DISCOS › NACHO VEGAS POR DOS
El músico asturiano se da a conocer aquí con dos cd, uno de ellos junto a Bunbury.
› Por R. C.
La tapa de Desaparezca aquí (Ultrapop) no ofrece muchas pistas sobre Nacho Vegas, porque su rostro está perdido en un juego de luces y sombras. El título sí adelanta algo sobre este treintañero nacido en Gijón, España: es fan de Bret Easton Ellis y cita a la novela Lunar Park. Y apenas pasa la introducción “Maravillas de la condición humana”, que repite que “todo el mundo fantasea con una muerte dramática”, enseguida se puede descubrir que se está frente a uno de los mejores compositores que han aparecido en los últimos tiempos. Enrique Bunbury, toda una estrella desde los tiempos de Héroes del Silencio, se anotó entre los primeros en reconocer a su colega. La corriente de mutua admiración devino primero en que Vegas se sumara como guitarrista a una gira del zaragozano y, más recientemente, en que ambos concretaran el doble CD El tiempo de las cerezas (EMI), en el que se propusieron convertirse en “una banda con dos cantantes”.
Puede que sea una sorpresa para los argentinos, porque Desaparezca aquí fue el primer álbum de Vegas en llegar a las bateas locales (con un año de retraso), pero el asturiano tiene una trayectoria muy interesante de explorar, aunque haya que recurrir a carísimos discos importados o a argucias ilegales. Oscuro guitarrista de los indies Manta Ray, más tarde convertido en cantautor con Actos inexplicables (2001) y consagrado por la crítica española con el doble Cajas de música difíciles de parar (2003), Vegas está rodeado de una mitología tan grande como su pluma. Por eso resulta fácil imaginarlo autobiográfico en canciones de Desaparezca aquí como “Perdimos el control” o la magnífica “Nuevos planes, idénticas estrategias”, en la que dispara una frase imposible de mandar a la papelera de reciclaje: “Tracé un ambicioso plan/ consistía en sobrevivir”.
En Desaparezca aquí, Vegas se arrima a la categoría del mejor Calamaro: es un rockero que trabaja las letras como su admirado Leonard Cohen (¡esos valsecitos!) y arma puestas en escena con Las Esferas Invisibles, que son al asturiano lo que los Bad Seeds a Nick Cave. Otras referencias insoslayables son Nick Drake (más en su pasado de cantautor acústico), Lou Reed y Tom Waits. En todas las canciones del disco la muerte está presente, pero más como modo de resaltar la vida por oposición que como vacío gesto generador de morbo. Esto aparece claramente en “La noche más larga del año”, que cierra el álbum: “Y déjame que decida/ que la vida fue el único error/ Déjame a mi suerte/ pues no hay muerte si no hay también perfección/ Y sal, pánico, sal,/ sal de mi mente/ Nadie nos prometió/ vivir eternamente”. Uno de los picos de Desaparezca aquí es “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, suerte de balance personal poblado de humor ácido (“tampoco he sido un gran amante/ más de una lo querrá atestiguar”) que termina con un “hasta nunca” de los que duelen. Y en “Cerca del cielo”, Vegas se mete en la piel del alpinista Juanito Orzábal, quien sufrió amputaciones por sus escaladas, y espera que la parca llegue en la pelea contra la montaña. Con una melodía que exalta su inspiración en “Five Years” de David Bowie, Nacho lleva al oyente por abismos y pendientes imposibles para demostrar que no importa tanto la cumbre, sino que la cuestión está en esa lucha por subir y bajar.
El tiempo de las cerezas fue grabado en Puerto de Santa María, cerca de Cádiz, en el sur de España. Pero, metafóricamente, el punto de encuentro entre Vegas y Bunbury bien podría ser Santander, que queda al doble de distancia de Zaragoza que de Gijón. Por más que Bunbury sea el exitoso de la dupla, hizo un esfuerzo grande para acercarse al universo de Vegas y estar a la altura de las composiciones de éste. El ex Héroes del Silencio suele aspirar a grandezas que terminan en sobreactuación (por eso se lo compara con un Raphael rockero), pero aquí, en el que tal vez sea su mejor disco, afloja con la pretensión y, con la presión de tener cerca a Vegas, crece como letrista (“Ahora”, “El rumbo de tus sueños”).
La “banda con dos cantantes” funciona y evita el choque de egos: cada uno de los discos es cerrado por una versión del tema que lo abre, pero a cargo del otro. Pero Vegas brilla por encima de Bunbury. Algunos ejemplos son la desgarradora “La pena y la nada”, “Serie negra” y su aura de misterio (“dan una fiesta a la que asistirá/ toda la gente a la que he amado/ pero llego y no veo a nadie/ llego y huele a azufre el aire/ y la policía está al llegar”) y la cabaretera “Secretos y mentiras” (“gente nace y gente muere cada día/ los demás nos limitamos a estorbar”). En todo caso, hay que agradecerle a la inquietud de Bunbury, eterno buscador de melodías y formas, la entrada de Vegas a las ligas mayores del rock en español. El asturiano se lo merecía.
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