DISCOS › LIQUID SPIRIT, NOTABLE áLBUM DE GREGORY PORTER
La unánime fascinación de la crítica mundial encuentra sus razones en este tercer disco que ubica al cantante como un talento a seguir, capaz de interpretar material ajeno y darle curso al propio con la impactante personalidad de una voz llena de matices.
› Por Diego Fischerman
En octubre pasado, la revista Down Beat le dedicó la tapa. La leyenda que acompañaba su foto era “el poeta del soul”. Su carrera como profesional roza apenas los cuatro años, tiene tan solo tres discos publicados y cada uno de ellos le valió varias nominaciones al Grammy –mejor canción, mejor disco, mejor artista de rhythm & blues–. El último de ellos, recién publicado localmente por Universal, fue editado por el legendario sello Blue Note y se llama Liquid Spirit. Con una de las mejores voces masculinas escuchadas en los últimos tiempos –una tesitura grave, profunda, que remite casi inevitablemente a Donny Hathaway–, buenos arreglos y el excelente saxofonista Yosuke Sato como partenaire a perpetuidad, Gregory Porter recorre de la mejor manera imaginable lo que mejor hace y más le gusta: blues y baladas cargadas de sensualidad.
El grupo que lo acompaña se completa con el pianista Chip Crawford, Tivon Pennicott en saxo tenor, la trompeta de Curtis Taylor, Aaron James en contrabajo, Emanuel Harold en batería y Glenn Patscha en Hammond B3 y Fender Rhodes. Y las poderosas versiones de Porter se inscriben sobre once temas propios –uno de ellos, “Free”, en colaboración con Zak Najor– y tres ajenos, a los que logra imprimirle un sello singular: “Lonesome Lover”, de Max Roach y Abbey Lincoln –donde se destaca un excelente solo de Sato–, “The In Crowd”, de Billy Page (un tema que Petula Clark grabó en 1965), y “I Fall in Love To Easily”, de Sammy Cahn y Julie Styne.
Gregory Porter usa un extraño gorro y no duda en reconocer que lo hace por una cuestión de imagen. “Como Thelonious Monk”, dice. “En todas las fotos aparecía con sombrero.” En una entrevista concedida al diario El País, de España, aseguraba que su verdadera fuente es el gospel: “Descubrí la música con esos cantantes, los profesionales y los simples feligreses que cantaban. Yo no soy muy religioso pero mi madre, que trabajaba en una iglesia, me hizo ver que todos ponen algo de si mismos en cada interpretación. Comprendí que gozan de la misma libertad que un músico de jazz”.
En su conversación con Allen Morrison para Down Beat –en cuya encuesta de críticos de 2013 fue elegido como “estrella naciente” y, como “mejor cantante”, quedó segundo a apenas unos pocos votos de Kurt Elling– decía: “Hablo frecuentemente sobre el río; sobre el agua. Como en ‘Liquid Spirit’, la canción que da título al último disco. Hay allí algo poderoso, que está en mi música y hace que la gente la escuche con placer y saciedad, pero no soy yo, es ese espíritu que la habita”. Y en Jazztimes, otra de las revistas especializadas de los Estados Unidos, resumía su credo (y su vida) en unas pocas frases. “Puedo escribir sobre un corazón roto porque lo tuve; puedo escribir sobre la adversidad porque la tuve: puedo escribir sobre el amor verdadero porque lo tuve.” En ese tema, un blues rápido, hay algo de eso pero, tal vez, donde sea más notorio es en la exquisita “Water Under Bridges” que canta acompañado sólo por piano. “Hey Laura”, una balada en el más clásico estilo soul, “Wolfry” –otro dúo de cautivante intimidad– y la serpenteante “I Fall in Love To Easily” se destacan dentro de un disco sumamente homogéneo donde el protagonismo del cantante jamás quita espacio a sus instrumentistas y los arreglos privilegian los espacios libres antes que el abigarramiento.
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