Lun 08.06.2009
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TELEVISION › MITOS, CRóNICA DEL AMOR DESCARTABLE

Un hombre a la caza del pasado

El nuevo unitario de América arranca de la conocida premisa “el dinero no es todo”, pero el modo en que desarrolla la historia y el notable trabajo de Germán Palacios le dan otra profundidad, no exenta de cierta carga de misterio.

› Por Emanuel Respighi

Martín Monsalvo (Germán Palacios) es un tipo que parecería tener las cosas bien claras. Para él, la manera de encarar la vida no contempla giros drásticos ni arrastra dudas existenciales. Exitoso y calculador, el protagonista de Mitos, crónica del amor descartable (miércoles a las 22.15, por América) no hace diferencia entre su vida personal y la profesional: maneja la martingala de la Bolsa con los mismos valores con los que organiza su familia. “La regla número 1 es nunca perder dinero. Y la regla número 2 es nunca olvidar la regla número 1”, son sus dos principios. “Para ganarlo todo, hay que perderlo todo”, agrega. Sin mayores riesgos que a los que se expone cotidianamente como operador de Bolsa, está convencido de que el dinero es el inequívoco camino hacia la felicidad. Por eso ve la oportunidad de su vida cuando alguien le pasa un dato clandestino en la Bolsa que lo convierte de un día para otro en multimillonario. Sin embargo, ese mismo día la vida le demuestra que la felicidad plena no pasa por la cantidad de ceros que acumule en su cuenta bancaria. Hay cosas que el dinero no puede comprar.

En sintonía con esos frenéticos días por los que atraviesa Jack Bauer en cada una de las temporadas de 24, la trama de Mitos... comienza contando el día en el que la vida de Monsalvo cambió para siempre. Y el sentido que él creía que tenía, también. Preparado para dar el gran salto que durante años esperó, gracias a una maniobra ilegal en la Bolsa que le depara millones de dólares, el operador de la city porteña cree tenerlo todo: mucho dinero (pero mucho), una mujer ejemplar, hijos sanos y el status de exitoso del que disfruta arriba de uno de esos autos que, como él dice, no anda ni corre, “se desliza” por el asfalto. Pero por esas arbitrarias coincidencias de la ficción, mientras disfruta del momento inmediatamente posterior a ese golpe se topa en un semáforo con una imagen que le hará ver que aquello que consideraba “la verdad de la vida” se le derrumba como una pirámide hecha con cartas: alguien que parece ser su mujer (Florencia Raggi) se besa con otro hombre en un auto.

Angustiado y conmovido por ese día en el que debería haberse sentido el hombre más feliz del mundo, Monsalvo siente la necesidad de refugiarse en la casa de su madre (Rita Cortese), aquella en la que se crió. Ido y visiblemente confundido, el protagonista encontrará en el cuarto de su adolescencia, que permanece inalterable desde que lo abandonó, un nuevo sentido a su vida: intentar satisfacer sus deseos pasados, instintivos, sexuales, probablemente genuinos. Rodeado de posters y revistas de los ’80, Monsalvo decide ir en búsqueda de esos iconos que le habían despertado sus deseos sexuales cuando adolescente. Y comienza con Susana Romero, con quien hace realidad aquello que tanto ambicionó. “Me sentía vacío e insatisfecho. Entonces lo supe, esa noche lo supe: supe que no era Susana Romero, supe que para dejar de sentirme un extraño tenía que volver al origen, a los deseos que tenía cuando tenía 14 años”, piensa, definitivamente convencido de ir a la caza de Adriana Brodsky, Patricia Sarán, Silvia Pérez, Silvia Peyrou, Mónica Gonzaga y otras bellas mujeres con las que tuvo sus primeras poluciones nocturnas.

Producida por Rosstoc, la empresa de Gastón Pauls y Alejandro Suaya, en asociación con Fox Television Studios, Mitos... es el nuevo unitario de América. Al igual que el programa con el que la productora desembarcó en la ficción (Todos contra Juan), la trama de la serie propone un viaje hacia atrás en el tiempo, que a esta altura pareciera ser un objeto de análisis recurrente para la gente de Rosstoc. Esta vez, el anclaje con el pasado reciente no es otro que la recuperación de aquellos iconos sexuales de los ’80, pero que en su transcurso brinda una pincelada de la sociedad actual, cuestionando los valores que propone y el rol descartable que se les da a las bellas mujeres.

El viaje hacia el pasado que inicia Monsalvo sirve más como una excusa para pintar un sofisticado fresco del funcionamiento de la sociedad moderna, donde todo se corrompe al punto de no dejar resquicio –ni siquiera– para soñar. Y mucho menos para (intentar) hacer realidad aquellos deseos genuinos, puros, sin estar contaminados por las convenciones de una sociedad en la que el éxito está asociado pura y exclusivamente al dinero. Sin caer en un ensayo, el punto de vista de Mitos... apela al trazo grueso de la oposición el mismo día del auge y la caída del protagonista, para profundizar con sutileza y refinamiento en las miserias e hipocresías del perverso juego socio-económico-cultural en el que cayó la existencia humana actual.

La manera en que Mitos... encara ese derrotero del protagonista es lo mejor del unitario. Sin forzar el humor o la tragedia, el letargo del relato, signado por la constante voz en off de Montesalvo, le otorga al ciclo una identidad que profundiza el estado por el que atraviesa un tipo que de repente se da cuenta –se lo hacen notar, en realidad– del tiempo perdido, yendo por el camino equivocado al de su verdadero ser. La interpretación de Palacios, que retomó la TV después de Tumberos, se corresponde con esa idea: sus gestos mínimos, su semblante imperturbable, refuerzan la sensación de desolación en la que cae. Minimalista en su forma y en sus diálogos, el nudo dramático de Mitos... se cocina a fuego lento, sin perder el sabor que produce en los televidentes estar frente a una historia que, aunque cada capítulo narrará la cacería de una nueva-vieja “presa”, está plagada de misterios sobre qué será de la vida de su protagonista.

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