DISCOS › EL ENCUENTRO DE PAT METHENY CON BRAD MEHLDAU
En una tradición que comienza con Bill Evans y Jim Hall, dos de los grandes del jazz actual juegan a lo que más les gusta: escuchar, reconocerse y comentar con sutileza.
› Por Diego Fischerman
En 1962, Bill Evans y Jim Hall grabaron Undercurent y repetirían el dúo cuatro años después en Intermodulation. Había allí dos gestos cargados de significado. Por un lado, la elección de reducir el instrumental de un grupo a su mínimo exponente. Por otro, que esos dos instrumentos fueran la guitarra y el piano, habitualmente intercambiables en el mundo del jazz. Ambos con posibilidades armónicas y melódicas, no solían estar juntos –salvo, tal vez, con la guitarra circunscripta a un papel rítmico y en un big band como la de Count Basie– y mucho menos a solas. Podría decirse que todo nuevo dúo de guitarra y piano está prefigurado en aquel de Evans y Hall o que, por lo menos, sus respuestas rondarán esas preguntas que ellos empezaron a formular hace cuatro décadas.
Pat Metheny, un guitarrista afecto al dúo –y a sus desafíos–, que ya había tocado en 1981 con el pianista y tecladista Lyle Mays en As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls, con el contrabajista Charlie Haden en Beyond the Missouri Sky (1997) y con Jim Hall en el disco que lleva sus nombres como título (1999), vuelve ahora a colocar su apellido junto al de otro músico para nombrar un álbum: Metheny-Mehldau. También aquí, como en Hall y Evans –y como en Bill Frisell y Fred Hersch, en John Abercrombie y Andy Laverne o en los locales Casazza y Lúquez– parte de la cuestión pasa por lo que los instrumentos no hacen; por aquello que sustraen a sus maneras habituales de tocar para dejar lugar al otro. Salvo en dos temas –“Ring of Life” y “Say the Brother’s Name”, ambos de Metheny–, donde se agregan el contrabajista Larry Grenadier y el baterista Jeff Ballard, los integrantes del trío de Mehldau, el pianista y el guitarrista establecen un juego ejemplar de relevos, donde la imaginación y el lirismo de los solos –podría decirse que ambos son románticos, en el sentido alemán y decimonónico del término– compite con los recursos puestos en juego en el momento en que cualquiera de ellos acompaña.
Metheny-Mehldau fue editado por Nonesuch, un subsello de la Warner que, además, está reeditando todos los antiguos discos de Metheny en Geffen y que ha hecho su especialidad de eso que se identifica vagamente como americana y que, en el caso del catálogo de esta compañía, va desde Laurie Anderson hasta el disco de piano solo de Randy Newman, pasando por Bill Frisell, la excelente Laura Veirs, el compositor John Adams o el grupo Wilco. Siete temas de Metheny contra sólo dos de Mehldau podrían indicar, por otra parte, que se trata de un disco más del guitarrista que del pianista. Si bien es cierto que el tono, sobre todo en temas como “Summer Day”, se acerca a la estética de Metheny, incluyendo su nunca ocultada pasión por la música brasileña, llega a uno de sus puntos más altos –y es verdaderamente un punto muy alto– en “Legend”, de Mehldau. Una escucha apresurada puede llevar a errores y a catalogar este disco, que transcurre sin sobresaltos aparentes, como el encuentro apenas amable de dos virtuosos. En las entrelíneas, en los comentarios a media voz, en el infalible sentido melódico de ambos y en una interacción jamás impostada hay mucho más que eso.
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