Dom 07.09.2008
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TELEVISION › GONZALO BONADEO Y “SUS” JUEGOS OLíMPICOS

“Beijing fue como un gran Woodstock”

El conductor de TyC Sports recorre la trastienda de la transmisión y apuesta al comentario de un deporte sin fervor nacionalista: “Hay culto al erotismo del éxito”, dice.

› Por Julián Gorodischer

El señor Juegos Olímpicos hizo algunas cosas que podrían haber espantado público y, sin embargo, no dudó. Por ejemplo, ordenó televisar (entre otras cosas él es uno de los que decidían qué se veía en cada momento de la transmisión de Beijing 2008) un salto de una final de salto en alto en pleno ataque de Las Leonas. Ese tipo de decisiones, poco aconsejadas por programadores ávidos de un ídolo que haga renacer los chauvinismos de cada temporada de torneos mundiales, le hizo ganar fama de pionero e innovador. Nadie lo objetó: no le llamaron la atención ni le pidieron una corrección del rumbo sino que logró reforzar el aura de consagración en los pasillos de la sede central de TyC Sports.

Es común que algún practicante o un productor junior se acerquen a Gonzalo Bonadeo y le digan cosas como capo o lo suyo: sin palabras o me saco el sombrero.

Sos lo más

En el estudio, conversando, cada tanto, se le descubre una tendencia a relojear la cámara. Es una “máquina”: un tipo que a costa de una sobrecarga gozosa de horas en vivo fue asimilando los tics del aire, engolando la voz, acelerando la verba hasta hacerse presentador también en la vida fuera de cámara, manejando con destreza la situación de entrevista, marcando el tempo que por momentos tiende a la promoción de la empresa, nunca a destacarse en términos personales. A la pregunta sobre si su valor agregado es “la memoria” responderá que “lo más importante es que la gente haya podido disfrutar de 35 deportes diferentes”.

Combatió los cuerpos presenciales, se corrió a la expresividad de la voz, siempre a caballo de las actuaciones de deportistas que funcionan como colmo de imagen televisiva (belleza, eficiencia, espectáculo). Su modo de ser celebridad en sombras lo llena de gozo, lo ubica un paso antes de la explosión ególatra de los nombres rutilantes del aparato estelar. Su modo de ser es, además, completamente singular y totalitario; es una única voz que no comparte cartel ni espacialidad, que cuando debería convivir (en las transmisiones de fútbol) cede paso a una dupla, corrido de la escena. Su acto reflejo, durante la entrevista, está dado por el movimiento sistemático del cuello que redirecciona la mirada hacia la lente, su conciencia de tercero imaginario, ahora mismo cuando se sabe fuera de campo, en una impasse, aun habiendo forjado su yo mediático en transmisiones de tipo radial en las que destaca no el carisma o la presencia física sino el amor por el deportista, manifiesto en el relato desapasionado, hipnotizado ante los saltos, las acrobacias, los tiros de disco o de jabalina, también por las mujeres (las jugadoras de hockey de Holanda, la garrochista rusa Isinbayeva), entregado a esos cuerpos como algo más intenso que un fan: un archivista.

Recopila y memoriza cada marca, cada record mundial y logra su mayor ventaja comparativa contra lo que fueron –por ejemplo– los comentaristas-deportistas de Canal 7 con mucho guión tercerizado: lo suyo es un saber enciclopédico dicho de manera amena, soltado con espontaneidad, enmarcando la prueba en un comentario fluido y muy bien informado.

Cambios de ánimo

Como si se hubiera enfrentado a ese estado de ánimo exitista que nos circunda y anticipara el vuelco que vendría, injusto, cuando apareciera la de oro para el fútbol, Bonadeo empezó a hablar menos de medallas y más de records batidos. Su unidad de medida fue el record del mundo y no el podio ni el himno; de allí que intercalara finales con saltos o 100 metros llanos entre los partidos que involucraban a los colores nacionales; su aporte fue a la recuperación del interés en lo deportivo puro, un estado anterior a la hinchada, una zona que precede a los hurras y los linchamientos a cargo del público.

Las panorámicas son para el Cubo de Agua, el Nido de Pájaro, esas maravillas arquitectónicas cuya descripción puso al relato de Bonadeo en la línea de las intervenciones cultas de Víctor Hugo Morales, un paso antes de llegar a las reseñas de ópera que hace el uruguayo dando el pase a Magdalena en Radio Continental. Y otra vez a rescatar al deportista concebido como paria, y Bonadeo como defensor de lo que sería el eslabón más débil de la cadena de vanidades, muy por debajo del astro rocker Michael Phelps: el competidor argentino con el que se debería ser siempre compasivo.

–Por cada dos deportistas viaja un dirigente o un extra –dice Bonadeo–. Todos se rompen el lomo para llegar a un juego olímpico. No fue ni mala ni la mejor performance. Cuatro de las medallas fueron previsibles y repetidas. Los mayores grotescos pasan por creer que con alguna beca o un dinerito se solucionan los problemas. La situación no es ni muy buena, como dijo Morresi, ni muy mala. Sobre pruebas mensurables, como natación y atletismo, habría que hacer un trabajo de otro tipo. Que el que logra la marca la haga cuatro veces en un año, para que no parezca por casualidad. Que estén constantes en sus marcas. Hay chicos que estuvieron muy lejos de su marca.

Moderarse

Su comentario fluido, un chorro que se autoalimentaba de una fuente tan vasta como inagotable, durante los Juegos Olímpicos tuvo un dejo monocorde que sin embargo no llegaba a resultar aburrido. Por lo contrario, se destacaba del fervor nacionalista, ese vicio del que cuesta tanto despegar a los relatores de partidos.

Quizá por eso no haya comentado el fútbol, esa zona inmoderada e indomable que no parece terreno tan franco como el básquet o el hockey para cambiar la alocución desesperada de los goles propios y ajenos por una referencia numérica a otras fechas muy lejanas o la celebración de desempeños individuales antes que de resultados. Gonzalo Bonadeo admite en la entrevista que él celebraba las veces en que un nadador mantenía su marca lograda en su país, actitud que parecería insólita en cualquiera que no esté como él enamorado del deporte, y consustanciado con la técnica al punto de preferir la belleza de un salto con garrocha a la acumulación de tantos de cualquier disciplina colectiva.

Hay quien vio –señoras que le escribieron quejas airadas por correo electrónico– en su relato una preocupación excesiva por las formas femeninas, y él no se sintió tocado.

–Te puedo hablar de Isinbayeva –dice ahora–: no sé si es la mujer más linda que conozco, pero si le sumás que salta lo que salta y gana en todo lo que compite es la mina más linda que conocí en mi vida. Supongo que lo mismo le pasará a Lindsey Lohan con Michael Phelps. Usain Bolt, grandote, canchero hasta las manos y que honra su condición de canchero cuando termina el record mundial golpeándose el pecho y mirando a los costados. Entonces, decís: este tipo es un monstruo. Creo que hay una especie de culto al erotismo del éxito. A todos se nos cae la baba por las pendejas que juegan en Holanda, por cómo juegan y por lo lindas que son. Por las argentinas también, y por alguna neocelandesa. Pará, loca (a la mujer que lo objetó por correo), están buenísimas y son inalcanzables. Hay no menos de quince de salto con garrocha que me encantan.

En otros tramos de la charla, la gestualidad se relaja, el ritmo decae y la reminiscencia al hablar de las mujeres deportistas es paternal/ casta: “Georgina (por Bardach) tuvo un problema personal, pero me pareció patética la condena a su actuación. La natación es la elite de la elite, y en ese contexto ya ganamos una medalla. Fue una actuación impresentable, tan obviamente anormal que no se puede ni evaluar”.

Fenómeno

–De su actuación se destaca su memoria hiperdesarrollada.

–La memoria no se pierde sino que se agota. Yo me acuerdo de muchas cosas más de los juegos del ’86 que de los de hace una semana. Cuando en el ’96 encaramos Atlanta no habíamos hecho nunca una cosa así en Argentina. No tengo idea de por qué interesa cada vez más.

–Y sobresale también la reivindicación de deportes muy marginales en el país, como si usted fuera un gourmet que quiere compartir su gusto con el público.

–Llegamos a querer compartir las finales de arquería. Son doce flechas por tipo: es rapidísimo y fácil de entender. Si la gente lo entiende y están los mejores, por qué no. Son muy pocos los deportes, como la lucha, que son difíciles de entender. Es una especie de gran Woodstock: está lo mejor de lo mejor. Ni siquiera Woodstock, porque en ese caso habría que ampliarlo al jazz, al blues, a la música clásica.

–Era evidente la suspicacia sobre la cantidad de records mundiales que se batían a diario.

–Hay que levantar un poco la cortina ya. Creo que hay que separar entre las sustancias de peligro para el humano y las otras, y terminar con el caretaje. Nadie cree que hace 20 años no haya habido un dopping masivo. Carl Lewis estaba dopado en Seúl, lo que pasa es que no le saltó. Yo no sé si Robles de Cuba está químicamente limpio.

–La novedad sería el doping textil con los trajes de cuerpo entero que fueron extinguiendo los slips y las sungas de otros años.

–Es muy sutil lo del traje. Me da más por pensar en las virtudes de la pileta, con un andarivel más, más ancha: la turbulencia se va en vez de volver hacia el agua. Ir por el medio o las puntas era casi lo mismo. Tenía un metro más de profundidad de las normales: el agua que va a los costados termina pasando por abajo y se diluye en la profundidad. Y los records se baten por centésimas o milésimas.

–Pero en la tele lo sugería.

–Si me pongo yo ese traje no voy a nadar más rápido. Es finito, salís casi seco, pero es un aporte menor al de la resistencia del agua.

Conmoverse

Si su pequeña revolución es desmarcarse del relato crispado y aplacar la tensión ante triunfos o derrotas, su sueño es poder por una vez no estar en dos lados a la vez (por ejemplo, en la pista de atletismo y en la cancha de ho-ckey). Su utopía es una escena integrada, un pleno de sentido en el que record mundial y camiseta nacional pudieran ir juntos; es la escena de su propio relax, el momento que lo encontraría centrado y focalizado. La ambición de desmarcar su figura de la dinámica de un zapping frenético, de un apueste y gane (que encontraría el fracaso al perderse un gol por saltar de prueba en prueba) todavía parece muy lejano. Soñar, soñar...

–Lo ideal sería que un argentino batiera un record mundial, pero lo veo complicado todavía.

–¿Qué lo conmueve más: estar presente ante el record mundial o el gol de un equipo argentino?

–Me tocó estar en los 100 metros llanos cuando cruzó Bolt, palmeándose el pecho. Casi le podía tocar la cabeza. Me jodería no haberlo visto porque hablaran Riquelme, Messi o Agüero. Los Juegos Olímpicos son de los mejores deportistas del mundo, en acción.

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