DISCOS › LAZARETTO, DE JACK WHITE, Y TURN BLUE, DE LOS BLACK KEYS
Justo después de las disculpas de White, quien había acusado a los Black Keys de robarle su sonido, ambos reaparecen en escena. Mientras el ex White Stripes sigue avanzando basado en sus fortalezas, la dupla Auerbach-Carney termina de encontrar lo que buscaba.
› Por Roque Casciero
“Vos tomás agua, yo tomo gasolina/ uno de nosotros es feliz, uno de nosotros es malo”, canta Jack White en “Just One Drink”, el tema ubicado justo en el medio del flamante Lazaretto (Sony Music). Y resulta inevitable pensar en la reciente disculpa pública del ex White Stripes, en la que pidió perdón tanto a su ex compañera Meg White como a los Black Keys, a quienes había acusado de robarle su sonido (esa gloriosa química de guitarra y batería peladas). La sensación es mayor porque justamente el dúo formado por Dan Auerbach y Patrick Carney acaba de publicar Turn Blue (Warner), el disco que continúa la exitosa saga de Brothers y El Camino. Por más que White les haya deseado la mejor de las suertes a los Black Keys –y a su sello, su productor y a cualquier músico que haya tenido éxito (?)–, en Lazaretto por momentos suena más enojado que nunca. Y hay que agradecerlo, porque esa bronca genera algunos de los mejores momentos del nuevo álbum: cuando toma gasolina, al bueno de Jackie se le da por escupir fuego por la boca.
Lazaretto –cuya edición en vinilo, la “ultra LP”, hace babear a los seguidores con su multiplicidad de “chiches”– arranca con el pegadizo “Three Women”, en el que White reformula un viejo tema de Blind Willie McTell para presumir de su potencia sexual. White, fiel a su costumbre, viste con nuevas ropas ese blues de 1928, lo peina prolijamente, le ajusta la corbata y lo arroja contra un cerco electrificado, para ver cómo le saltan las chispas entre las convulsiones. Enseguida, la canción que da nombre al disco hace pensar en los Beastie Boys producidos por Jimmy Page: White logra sin esfuerzo que los mundos choquen y se arme un mini big bang en el que hasta se cuela un violín. Esa alquimia de riffs que saturan los parlantes regresa en el incendiario instrumental “High Ball Stepper”, con la guitarra de White más podrida que nunca, y explota en los bombos del tamaño y la potencia de un tractor de “The Black Bat Licorice”.
Pero Lazaretto está lejos de ser un brulote monocromático de un White pasado de revoluciones: como es habitual en él, también deja que su espíritu lúdico se interne por los caminos del folk y el country. Y encima esos jugueteos le salen hermosamente clásicos: “Entitled” y “Temporary Ground” (con violín y lap steel) explican por qué el cantante y guitarrista se mudó a Nashville. El aura “cinematográfica” de “Would You Fight For My Love?” también se mezcla con un pulso que recuerda a los White Stripes, hasta que una voz operística termina de ponerle el color desgastado a la película de cowboys. Así, Lazaretto resulta el paso lógico de un músico que hace una revisión del camino recorrido, nota más fortalezas que debilidades y decide seguir avanzando. Tal vez debido a eso, esta vez tardó un año y medio en registrar el disco, mientras que el álbum más exitoso de los White Stripes, Elephant, le había llevado tres días. ¿Más refinado? Sí, pero también más sabio.
Ese comienzo de “Would You Fight For My Love?” lleva directamente a los Black Keys. ¿O acaso –perdón Jack– por un momento no parece que fuera a salir por los parlantes la voz de Dan Auerbach? Paradójicamente, no es uno de esos pasajes por los que se le podía dar la derecha a White en sus diatribas sobre el “robo” de su sonido: es un nuevo territorio para él y no tanto para los de Akron, Ohio. Los Black Keys ya llevan un par de álbumes perfeccionando una atmósfera característica con la ayuda del productor Danger Mouse, en la que al blues rock de sus primeros trabajos le agregaron una pátina de soul y un grado de “accesibilidad” que obró como garantía de su éxito.
En Turn Blue, esas características se vuelven omnipresentes, lo que no habla tanto de una banda estancada en lo creativo como de una que encontró lo que buscaba. El álbum tiene un hitazo efervescente (“Fever”), una ornamentación entre clásica y moderna de parte de su productor, unos cuantos de esos midtempo que tan bien les sientan a Auerbach y Carney (“Bullet in the Brain”, “Waiting on Words”) y hasta coqueteos con la pista de baile (“Lovers”). Lo que llama la atención, sin embargo, es que lo más inusual del álbum sea precisamente lo que lo abre: “Weight of Love” es una canción climática de casi siete minutos, en la que el órgano de Brian Burton (verdadero nombre de Danger Mouse) marca el tono para que Auerbach deje que su guitarra fluya, casi como si se tratara de un outtake psicodélico de Neil Young.
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