DISCOS › LAS NUEVAS EDICIONES DE LA SERIE GRAN PRIX
La colección del decano sello Deutsche Grammophon hace un rescate de grabaciones notables, todas ellas ganadoras de premios.
Más allá de la fecha de nacimiento, en 1980, y de la muerte anunciada por las vías de Internet –aunque en la música clásica el efecto es mucho menor que en el pop–, el CD tuvo, en sus primeros años, una vitalidad comparable a la de los comienzos de la industria discográfica. Aunque, claro, con un costo mucho menor. El efecto inmediato fue que la cantidad de producciones se multiplicó hasta límites inimaginables. Estaban, por un lado, las viejas versiones que los amantes de la música habían atesorado en LP, que debían pasar al nuevo formato. Y estaban, también, las nuevas, donde, para competir con los viejos maestros entraban a circular los nombres recientemente llegados a la escena y, a veces, los propios viejos maestros, ahora en grabación digital.
El mercado clásico era dominado entonces por unos pocos sellos y, en particular, por Deutsche Grammophon, el primero que, en tiempos de 78 RPM, había grabado obras completas y no fragmentos. Podría pensarse que en esas grabaciones de obras de Bach y Beethoven, realizadas en la época de la Segunda Guerra por una compañía que llevaba la palabra “alemana” en su nombre, había una política. Pero más allá de las intenciones de expansión cultural del nazismo, los nombres de Herbert von Karajan y Karl Bohm, por nombrar algunos, se incorporaron al imaginario de la música clásica casi como sinónimo de sinfonismo. Ya con el LP llegaron Martha Argerich, Leonard Bernstein, Carlo Maria Giulini, Claudio Abbado y Maurizio Pollini, entre muchos otros. Y, cuatro décadas después de los comienzos, Deutsche Grammophon todavía marcaba el terreno. Desde el año pasado, la serie Grand Prix rescata ese repertorio, en muchos casos bastante reciente y ya editados originalmente en formato CD, con una condición nada desdeñable: la colección sólo incluye las ediciones que en su momento fueron premiadas.
La filial local ya había publicado algún volumen, como el notable disco en el que Anne Sofie von Otter interpreta canciones de Grieg acompañada por Bengt Forstberg (ganadora de uno de los galardones más prestigiosos, el de la revista inglesa Gramophone), o la histórica versión de la Sinfonía Nº 5 de Mahler con conducción de Bernstein. Ahora llegó el turno de una nueva camada y la calidad de los títulos, sumada al atractivo del precio, la hacen imperdible. Bernstein, con la Filarmónica de Los Angeles, hace Rhapsody in Blue de Gershwin, el Adagio de Samuel Barber y Appalachian Spring, el ballet que Aaron Copland escribió para Martha Graham (Grand Prix du Disque 1984). Pollini, junto con la Sinfónica de Chicago dirigida por Abbado, entrega su mirada, insuperable en muchos aspectos, de los Conciertos Nº 1 y Nº 2 de Béla Bartók. Karajan dirige la Sinfonía Nº 9 de Beethoven con la Filarmónica de Berlín, el coro Singverein de Viena y los solistas Anna Tomowa-Sintow, Agnes Baltsa, Peter Schreier y José van Dam (Grammy 1979). Bryn Terfel interpreta canciones de Schubert con Malcolm Martineau al piano (Gramophone 1985). Y, por último, pero lejos del último lugar en importancia, las grabaciones de Horowitz en 1985 en un estudio neoyorquino: la Kreisleriana de Schumann junto con composiciones de Liszt, Schubert, Domenico Scarlatti y Scriabin.
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