DISCOS › LO NUEVO DE MEHLDAU
El gran pianista hizo doblete: publicó en trío y con la soprano Renée Fleming.
› Por Diego Fischerman
En el universo del jazz, un grupo estable es casi un oxímoron. En toda la historia son muy pocos los conjuntos que consiguieron no sólo funcionar con una formación fija sino crear un lenguaje colectivo de peso: los dos grandes quintetos de Miles Davis, el cuarteto de John Coltrane, el último cuarteto de Monk y, más cerca, el trío de Keith Jarrett. En ese contexto, el trío con el que tocó Brad Mehldau entre 1994 y 2004, con el notable contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jorge Rossy. El grupo publicó varios discos excelentes, pero no todo se editó en su momento. De ahí que ahora, que ese trío ya no existe –el baterista actual es Jeff Ballard–, vea la luz este conjunto de piezas en las que el contrapunto está siempre en primer plano.
Las virtudes de esa estabilidad aparecen, en primer lugar, en la poderosa interacción y en la manera en que unos se relevan a otros en los papeles. Tan llamativo como la calidad de las ideas y el nivel extraordinario de los músicos como instrumentistas, resulta la forma en que esas ideas circulan entre los tres y son enriquecidas por cada uno de ellos. Mehldau, de quien se ha dicho (empezando por él mismo y sus profusas notas en los libritos de sus CD) suficiente en cuanto a su admiración por el romanticismo en general y Brahms en particular, es, como él, un estudioso del pasado y pocas manos izquierdas tienen, en el jazz, el peso narrativo y la riqueza contrapuntística de la suya, que proviene, más que de la propia herencia del género, de los grandes autores para música de teclado, desde Händel y Bach hasta Scriabin y Debussy. El disco, recién editado por Nonesuch (un sello subsidiario de Warner) se llama House on Hill.
Si los amores decimonónicos de Mehldau no hacen de lastre en sus trabajos más claramente relacionados con el jazz, tal vez porque este género es lo suficientemente potente como para fagocitárselos, no sucede lo mismo con sus intentos en campos más cercanos a la música llamada clásica. Casi al mismo tiempo que su magnífico álbum en trío, el mismo sello publicó Love Sublime, una serie de canciones de cámara compuestas por él sobre poemas de distintas procedencias y cantadas, en la ocasión, por Renée Fleming, una cantante fantástica aunque, en este caso, levemente fuera de lugar. Más allá de la intachable interpretación las canciones, sobre textos de Rilke, de la poetisa norteamericana Louise Bogan y de la mujer del pianista, Fleurine, se acercan, en el mejor de los casos, al Stravinsky de los años ’20.
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