DISCOS › ACá ESTAMOS, LO NUEVO DE ARBOLITO
Producido por Tito Fargo, el séptimo CD de la banda tiene para ofrecer crudeza y frescura, a través de un puñado de canciones que confirman su raíz estética de rock y ritmos latinoamericanos. Lo que cambió fue el modo de concebirlo: Arbolito volvió a la autogestión.
› Por Cristian Vitale
Arbolito volumen siete, mojón impar de un trayecto sostenido y contenido. También cíclico, porque Acá estamos –tal volumen en el camino discográfico del grupo– no sólo implica la manifestación tangible de una histórica estética de anude (rock + más música de raíz latinoamericana), sino el retorno de la banda a la autogestión. A la primavera independiente que parió discos inolvidables (La mala reputación, La arveja esperanza) y centró el hacer en arte como una totalidad. Tomar el timón sobre un total de tareas, dicho de otra forma. No es, necesariamente, que Despertándonos o Cuando salga el sol, los dos discos que Arbolito editó a través de una multinacional, hayan relegado siquiera parte del tacto creativo de los nenes mimados de la Escuela de Avellaneda, pero sí que fueron hechos bajo un corsé temporal –casi de presión– algo extraño a la esencia de la banda. A una forma de hacer que, además del trabajo artístico en sí, conlleva el dominio consciente sobre las horas-música.
Esto viene a decir Acá estamos: la ratificación de una identidad, el manejo de un pulso temporal que se encontró boicoteado ayer y que hoy encarrila en su anden natural. “Volver”, “Cambiar de piel” y “No somos nada”, los tres primeros tracks, parecen referirse, elípticamente o no, a la misma sensación. Se habla de arrancar de nuevo, de la fresca del amanecer y de la vida que golpea, pero hay que seguir (“Volver”). Se habla de que hay algo que perder “si más libre quiero caminar de nuevo” (“Cambiar de piel”) y se habla de haber aprendido algo con los años (“No somos nada”). Se habla, al cabo, de un momento de creación que interviene en un lapso de cambio.
Despojado y cancionero; crudo y fresco, Acá estamos, traduce tal impronta en sonidos. Producido por Tito Fargo, ex guitarrista de Gulp! y Octubre y actual de Gran Martell, el carril musical no atenta contra una esencia, pero la interviene en jirones. No hay un corrimiento de género, pero sí un tratamiento distinto, una coda dada por un foco fresco puesto en la canción. Una canción que a veces visten de cumbia –“No somos nada”–, de reggae “étnico” –“Color de tierra”– o de chacarera, casi como lo podría haber hecho Arco Iris 40 años atrás –“Cruje”–. Que a veces remite a Leonard Cohen y el Lennon solista para desnudarla más –“Condenada soledad”–, se torna en un carnavalito-rock solo posible en el mundo Arbolito –“Este abrazo”– o recurre al ataque Jethro Tull –fuente central del grupo– para ponerles nervio a ecos andinos ancestrales, como en el temazo instrumental que da nombre al disco. Agustín Ronconi, Ezequiel Jusid, Diego Fariza, Pedro Borgobello y Andrés Fariña cambiaron de piel para abrigar mejor la misma sangre. Y está bien.
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