DISCOS › B. B. KING, EN DOS EDICIONES IMPERDIBLES PRESENTADAS POR PAGINA/12
James Brown gustaba decir que era “el más trabajador”, pero nada se compara al ritmo de B. B., incansable en estudios y en vivo: estos dos discos son una manera de comprobarlo.
› Por Karina Micheletto
Es El Rey. El Rey del Blues, para ser más exactos, pero la especificación suele quedar a un lado, y así hasta hoy es el rey, sin más. B. B. King inventó una música, un estilo, una imagen, hasta una guitarra con nombre para esa música y ese estilo y esa imagen. Durante años y años afianzó ese reinado con maratónicos conciertos alrededor del mundo. De allí el encanto de los dos discos que Página/12 ofrece a sus lectores, que recogen una poderosa selección de versiones en vivo y en estudio del blusero más célebre, el primero de los cuales (B. B. King en vivo) saldrá con la edición del diario de mañana.
Desde su surgimiento profesional –en los ’50, en Memphis y en una Norteamérica marcada por la segregación racial–, quedó claro que el Rey del Blues era un virtuoso, con un plus diferencial. B. B. King inventó la imagen del blusero sofisticado, desde una estética musical y personal. La suya es una sofisticación negra, que no reniega de sus orígenes, pero sí del estereotipo que marcó esos orígenes. Y se sabe por dónde andan los estereotipos cuando están ligados a la pobreza. Así es que, en el caso del blusero del sur de Estados Unidos, se suponía que únicamente era la expresión del negro que lloraba las penas de una vida de sacrificios en las plantaciones, siempre acompañándolas de alcohol. “Algunos dicen que los cantantes de blues viven llorando su borrachera. Pero yo no tomo”, aclaró alguna vez el Rey, que siempre se preocupó por hacer público que no tomaba y no fumaba. También tuvo que explicar: “Tocar blues no es sólo lamentarse; allí están todas las emociones. Y así sea de dolor o de alegría o de nostalgia, lo que caracteriza al sentimiento blusero es que siempre es sincero”.
El modelo de blusero que inventó King, y que patentó a fuerza de talento y de trabajo, es el del blusero de punta en blanco, pero sobre todo sofisticadísimo musicalmente. Y con un estilo guitarrístico único, tan eléctrico y dulce a la vez que influyó a cientos de otros grandes alrededor del mundo, o directamente produjo copias de esforzados seguidores de ese inigualable “toque King”. La guitarra de B. B. King se llama Lucille y es el modelo de Gibson que oficialmente le pertenece desde 1982. Cualquier guitarrista sabe lo que una Gibson Lucille significa. Con tema propio –por supuesto– y también un disco con su nombre, puede decirse que Lucille es tan famosa como su mentor. Pero su nombre nació mucho antes de este acuerdo con una marca.
La leyenda asegura que en un invierno de 1949, King tocaba en un salón de baile de Arkansas cuando se armó una pelea entre dos hombres. Como era costumbre en la época, para calentar el salón había un barril medio lleno con querosén. Los expansivos pendencieros terminaron tirando el barril y provocando un incendio, que hizo que todos evacuaran el salón de urgencia. Una vez afuera, King se dio cuenta de que su guitarra había quedado entre las llamas, así que sin pensarlo volvió al incendio para rescatar su Gibson acústica. Luego se supo que dos personas murieron en el incendio. Al día siguiente, King descubrió que los dos hombres estaban peleando por una mujer llamada Lucille. Así nombró a aquella guitarra, y a todas las que tuvo en adelante, “para recordar no volver a hacer algo tan estúpido como correr hacia un edificio en llamas”.
En el disco que presenta Página/12 mañana se incluyen algunos de los clásicos de clásicos de B. B. King, aquellos con los que su nombre comenzó a ser admirado a partir de los ’50. Está la archiconocida “Everyday I Have the Blues”, “Worry, Worry” –con un comienzo en el que King descose a su Lucille con delicadeza paternal–, “Help the Poor”, “Please Love me”, “How Blue you can get”. A estas canciones, grabadas en un álbum que también es clásico de clásicos (Live at the Regal, de 1965) se suman otras presentaciones en vivo con otros grandes temas como “Nobody Loves me but my Mother” (ideal para el festejo de mañana), “Long Night” o su versión de la melodía de Roy Hawkins “The Thrill is Gone”, que a fines de los ’60 se convirtió en un éxito por fuera del mercado del blues, rankeando en las listas pop.
La entrega se completa el domingo 28 de octubre con el volumen En estudio, que cubre los primeros veinte años de carrera del blusero con temas grabados para sellos como Crown, Modern, Kent y ABC. Allí están “Troubles, Troubles, Troubles”, “It’s my own Fault Baby”, “Treat me Right”, entre otros clásicos que anticipan desde sus títulos de qué viene a hablar el blues. En el calor del vivo o en la prolijidad del estudio, la guitarra de B. B. King hace la diferencia, secundada por bandas también virtuosas, que incluyen una guardia fiel de vientos que hacen aún más brillante cada canción.
Riley Ben King nació en Ittabena, Mississippi, el 16 de septiembre de 1925. Como correspondía a un joven negro de Mississippi, trabajaba en las plantaciones y cantaba en grupos de gospel, y también tocaba la guitarra. Alguna vez recordó: “Cuando íbamos a la escuela en Mississippi, teníamos ‘Little Black Sambo’. Eso es lo que aprendías: cada vez que algo no andaba bien, se lo llamaba ‘negro’. Tenías un lunes negro, un viernes negro, una oveja negra... Por supuesto, todo lo demás, todo lo bueno, es blanco. Blancas navidades, etcétera. Hay que prestarle atención al lenguaje, escuchar lo que realmente está diciendo”.
A los 20 años, su mudanza a Memphis y una aparición radial que resultó un éxito marcaron su destino. En sus primeras intervenciones radiales (los raccontos históricos nunca olvidan mencionar que promocionaba un tónico medicinal llamado Peptikon, con diez minutos diarios para tocar lo que quisiera, siempre que terminara con el slogan de este producto) ganó su primer apodo: “The Beale Street Blues Boy”, en referencia a una famosa calle de Memphis donde se multiplicaban los clubes de blues, Beale. Aquel mote se transformó luego en “Blues Boy King”, para terminar abreviado para siempre como B.B. King. Hasta hace poco tiempo y con más de 80 años, B. B. seguía fiel a su confesa adicción al trabajo, dando unos 200 shows por año (bastante por debajo de su record histórico: en 1956 dio exactamente ¡342 conciertos!). La revista Rolling Stone de 2003 lo nombró como el guitarrista más grande en vida, tercero entre los cien mejores de todos los tiempos, debajo de Jimi Hendrix y Duane Allman. Al frente de sus propias grabaciones o en participaciones que también fueron célebres, como aquellas con U2 o Eric Clapton, o sellando una amistad con Pappo, por ejemplo, las múltiples facetas del artista remiten a una sola: la de un renovador excepcional, que hoy se disfruta como clásico.
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