Mié 12.09.2012
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DISCOS › ENTREVISTA A DANIEL MELERO Y RICHARD COLEMAN

“Hemos disfrutado de nuestras debacles, pero evolucionamos”

El ex Los 7 Delfines acaba de publicar A Song Is a Song y el cerebro de Los Encargados prepara la caja Cuadro, ambas financiadas con una variante del crowdfunding. Pero no es la primera coincidencia entre estos dos músicos, que se conocen desde los ’80.

› Por Roque Casciero

“David Bowie, Ultravox, Brian Eno.” El aviso de la revista Expreso Imaginario citaba las influencias de un músico que buscaba colegas para generar los sonidos que tenía dentro de su cabeza. Esa especie de “mensaje en una botella” llegó a destino: recibió el llamado de otro tipo que tenía gustos parecidos y que estaba gestando una banda que iba a ser clave –aunque no popular– para la renovación que el rock argentino estaba necesitando. El año era 1982, quien publicó el aviso se llamaba Richard Coleman, y el que lo contactó, Daniel Melero. Treinta años más tarde, ambos no sólo siguen adelante con carreras siempre interesantes, sino que parecen haber cobrado nuevo impulso: si en 2011 publicaron Siberia y Supernatural, respectivamente, ahora Coleman acaba de editar A Song Is a Song Vol. 1 y Melero está a punto de sacar Cuadro.

Se trata de dos trabajos muy diferentes, pero con un detalle en común: miran por un rato al pasado, algo inusual en dos creadores con el futuro en la mira. El álbum del ex Fricción y Los 7 Delfines trae versiones de canciones en inglés –de ésas que lo formaron como músico– en un formato minimalista, mientras que el del cerebro de Los Encargados es una caja de cuatro CD que recopila sus discos Cámara, Rocío, Piano y Tecno, todos con el agregado de material inédito. Tanto A Song... como Cuadro tienen otros dos puntos en común: los publica el sello independiente Ultrapop y se financiaron por el aporte de los fans, mediante una variante del crowdfunding. Por aquel pasado de raros peinados nuevos y este presente a paso firme es que Melero y Coleman están hoy frente a Página/12 y no paran de recordar personajes, referencias y situaciones compartidas. Las carcajadas pueblan el ambiente, el cronista apenas si puede meter una que otra pregunta: la charla se orienta prácticamente sola.

Daniel Melero: –Yo llamaba a todos los que publicaban avisos en El Expreso Imaginario, pero Richard fue el primero con el que hablaba de algo que de verdad me interesaba. Y fue el primero, de la gente que yo conocía, al que no tuve que informar musicalmente, porque él tenía la misma data que yo. El sabía mucho más de Bowie que yo, por ejemplo: fue quien me hizo escuchar “Wild Is the Wind” una noche en un auto...

Richard Coleman: –Y Daniel me hizo escuchar el primero de Roxy Music. Eso fue inolvidable. Pero al principio no nos vimos durante un par de meses porque la mamá de él estaba mal y entonces él estaba ocupado. Hablábamos todo el tiempo de música, sin conocernos las caras, un par de veces por semana, cuarenta minutos por teléfono. ¡Hablaba con él más que con mi novia! Yo vivía en Núñez y Daniel en Flores, en Floresta tenía un estudio.

D. M.: –Sí, un bunker...

R. C.: –¡Un bulo!

D. M.: –Era todo. Para mí era el mundo... El primer día que vino él, andaba mal el timbre, como en la mayoría de ese tipo de casas, y estuvo en la puerta un rato largo, mientras nosotros estábamos tocando. (A Coleman) Ahí conociste a Ulises (Butrón), creo...

R. C.: –Sí, esperando a que nos abrieran la puerta. El venía con su guitarra y su valija de pedales, tenía los pantalones adentro de las tejanas y la camisa adentro del pantalón, muy alto el tiro... Lo de poner el aviso había sido porque quería seguir con la música, quería profundizar. Tenía toda esta historia de meterme con el tema más vanguardista, salir un poco de esa cola del jazz rock que ya venía abandonando, pero todos mis amigos estaban en eso.

D. M.: –Richard fue el primer moderno que yo conocí. El tocaba la guitarra, pero tocaba toda la guitarra: curvaba el mango, la golpeaba, utilizaba los pedales en vez de estar haciendo un acorde... Fue el primer “sónico”, una escuela de la que yo de alguna manera tenía un enfoque, así que el primero que conocí fuera de mi cuerpo fue él (se ríe). Para mí fue impresionante, aunque él no se valoraba tanto como guitarrista. Pero fue el primero que trabajaba el sonido, para mí era súper importante.

Cinco Sodas

Los nombres de personajes de los ’80 pueblan la charla, hasta que aparece el de Charly Alberti. Fue el baterista el que se conectó con Melero y Coleman, quienes durante un breve lapso formaron parte de un quinteto llamado Soda Stereo. “Rápidamente se desarmó. Yo les insistía en que tenían que ser un trío”, recuerda Melero. “¿Vos les dijiste lo mismo?”, se ríe Coleman. Y el ex Encargados sigue: “Les dije que si tenía que haber uno más, tenía que ser el mejor guitarrista de la Argentina, que era Richard. Yo lo presentaba diciendo eso y a él le daba vergüenza”.

R. C.: –¡Cómo no me iba a dar vergüenza! Con lo enfático que se pone Daniel y encima yo era tímido... No me cabía, había que darle una explicación a ese concepto. Podía decir que tocaba de una manera muy interesante, pero no...

D. M.: –¡El mejor!

R. C.: –Daniel, vos te perdiste la conversación que tuve con Charly cuando me llamó por primera vez.

D. M.: –Contame eso, por favor.

R. C.: –Me llamó y me dijo: “Hola, Richard, mi nombre es Charly Alberti, toco en la banda más moderna que hay en la Argentina y tenemos al mejor guitarrista”. Entonces le contesté: “¿Y para qué me necesitás?” (risas). Le corté todo el speech, porque estaba tratando de venderme algo. Ahí me explicó un poco y le dije que iba a pensarlo, que habláramos más adelante. Pero Ulises me había mostrado los demos que habían hecho, que estaban buenos, yo no estaba muy ocupado y quedaba cerca de casa, así que eran demasiadas cosas a favor.

–Más allá de ustedes, ¿había en ese momento un grupo de jóvenes que sustentaran esa movida?

R. C.: –No sé, pero a lo de Melero no entraban (risas). No, nosotros sabíamos que éramos únicos y nos gustaba demostrarlo.

D. M.: –Definitivamente.

–Soda grabó temas de ambos. ¿Siguieron la relación?

D. M.: –En mi caso fue más intermitente, pero él tuvo una relación más continua.

R. C.: –Con Gustavo nos hicimos muy amigos. Y con respecto a los temas, Gustavo tenía eso de “Che, me gusta tal tema, ¿puedo tocarlo?”. El había visto todo mi trabajo, le mostraba lo que escribía, entonces él se acordaba de frases mías.

D. M.: –Yo vi en casa de Gustavo cuadernos de Richard. Hasta la época de Colores santos daba vueltas un cuaderno suyo.

R. C.: –Mirá qué bueno... Claro, llegué a darle cuadernos y a decirle “Tomá, usá lo que quieras”.

D. M.: –Pero también yo tengo cuadernos de Gustavo y él se quedó con cuadernos míos. Y los usó, ¿eh? (risas). Y sé que a los de Richard también.

–¿Y cómo continuó la relación entre ustedes?

R. C.: –En una época nos veíamos muy poco, como si hubiéramos pasado a estar en circuitos muy distintos.

D. M.: –Yo pasé a estar en un circuito de no estar en ningún circuito. En tu época de Fricción ya casi no nos veíamos. Nunca vi a Fricción en vivo, por ejemplo.

R. C.: –Nos encontrábamos en situaciones sociales. A mí me gustó más verte en esas situaciones que...

D. M.: –Que tener que soportarme todos los días (risas). No, ir a los shows es feo, esa cosa en los camarines. Es todo muy protocolar, al final parece una reunión de abogados, con la única diferencia de que en el camarín están borrachos. Hubo un tiempo en que dejé de ir y de hacer shows, estuve mucho grabando. Pero mucho antes de eso vos estuviste grabando ese disco mío que no salió.

R. C.: –Ese disco fue una experiencia fabulosa. Fue el primer proyecto en el que estuve involucrado con continuidad. Fue en el ’94...

D. M.: –Claro.

R. C.: –¡No, en el ’84!

D. M.: –Te pasa lo mismo que a mí: los ’80 no existen para mí.

R. C.: –Ibamos todas las noches a Moebio, noches laaaargas...

–Por algo no se acuerdan de los ’80.

D. M.: –¡Claro! Ese era uno de los dos discos inéditos de Los Encargados, el segundo.

–¿Cuándo van a salir esos discos?

D. M.: –Post mortem. Dejé instrucciones de que, una vez muerto, editen todo. Tuñón (Diego, tecladista de Babasónicos) tiene que terminar de mezclar todo lo que está en multitrack... Es para la viuda. Con Tuñón y Adrián (Dárgelos) tenemos un acuerdo de mafia. ¿Viste que los mafiosos tienen un acuerdo que, aunque vos hayas matado al marido, te encargás de la viuda? Bueno, eso. La mafia sónica es así (risas).

R. C.: –Perdón, ¿cuánto tiempo estuvimos grabando ese disco? Para mí fueron como tres meses...

D. M.: –Sí, no terminaba nunca. En ese disco tocaron como catorce músicos.

R. C.: –¡Estuvo Rubén Juárez! Y como el bandoneón estaba en Do sostenido, le costaba mucho encontrar la escala del tema. El técnico grabó una nota, bajó la afinación de la cinta un semitono y se lo acomodó a la armonía del bandoneón. Ahí grabó feliz. Y entonces empezó a pedir: “Che, ¿no le podés poner un chorus?”.

D. M.: –Pedía chorus y whisky, sin parar (risas).

R. C.: –Tenía una compañera arrabalera que era tremenda. Un ambiente hubo esa noche...

Siempre es hoy

Coleman era invitado de Los Encargados, ambos compartieron banda con Butrón en Siam, Melero casi produce a Los 7 Delfines... Los caminos de estos dos músicos siguieron cruzándose, aunque espaciadamente. Los encuentros más recientes tuvieron que ver “en circunstancias de lo de Gustavo” y de un concierto por el aniversario de Ultrapop. “Te vi de manera tan alta...”, elogia Melero a Coleman. “Vi como que asumiste una parte tuya que estaba siempre detrás. La planta que tenés en el escenario no la veo habitualmente. Un show es una muestra, no una demostración, y yo te vi mostrando al artista. Tenés la voz muy bien, cantás bárbaro. Te lo llegué a comentar...”

R. C.: –Sí, alrededor del quinto whisky me lo comentaste (risas).

D. M.: –Varias veces, ¿no? Lo que quería decir es que me impactó mucho el presente de Richard, más allá de todo este racconto que estamos haciendo ahora. Hay poca gente que adquiere cierta integridad con los años, sobre todo en el campo del rock. Como persona, digo. Y en él se ve nítidamente eso. Fue muy lindo, eso. Inclusive conocí a su hija y a la señora.

R. C.: –Lo voy a decir en cordobés: éste es un culeao. Insiste en hablar de mí y hacerme ruborizar...

D. M.: –No, en serio, todos tenemos recorridos, hemos disfrutado de nuestras debacles, de nuestras maneras de perder el tiempo, y mucha gente no logra una evolución adentro de eso. Además, la estatura compositiva que asumió Richard con Siberia es muy distinta y mucho más alta. Es un disco que escucho, que está en mi playlist. Y lo que me pasó es que me hubiera gustado tocar en ese disco. No porque sienta que le falte algo, sino para poder decir que ahí estuve yo también.

R. C.: –Daniel es una de mis más fuertes influencias en la composición verbal de las canciones. Me identifiqué mucho cuando conocí su trabajo, hace tantos años. Me fascinó el uso de la palabra: había una economía en las frases, nunca eran cargadas, y siempre había una palabra para hacer ruido...

D. M.: –Sí, sí, y eso sigue pasando.

R. C.: –Es una palabra que no sabés si está puesta en el lugar que tiene que estar, si se usa así, pero es musical. Y claro, si es una canción...

D. M.: –Me encanta que te guste ese aspecto mío, porque durante años pareció que lo mío eran los sonidos. Yo me había esforzado por hacer creer eso. Creo que recién en Piano rompí con eso.

R. C.: –Puede ser, pero el material pre Encargados es algo que atesoré siempre, me encantaba. A veces me sorprendo cantando alguna de esas canciones. Eran de amor, además. Volví a valorar el concepto de la canción de amor, a pensar que en una canción de amor pasan cosas complejas, contradictorias, oscuras... Y eso lo encontré en la primera carga de trabajo de Daniel, que me fortaleció en un camino que yo quería seguir.

–Bueno, ¿y cuándo harán un disco juntos?

R. C.: –El tiempo dirá.

D. M.: –Lo hacemos por teléfono, Richard. O por mail.

R. C.: –Por teléfono con disco (risas).

D. M.: –Exacto: cuando vuelva Entel, hacemos un disco juntos.

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