que Andrés Chazarreta “inventó” el folklore argentino. Incluso, casi como a Robert Johnson con el blues del norte, se le reprochó apropiarse de obras ajenas. De viejos temas del cancionero popular criollo, anónimos dada la impronta de una época preindustrial. Fundadas o no las acusaciones, lo concreto es que nadie pudo ni podrá ir contra la importancia medular que este hombre –santiagueño, nacido en 1876 y muerto en 1960– tuvo para el amplio, rico y heterogéneo universo de la cultura nacional. Varios hitos lo abonan: la tozuda labor como difusor del folklore a través de su conjunto de arte nativo, originado en Santiago, diseminado por todo el NOA, y admitido como fundacional –para el status portuario– cuando recaló en el Teatro Politeama de Buenos Aires, el 16 de marzo de 1921. Treinta y cinco artistas, entre músicos y bailarines, que dieron cuenta de que el país era demasiado más que la música de salón, la academia europea y un tango casi naciente. Que existían, también, múltiples ritmos, danzas y subgéneros que ampliaban y enriquecían el mapa: el escondido, el pala pala, el triunfo o la media caña –su proyección– se le debe a él.
Maestro normal, director e inspector de escuelas, músico autodidacta, investigador y aventurero, “bárbaro” para los bravos civilizados, recopilador obsesivo, Chazarreta publicó once álbumes y a él se le atribuye, en tanto compositor o recopilador, la instalación en el imaginario de obras que, de no ser por su labor, hubiesen quedado en el olvido. De entre ellas, casi 400 en total, el siempre movedizo Litto Nebbia rescató un puñado, convocó a varios músicos y armó un disco tributo –Melopea mediante– con la misma intención: evitar que a Chazarreta le pase, por la acción corrosiva del tiempo, lo que a sus incógnitos inspiradores. Y entonces las muestra. A veces, por dos: “La Telesita” –chacarera de Agustín Carabajal publicada en la década del 30– a cargo de César Franov & El vuelo (Gustavo Liamgot + Carlos Rivero), en clave jazzeada. O por el Eduardo Lagos Trío, más folklórica. Y la “Zamba de Vargas”, tal vez la más emblemática de la obra total de Chazarreta, en la versión ortodoxa –solo voz y guitarra– de Atahualpa Yupanqui. U otra, percusiva, renovada, pianística, al mando de Manolo Juárez.
El tester de Nebbia también enfocó hacia otras perlas tal vez menos versionadas, pero igual de importantes para el acervo de la música criolla. Entre ellas “La Arunguita”, una danza quichua abrillantada por la voz de Victoria Díaz y la percusión del infinito Domingo Cura; una climática versión de la bella vidala “Te’i de olvidar”, por el mismo Nebbia y la participación intensiva de un heredero casi directo del maestro: su sobrino Manuel Monroy Chazarreta en “Vidalita del santiagueño”; “7 de abril-Zamba alegre”, junto a Patricio Chazarreta y “Ciudad de Córdoba”, un vals de los ’40 que –según consta en la info del disco– formó parte de una serie de valses dedicados a cada una de las provincias argentinas, casi una síntesis perfecta del andar de Don Andrés. Nebbia, al cabo, no hizo más que volver a poner en su eje lo que todo Santiago dijo cuando Chazarreta murió: “Es el patriarca del folklore argentino”.
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