DISCOS › POPULAR PROBLEMS, DéCIMO TERCER áLBUM DE LEONARD COHEN
El cantautor canadiense es de esos pocos artistas a los que se acude en busca de respuestas, aunque en realidad termine generando más interrogantes. Y a los 80 entrega su mejor álbum en mucho tiempo, tanto por su pluma aguda como por la acertada producción.
› Por Roque Casciero
Admitido: es una desmesura imaginar a Leonard Cohen con un aura visible, casi como una estampita ambulante, una suerte de San Leonardo de Todos Los Pecados Concebidos. Ahora bien, ¿a cuántos otros artistas “pop” se puede recurrir en busca de un atisbo de luz en momentos intrincados? El canadiense tiene mucho más camino recorrido de lo que sus flamantes 80 años indican, en ambientes tan disímiles como el Village neoyorquino de los ’60 y un monasterio zen. El poeta aclamado, el tímido cantautor, el mujeriego serial, el sufriente engarzador de palabras, el caballero elegante que enmascaró la depresión tras una semisonrisa, el judío errante que se convirtió en monje budista... Cohen ha vivido tantas vidas que resulta lógico buscar en su obra respuestas que van más allá de la superficie. El problema es que meterse en sus canciones a menudo suele generar más cuestionamientos que los que uno llevaba en la mochila. No se sale indemne del barítono imposible de Cohen. Y si encima el hombre entrega su mejor álbum desde su retorno a las grabaciones (después de que su ex manager lo dejara en la ruina), lo que queda es disfrutar, aprender, retorcerse, crecer...
Popular Problems, el décimo tercer álbum de Cohen, lo muestra abordando temas que no son novedosos en su obra, pero que vuelven a atraer gracias a su pluma puntillosa. El amor, por ejemplo. “Did I Ever Love You” plantea un interrogante tras otro: “¿Alguna vez te amé?/ ¿Alguna vez te necesité?/ ¿Alguna vez te peleé?/ ¿Alguna vez quise?”. Pero, como al pasar, también le pregunta a su interlocutora si alguna vez la dejó y si realmente importa saber si la amó. Y le dice que no precisa responder sobre las peleas. El erotismo, otra de las vertientes de la poesía de Cohen, repta por cada verso de “Slow”, el blues que abre el álbum, en el que le aclara a la dama que no es porque sea viejo, que a él las cosas siempre le gustaron despacio. “Dejame recobrar el aliento/ pensé que teníamos toda la noche”, le dice. “Me gusta tomarme mi tiempo/ me gusta entretenerme mientras vuela/ un fin de semana en tus labios/ una vida en tus ojos.”
Como en sus famosos “Everybody Knows” o “The Future”, Cohen ofrece en Popular Problems su visión del estado de las cosas. Y entre un paisaje sombrío en lo que se cruza con el hambre, las muertes, las violaciones y las aldeas incendiadas de “Almost Like the Blues”, plantea la irresistible invitación a vivir. “Es casi como la salvación/ es casi como el blues”, suelta. El Viejo Testamento y la espiritualidad también sobrevuelan “Samson in New Orleans” y “Born in Chains”, mientras que en “A Street” asume el rol femenino en una pareja quebrada por la guerra. “La fiesta ha terminado/ pero estoy de pie/ estaré parada aquí/ donde antes había una calle”, canta el canadiense.
Lo que eleva las palabras certeras del octogenario Cohen es la producción de Patrick Leonard, que evita esos tecladitos al borde de lo berreta con los que el canadiense se empecinó durante unos cuantos años, y lo rodea de una atmósfera más elegante. Desde el órgano gospel de “Born in Chains” hasta la combinación de guitarra acústica, contrabajo y violín de “You Got Me Singing”, todo cuadra mejor con la voz profundísima del canadiense. Y al productor no le tiembla el pulso si hay que mezclar lap steel guitar con vientos soul, como en “My Oh My”, bancar un blues sólo con un teclado, como en “Slow”, o marcar electrónicamente el bombo en negra, como en “Nevermind”. Leonard también les puso coto a los coros femeninos, en los que Cohen se había recostado por demás en sus últimos trabajos: aquí, cada vez que aparecen lo hacen para resaltar las palabras, como un instrumento más. Que esta suerte de “redención sonora” venga de un tipo que trabajó bastante tiempo con Madonna (y es cocompositor de un engendro como “La isla bonita”) no deja de ser una suerte de milagro.
¿Milagro? Pero si ya se dijo al principio que nada de estampitas...
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