DISCOS › TRES OBRAS DE SHOSTAKOVICH EN VERSIONES MAGISTRALES
En una grabación en vivo, la excepcional pianista logra, junto a eminentes colegas, interpretaciones que unen fuerza y delicadeza.
› Por Diego Fischerman
Amar la música no es exactamente lo mismo que amar ser músico. La vida profesional, en un ámbito de altísima competencia, implica, casi siempre, hacer lo que no se tiene ganas. O, como lo explicó una vez Martha Argerich, “estar solo en un hotel de una ciudad extranjera cuando uno querría estar acompañado y en su casa”. Y es que Argerich tal vez sea la única que logró encontrar una manera de conciliar ambos amores aunque, es claro, imponiendo sus propias condiciones. Su receta –una receta que el mercado le acepta sólo a ella, en realidad– tiene que ver con un repertorio elegido de acuerdo con su gusto y jamás a las necesidades de una empresa discográfica, pocos conciertos y menos grabaciones y, sobre todo, al paulatino abandono de su carrera como solista. Argerich, cuando toca, ya no está sola en ciudades extranjeras; participa, junto a sus amigos, de festivales que llevan su nombre y, si no hace obras con orquesta, interpreta música de cámara.
De un tiempo a esta parte, todos sus discos son grabaciones en vivo realizadas en esos festivales y, en particular, en el de Lugano, en Suiza. Las ediciones 2005 y 2006 de ese festival tuvieron su correlato en publicaciones del sello EMI que, ahora, acaba de editar –también en versión nacional– un impactante broche de oro. Grabado también en ese festival, en 2006, el último disco está dedicado a Dmitri Shostakovich. El Concierto No. 1 para piano, trompeta y cuerdas, el Concertino para dos pianos y el Quinteto para piano y cuarteto de cuerdas encuentran versiones magistrales y difícilmente superables. La primera de las obras tiene como solistas a Argerich y el virtuoso trompetista Sergei Nakariakov, junto a la Orquesta de la Suiza italiana dirigida por Alexander Vedernikov. En el Concertino, Argerich comparte el protagonismo con Lilya Zylberstein y en el quinteto con su hija Lida Chen como violista, Renaud Capuçon y Alissa Margulis en violines y Mischa Maisky en cello.
Se habla habitualmente de la afinidad de Argerich con las obras en las que el ritmo es el motor y con la idea de impulso. Es cierto, por supuesto, pero injusto. Porque lo lírico, la ironía, el sarcasmo, incluso la delicadeza extrema, le son tan propicios como la fuerza. Y en estas obras de Shostakovich esa capacidad para desnudar cada matiz, para frasear con detalle extremo pero sin perder fluidez y naturalidad, aparecen en primer plano. Importa, también, el nivel de diferenciación entre los estilos de las tres obras incluidas. El Concierto, de 1933, el Quinteto de 1940 y el Concertino de 1956 reflejan, además de los vaivenes de la relación entre Shostakovich y la estética oficial –a la que infructuosamente siempre trató de satisfacer– un creciente ascetismo y una cercanía cada vez más acentuada con el mundo de abstracción diseñado por los últimos cuartetos de Beethoven.
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