DISCOS › WEST COAST SEATTLE BOY: THE JIMI HENDRIX ANTHOLOGY
Un CD con quince canciones que poco agregan a la notable carrera del músico se ve enriquecido con un DVD que incluye imágenes de shows, entrevistas, cartas, fotos, dibujos y postales rescatados por su hermana Janie, responsable de su legado.
› Por Fernando D´addario
Jimi Hendrix apenas necesitó cuatro años para cambiar la historia del rock. A su hermana Janie le llevó bastante más tiempo la concreción de su sueño más preciado: hacerse del control absoluto de la vida (post mortem, claro) y de la obra del fundador de la guitarra moderna. Montó una empresa, la Experience Hendrix, se adjudicó el cargo de directora general, distribuyó la mitad de los puestos ejecutivos entre miembros de la familia y se entregó con amor fraterno al rescate del más mínimo gesto artístico esbozado por su hermano. Un posterior acuerdo entre Experience Hendrix y Sony Music cerró el círculo de la felicidad: de aquí a diez años, el sello irá editando en cómodas cuotas (para no saturar) más de cien grabaciones de Jimi, entre clásicos, inéditos y rarezas.
El primero de estos productos se llama West Coast Seattle Boy: The Jimi Hendrix Anthology. Tiene una versión para melómanos irredimibles (cuatro CD de rarities y un DVD) y otra más modesta (un sólo CD, más el DVD), para gente que se conforma con una hora de canciones Clase B redimidas por la leyenda y el marketing. En rigor, si sólo de audio se tratara, no habría mucho para “rescatar” aquí: la única curiosidad relevante es “Tears of rage”, el tema de Bob Dylan que Hendrix grabó en la habitación de un hotel en Nueva York, en 1968. La versión es sucia, desprolija y hermosa. El resto, material inédito con registros alternativos de canciones como “Are You Experienced”, “Fire” y “Love Or Confusion”, más un cover poco feliz de “Hound Dog Blues”, entre otros deslices, no agrega nada a la obra genial del guitarrista de Seattle.
Más interesante es internarse en la hora y media de Voodoo child, un documental que debería tener como subtítulo: Cómo exprimí a Jimi hasta la última gota, pero con cariño. Le corresponde exclusivamente a Janie –nobleza obliga– el mérito de haber juntado en su momento cada carta de Hendrix a su padre, cada borrador con la letra del single que nunca grabó, cada entrevista brindada a la televisión. Semejante pulsión compiladora, expuesta con rigor cronológico y sin golpes bajos, terminó dibujando uno de los tantos retratos posibles de Hendrix: el del guitarrista autodidacta, cariñoso con su familia y apolítico. Un prurito entendible despeja el relato de alusiones a su vínculo creciente con las drogas; el pudor de Janie es menos ostensible a la hora de mostrar las reacciones que generaba Hendrix en el sexo opuesto. Hay una imagen imperdible: contratado con The Experience para tocar como invitado de los Monkees (grupo al que Hendrix define certeramente como “unos Beatles de plástico”), Jimi despliega un arsenal de movimientos fálicos con su guitarra ante unas colegialas pop que lo miran extasiadas, olvidándose de que sus padres están allí para poner el grito en el cielo y devolverlas a la realidad. Más para ver que para escuchar, West coast... no deja de ser, en definitiva, un Hendrix auténtico contándose a sí mismo. Por las dudas, mejor que no se entere.
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