DISCOS › SANTO REMEDIO, CUARTO áLBUM DE ME DARáS MIL HIJOS
Aunque sus tres discos anteriores ya habían dado pruebas de sus virtudes, el quinteto brilla aquí como nunca, gracias a un paquete de canciones que atrapa al oyente desde el comienzo y ya no lo suelta: no por prepotencia, sino por mero ejercicio de la belleza.
› Por Eduardo Fabregat
Hubo que esperar cinco años, pero las características de la industria en el siglo XXI hacen que los tiempos sean otros, y además cada banda tiene sus propios asuntos que resolver. Tras la edición de Aire (2008), Me Darás Mil Hijos atravesó un período de reformulación sonora, el pasaje a un formato de quinteto que debió tener mucho rodaje en vivo antes de trasladarse al estudio. La base estaba garantizada: desde el debut epónimo de 2002 y la secuela Un camino algún lugar (2004), quedó claro que MDMH es una de esas bandas a la que hay que seguir, por la sencilla y poderosa razón de que no va a decepcionar ni traicionar esa confianza. Esa convicción suma ahora un argumento de enorme peso: Santo remedio. El disco que el grupo lanza este viernes en la Sala Siranush (Armenia 1353; ante la demanda de entradas se agregó una segunda función el 6 de julio) es encantador de principio a fin. Encantador por la belleza de sus canciones, pero también encantador por esa necesidad de inmediato replay que producen los álbumes realmente cautivantes.
Es que algo hay en esta banda, algo tan inasible que hace recurrir a misticismos como suponer un alma musical que se impone por sobre los cambios de personal. Mariano Fernández (guitarra criolla y voz), Santiago Fernández (guitarra criolla, cavaquinho, acordeón), Gustavo Senmartín (guitarras, acordeón), Federico Ghazarossian (contrabajo) y Gaspar Tytelman (batería y percusión) son los responsables de darles carnadura sonora a canciones de alta inspiración: con nobleza de madera, cuerda y garganta, el grupo captura al oyente desde los golpes iniciales de “Algo del río” y ya no lo suelta. No por prepotencia, sino por ejercicio de la belleza. ¿De qué otra manera puede entenderse una canción tan hermosa como “Cicatriz”, o los límpidos arreglos de voz en “Canción desordenada”? ¿Cómo no rendirse ante “Merienda”, enorme reivindicación de la balada que debería estar sonando ya en todas las radios, a pesar del efecto negativo que la heavy rotation suele tener?
No es exageración: en su cuarto disco, Me Darás Mil Hijos, que ya había mostrado sus virtudes, logra brillar aún más. Muestra soltura al cultivar aires folklóricos, de modo que jamás parece de regalo en ese mundo, e incluso se permite un cierre que es moño y broche de oro con Liliana Herrero aportando su magia a “El reflejo”. Combina sabiamente ese mundo acústico con las tensiones rítmicas de “Corazón (autocríptico)”, se entrega a la fiesta con “Santo remedio” y la poptimista “Tempranito” (con aporte lírico del Cuino Scornik), libera un tinte melanco en “Lo que nos pasa” y “Esta no es una canción de amor” y abre el estudio para un cruce sencillamente demoledor: cuando “El inadecuado” abre la segunda parte del disco y aparece el vozarrón de Daniel Melingo, Santo remedio alcanza una de sus cumbres, una de esas canciones que sirven de ejemplo cuando se trata de convencer al prójimo de que preste atención a este asunto.
“Los fantasmas no sangran, sangran los inadecuados, los de la muerte romántica, poética, ególatra, los que ruedan cuesta abajo”, cantan Melingo y Fernández, y queda claro que éste no será un disco más en la carrera del grupo. No debería, al menos: en una época ciertamente fértil para la música argentina, MDMH aporta al panorama general con un tónico para toda ocasión. Más que remedio, un masaje para el oído, el alma y el corazón: que florezcan mil hijos más.
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