DISCOS › EL NOTABLE DEBUT EPóNIMO DE HOZIER SE EDITó EN LA ARGENTINA
El cantante irlandés de 24 años llamó la atención de la industria discográfica con “Take me to church”, que saltó de YouTube a la ceremonia de los Grammy, pero es mucho más que un fenómeno web: combina blues sucio, soul y gospel con naturalidad pasmosa.
› Por Roque Casciero
“Malas noticias en una boca hermosa” fue como describió a Andrew Hozier-Byrne su colega Tom Waits, un señor que sabe de hacer canciones inquietantes con esas malas noticias, aunque su boca diste de la hermosura. Y la definición es tan certera como los mejores versos de Rain dogs, porque el joven debutante irlandés cuestiona en sus canciones la profundidad de las relaciones, el sentido y la institucionalización de la palabra “amor”, el valor y las imposiciones de la religión y otras cuestiones así de livianitas. Y encima lo hace con una garganta capaz de combinar el soul, el gospel y el blues más podrido con pasmosa naturalidad, la misma con la que se atreve a cerrar el disco cantando en vivo con un fondo de pajaritos (y no queda como un nabo).
Hozier, tal como se conoce a este cantante de 24 años, protagoniza uno de esos casos en los que a la industria se le cuela un artista por la puerta de atrás. Que, en los tiempos modernos, implica llamar tanto la atención a través de YouTube o alguna red social que los ejecutivos de las discográficas se vean obligados a prestar oídos. Su single “Take me to church”, en el cual intercambia amor carnal con preceptos religiosos sobre un impactante coro, alcanzó los seis millones de reproducciones, suficientes como para que sonara la alarma que indica que se puede hacer dinero con ello. Que el video fuera una respuesta a la persecución a los homosexuales en Rusia ayudó al hype y seguramente no resultó nada perjudicial que Hozier fuera bien fachero. El álbum debut salió en noviembre pasado (acaba de editarse en la Argentina) y, después de una nominación para el Grammy y la actuación en la ceremonia, el contador de vistas de “Take me tu church” en YouTube ya superó... los 179 millones.
Claro que esos fenómenos de la web no siempre tienen un correlato en una carrera sólida o siquiera en méritos artísticos a largo plazo (cof, cof, Justin Bieber, cof cof). Pero no es el caso de Hozier, afortunadamente. Su aparición recuerda más a la de Jeff Buckley, otro bonito chico blanco que podía conjurar demonios en sus letras y los cantos de los ángeles en su voz. “Angel of small death & the codeine scene” es un blues sostenido por un fabuloso coro gospel, mientras que en “Jackie and Wilson” la guitarra se pone más garagera: la clase de canciones que seguramente envidiarán los Black Keys. En “Someone new”, en cambio, desenvuelve su corazón soul para confesar que no está hecho para la fidelidad (“Porque dios sabe que me enamoro un poco/ Un poco cada día de alguien nuevo”).
La guitarra de Hozier brilla sosteniendo el riff blusero de “To be alone” y se torna delicada al tema siguiente, “From Eden” (que tal vez debería llamarse “From Motown”). En “In a week”, el cantante comparte roles con su compatriota Karen Cowley, mientras que en “Work song” el coro es casi el único soporte (más una percusión mínima y aplausos) durante buena parte de la canción, que toma tamaño de catedral en el estribillo. Enseguida, el contraste con la espartana belleza de “Like real people do”, antes de otro blues sucio (“It will come back”). Y todo el tiempo, la sensación de estar ante un artista que sale del cascarón con un bagaje suficiente como para pasar muchos años llevando malas noticias con su hermosa boca. Porque, claro, Tom Waits tuvo razón.
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