DISCOS › LO NUEVO DE SPINETTA
Con alto vuelo lírico y una banda sólida, el Flaco les da vida a canciones vibrantes.
› Por Eduardo Fabregat
En 1970, Almendra ya estaba al borde de la disolución, pero aún tenía la energía como para editar su segundo disco, doble para más datos, que fue la despedida hasta el regreso de 1979. Para ir, una de las canciones más bellas de ese disco, arrancaba: “Siéntate a ver el día/ mira qué gusto da ver el rayo/ justo donde empieza la avenida”. 36 años más tarde, Luis Alberto Spinetta –un tipo generalmente poco propenso a la revisión de su propia obra, más allá de los rescates de sus últimos conciertos– echa un vistazo atrás y canta: “Alguna vez, querida mía/ te pregunté por un rayo que viste en la avenida...”. La canción se llama Sinfín y es la primera corteza de Pan, el nuevo disco del Flaco, que el sello Universal puso en las bateas esta semana. Un álbum que quizá dispare los inútiles debates de costumbre (esas discusiones sin objeto entre quienes prefieren a un Spinetta de museo, los fans que celebran absolutamente todo y los que encuentran las pistas entre pasado y presente), que les dará dolores de cabeza a los musicalizadores que buscan ante todo el single livianito y con gancho, que necesitará un par de escuchas para empezar a imponerse pero que, al cabo, conseguirá lo que merece: brillar, y quedarse a vivir en la discoteca.
En primer lugar, algo que parece una obviedad, pero no lo es: para hornear este pan, Spinetta encontró una banda. No es que el personal que participó en Camalotus, Para los árboles o experiencias anteriores no sonara bien, pero en el núcleo formado por la guitarra y la voz de Luis, el tecladista Claudio Cardone, la bajista Nerina Nicotra y el baterista Sergio Verdinelli hay una rara simbiosis, una cohesión que le da a Pan un aire sonoro monolítico. Si en los Socios del Desierto ese vínculo se traducía en un sauna de lava eléctrico, este grupo se pone al servicio de canciones sutiles, que levantan otros vuelos e intentan otros matices. Y basta calzarse los auriculares para comprobar otro hecho notorio: Luis está cantando como nunca, la voz intacta y la expresividad afilada.
Pero, además, el cuarteto (enriquecido por los coros de Graciela Cosceri en cuatro temas y la acústica de Guillermo Vadalá en el mismo Sinfín) afronta un desafío que hace al pan aún más sabroso. De un modo mucho más profundo que en obras anteriores, estas canciones de Spinetta obedecen ante todo al mundo de la lírica: a la inversa del modo más usual de composición, aquí es la forma de la poesía la que determina el tempo y la estructura de cada tema. Despojándose a conciencia de los rigores de estrofa y estribillo, Luis deja que los versos fluyan y que en ese fluir lleven a la música donde debe ir. Y eso se puede traducir en el aire folklórico de La flor de Santo Tomé, la tensión rítmica de Proserpina, las oscuridades de Cabecita calesita o la belleza melódica de Bolsodios, pero ante todo imprime una personalísima marca de autor, esa inconfundible sensación de que Spinetta, sólo Spinetta, puede darle carnadura musical a esos instintos. Y, en tiempos de concepciones predigeridas de la música, apuestas seguras y canciones burocráticas de gusto rancio, tomar decisiones que son pura libertad, nobles como el pan.
Algunas elecciones instrumentales, por otra parte, harán las delicias de aquellos cultores del Museo Spinetta que respetan su obra reciente, pero secretamente –o no tanto– esperan el “retorno” a tal o cual cosa, y todavía se atreven a pedir Muchacha en los shows. Los sintes de Cardone en Sinfín o Dale luz al instante, por ejemplo, les recordarán al Leo Sujatovich de Los niños que escriben en el cielo, mientras que el pasaje final de Canción de noche –uno de varios puntos altos del disco– les traerá un persistente aroma a Invisible. Es cierto, Spinetta dialoga con su pasado, pero nunca como mera exhumación de lo ya hecho sino con una sabia administración de las pinceladas que hacen a su manera de comprender la composición musical y el arte en general. Así, con la sapiencia y el amor de un artesano veterano, el Flaco pone sobre la mesa mucho pan y nada de circo. Y canta: “Prepárate que el anochecer/ se hace aliado de todasnuestras heridas/ Descálzate ya con tu soledad/ y que las horas no atrapen tus alegrías”. El rayo sigue alumbrando la avenida.
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