DISCOS › VOLVIó CON LOS DISCOS PLECTRUMELECTRUM Y ART OFFICIAL AGE
El retorno al sello al cual acusó de esclavizarlo lo encuentra en perfecta forma: un disco “en banda” de adrenalina rockera con tracción a sangre y otro “sólo” dedicado a ese funk y soul que caracteriza al clásico sonido afroamericano. Y ambos consiguen un resultado impecable.
› Por Eduardo Fabregat
Nadie está exento. Cuando un artista le pone su firma a una obra que hace historia y atraviesa los tiempos, todo lo que viene después caerá bajo la injusta vara de la comparación, que rara vez contempla que un músico no puede mantenerse por siempre en la cota más alta de inspiración. De eso sabe bastante Prince, que durante la década del 80 hizo cosas como Purple Rain, Around The World in A Day, Sign’O’The Times y Graffiti Bridge. Desde entonces el morocho de Minneapolis se las ha arreglado bastante bien para seguir demostrando por qué su nombre merece respeto, pero en algún momento su propia hemorragia creativa (recuérdese Crystal Ball, su disco quíntuple de 1998) le terminó jugando en contra. Los últimos tiempos lo encontraron más relajado, sobre todo dedicado a una delicada negociación que acaba de rendir frutos: Warner, el sello al que en algún momento el músico acusó de “esclavizarlo”, le devolvió los masters y el control comercial sobre aquellos discos legendarios. A cambio, el multiinstrumentista volvió a firmar contrato con ellos y entregó dos discos para su edición simultánea. Es, si se quiere, un regreso de Prince al mainstream, tras editar varios discos bajo la etiqueta NPG.
Ambos discos fueron lanzados a fines del mes pasado, y puede decirse que el músico cumplió largamente su parte del trato: sin necesidad de meterse en trabajosas comparaciones, Prince viene a reclamar en 2014 su lugar en la escena de músicas afroamericanas. Decidido a poner en obra una suerte de síntesis de sus dos caras más conocidas, armó dos discos de cariz bien diferente, pero ambos con inconfundibles sellos personales. Por un lado, Art Official Age, uno de esos álbumes a la vieja usanza, “compuesto, producido, arreglado e interpretado por Prince”, con algunos aportes del ex American Idol Joshua Welton. Por otro, Plectrumelectrum, al frente de una banda enteramente femenina, integrada por Donna Grantis (guitarra), Hannah Ford Welton (batería) e Ida Nielsen (bajo). Prince solo, Prince en banda: dos discos igualmente impactantes.
“Hello... how are you?”: con esa frase tan anodina, el guitarrista y cantante abre la andanada de electricidad tracción a sangre que supone Plectrumelectrum, el disco que mejor caerá a quienes gustan de discos como el subvalorado Chaos And Disorder de 1996. Los doce tracks del disco “de banda” nacen del notorio trabajo de un grupo que, como acostumbra Prince, tiene todas sus piezas perfectamente ensambladas: el sonido analógico, orgánico, les da especial lustre a momentos como “Ainturninaround” (todos los títulos aparecen como una sola palabra, fundiendo sus palabras), el funk de “Ptretzelbodylogic” y los raps alucinados de “Boytrouble” o las canciones de alta intensidad como “Anotherlove”. Resulta llamativa la frescura con la que Prince consigue sonar en el siglo XXI, después de tantos caminos recorridos, desprendiéndose de todo manierismo y dedicado a la guitarra como pocas veces. Y se sabe, el morocho domina varios instrumentos, pero sin dudas es en la guitarra donde produce performances asombrosas. Plectrumelectrum es un disco de adrenalina contagiosa, que parece ideal para su traslado al vivo.
¿Qué queda para Art Official Age, entonces? El disco “sólo” es otra lección, pero de otras áreas de la música negra (“Welcome Home, Class”, anuncia al comienzo: canchero si se quiere, pero Mr. Nelson tiene con qué respaldarse). Aquí domina el soul, la guitarra funky bailable, las baladas que a veces espantan al personal por exceso de pegajosidad. Lo que deslumbra en este caso es lo que puede lograr al micrófono: como tantas veces en su carrera (recuérdese la “doble voz” de Sign’O’The Times, dividiéndose entre su color vocal natural y el falsete de su alter ego “Camille”), Prince exhibe aquí esa gimnasia que le permite viajar del tono grave a unas alturas vocales de alta precisión. Pero sobre todo llama a mover el cuerpo, con esas canciones que consiguen un ritmo irresistible con escasos elementos (“The Gold Standard”, “Clouds”) o “Funknroll”, el tema que sirve de enlace entre ambos discos: la misma canción, arreglada a un modo y al otro, sirve como declaración de principios de qué quiso hacer Prince con este regreso al ruedo.
Lo de “regreso”, claro, será siempre relativo. En todos estos años, Prince puede haber tomado desvíos y tener mayor o menor presencia en el medio. Lo que queda claro es que, a los 56 años, sigue siendo una figura imprescindible de la música hecha en Estados Unidos, pero de lenguaje universal. No necesita aggiornarse para sonar parecido a lo que se necesita en la escena actual, a alguno de sus émulos más o menos declarados: le alcanza con ser Prince. La música se encarga del resto.
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