DISCOS › SEA OF COWARDS, DE THE DEAD WEATHER
El segundo CD del proyecto paralelo de Jack White regenera el clásico sonido del blues con la mira puesta en el futuro. El “purismo” se ve condicionado aquí por diversos tipos de anomalías y cada canción tiene un momento en que todo parece irse al demonio.
› Por Luis Paz
Las fronteras entre las once canciones de Sea of Cowards, reciente segundo disco de The Dead Weather –el sustentable proyecto paralelo de Jack White–, son tan nebulosas que la idea del álbum como una gran zapada apenas organizada no le va para nada mal. Razones que lleven a esa sensación hay varias. Primero, son 35 minutos de una montaña rusa de climas en la que, para el desatento, definir dónde se cambia de estrofa y dónde de canción se vuelve muy confuso. Segundo, es precisamente en ese rato que Sea of Cowards se desarrolla y se explica, y casi no hay momentos prescindibles. Tercero, que menos de un año después del debut Horehound, The Dead Weather se asemeja ahora mucho más a una banda que a un combinado de miembros de The Racounters, Queens of the Stone Age y The Kills revueltos. Cuarto y definitivo, se trata de blues.
Igual, hay otro inconveniente: las variaciones existenciales del “sonido The Dead Weather”. Cada pieza es introspectiva y expresiva a niveles esquizofrénicos, nutridos por la apertura compositiva: ahora, a White y la vocalista de The Kills, Alison Mosshart, se suman con más presencia creativa los multiinstrumentistas Dean Fertita (Queens of the Stone Age) y Jack Lawrence (The Raconteurs y The Greenhornes). Aun así, le queda a Mosshart la mayor responsabilidad vocal, que cubre sin contradicciones y que no mezquina cuando White reaparece al micrófono.
El sonido sintetizado de las guitarras y los solos entregados a los órganos volátiles pone modernidad donde en Horehound había clasicismo casi en estado puro. En cada campo de análisis, la propuesta de Sea of Cowards parece definirse en el espacio entre los opuestos: como una música muy masculina pero muy femenina a la vez, como canciones cuyo encanto melódico triunfa por momentos y que, en otros segmentos, ganan por presencia rítmica. Lo sano es que en esa tensión constante, hay siempre un espacio de segundos donde todo se va directo al infierno.
Todo “I’m mad” es agresivo sin dejar de ser sensual, como si las violas jugaran a sonar para Janis Joplin, Joni Mitchell y Jimi Hendrix a la vez. La voz de White en la apertura “Blue Blood Blues” ¿es propia de Zack de la Rocha o de un rapero sin autotune? En todo momento y eso que el álbum es lo suficientemente breve, van quedando espacios vacíos donde bien se puede montar el análisis que el capricho prefiera. Lo importante, en definitiva, es la existencia de una banda como ésta y las intenciones (algo indefinibles, es cierto) de White y compañía.
Si a comienzos y a promedios de la década pasada los White Stripes, Racounters y Kills revivieron aquel sonido, ahora lo están regenerando con la mirada puesta en lo venidero. La batería de “Jawbreaker” y otra vez esas cuerdas sintetizadas, sin ir más lejos, son de una modernidad líquida que se escurre por los canales de la música tradicional, con el sustain y la ganancia tan al taco como los desencuentros amorosos, y un bajo tan presente siempre como el órgano. Mire usted, otra vez el juego de opuestos entre las teclas más altas y los bajos más obesos. ¿Es blues de manual? ¿Es synth metal? ¿Música para bueyes o dóciles corceles? Tal vez sea todo eso, sobre la base de un género puro que no en vano ha trascurrido siempre de margen a margen de sus capacidades, para poder ampliarlas. Esa intención continúa The Dead Weather, con la inevitable figura de Jack White desarrollando un concepto variable pero una intención siempre permanente: alargarle la vida útil al rock.
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