TELEVISION › MAXIMILIANO GUERRA HABLA DE SU ROL COMO JURADO DE TALENTO ARGENTINO
El bailarín se ha convertido en el “Simon Cowell argentino” por su participación en el ciclo de Telefe, al que define como “de entretenimiento, pero que difunde cultura”. “Me enoja la falta de respeto al escenario”, dice para justificar sus reacciones.
› Por Emanuel Respighi
Jura una y otra vez que no armó ningún personaje. Que lo que se ve de él en Talento argentino (jueves a las 22.45, por Telefe) no es otra cosa que la faceta menos pública de su personalidad. Desconocida para el común de la gente, porque –confiesa– sus allegados la “padecen” a diario. Alejado de la belleza que suele desplegar arriba del escenario, admite que en su rol de jurado sólo se muestra tal cual es. Que cuando le aprieta el botón de eliminación a Catherine Fullop, indignado por lo que le ofrecen quienes concurren a esa suerte de casting federal, lo hace porque simplemente no puede soportar ver más. O cuando les devuelve a los participantes un lacónico “sos un desastre, seguí practicando”, lo hace no desde la maldad sino desde la exigencia que se autoimpuso desde muy chico, cuando bailar en el Colón o en la Scala de Milán ni siquiera pertenecía al mundo de sus sueños. De bailarín a showman, Maximiliano Guerra se convirtió en un sorprendente centro de atracción televisivo. “Soy más exigente que malo”, aclara el Simon Cowell (por el controvertido jurado de Britain Got Talent y American Idol) argentino en la entrevista con Página/12.
No deja de ser llamativo que alguien vinculado durante tantos años con la danza clásica y contemporánea, reconocido en todo el mundo como un excelso bailarín, se haya animado a convertirse en un personaje televisivo. Tampoco es una sorpresa: Guerra fue uno de los pioneros –junto a Julio Bocca, en menor medida– en sacar la danza del ghetto y llevarla a otros ámbitos y públicos. A mediados de los ’90, no dudó en dar el salto a la pantalla grande y protagonizar Canción desesperada, el film de Jorge Coscia. Tampoco tuvo pudor en incorporar a sus espectáculos de danza ritmos “novedosos”, como el rock o el tango. Y hasta el día de hoy se recuerda cuando a fines de los ’80 decidió bailar a cielo abierto y gratis en pleno centro, a raíz de un problema en el Teatro Colón. Lo suyo, está claro, es romper el molde, alejarse de las estructuras. Y en ese camino es que se animó a aceptar ser jurado de Talento argentino, la versión local de Britain Got Talent.
“No quiero ni pretendo ser un artista de elite”, dispara Guerra, que paralelamente a las grabaciones del programa recorre la Argentina con el Ballet del Mercosur, la compañía que fundó y dirige desde hace diez años. “Cuando me ofrecieron ser jurado de Talento argentino me parecía una locura, porque soy de otro palo: no miro televisión, no me interesa el medio y tampoco soy mediático. Hasta que me contaron el proyecto en una reunión, vi algo del formato original y me pareció divertido. Noté que Talento argentino era parte de una opción televisiva alternativa, que puede ver toda la familia, donde se puede estar tranquilo de que no van a aparecer tetas y culos, ni de que se hablen pelotudeces de personas o se ventilen peleas”, subraya el bailarín.
–Ser parte del jurado de Talento argentino, junto a Catherine Fullop y Kike Teruel (Los Nocheros), era una apuesta de riesgo para usted, que viene de un mundo que se encuentra en las antípodas de la TV.
–Cuando empecé no tenía mucha idea de lo que iba a hacer ni de cómo iba a sentirme. En el primer programa que grabamos en Tucumán, me acuerdo de que teníamos un inglés que supervisaba todo y controlaba que se respetara el formato. Quería, básicamente, que nosotros fuéramos tal cual, que por eso nos habían elegido, que no nos convirtiéramos en otra cosa. Al principio, tenía miedo de meterme en esa cosa macabra que tiene la TV. Pero, por otro lado, me pareció buena la idea de buscar talentos y ayudar a muchos artistas con el primer empujón. Me pregunté qué me sumaba o restaba más. Y decidí ser parte del programa porque a mí me gusta laburar para la cultura, para mi país. Nunca me importó mirar a los costados y dejarme llevar por lo que piensan los demás.
–Se dice que por sus maneras y sentido crítico usted es el Simon Cowell argentino...
–Soy muy crítico por una razón básica: para mí, el escenario es el lugar más sagrado del mundo. Lo que me pasa cuando al ciclo vienen los freakies es que reacciono por enojo, porque el escenario es mi vida. A mí el escenario me posibilitó desarrollarme como ser humano, formar una familia, conocer el mundo, bailar con grandes bailarines, tener una casa y hacer realidad muchísimos sueños. Entonces, la falta de respeto al escenario me mata, me enoja muchísimo y no lo puedo disimular. Ni tampoco quiero hacerlo.
–¿Pero el que se ve en Talento argentino es usted en estado puro o un personaje? Parte del atractivo del ciclo es ver a aquellos que buscan salir en la tele de cualquier manera.
–Hay mucho de honestidad en mi devolución. La gente ve en la TV el Maxi que no conoce: el exigente, el que se enoja cuando algo sale mal, el que caga a pedos a un bailarín porque se equivocó en una función. Creer que soy en mi vida personal el mismo que baila en el escenario es una tontería. Cuando debutó Talento... estábamos con el Ballet del Mercosur en Santiago del Estero, por lo que vimos el programa juntos. Y cuando comenzó su número el primer participante, uno de los chicos dijo: “Uyyy, miren, Maxi tiene la misma cara con la que nos mira a nosotros”. Soy tal cual.
–¿Se da cuenta de que con sus reacciones se convirtió en un ingrediente de atracción fundamental del ciclo?
–Es que si después de ocho horas de grabación viene alguien a hacer el ridículo, probablemente aflore lo peor de mí, como mirar el reloj y hacer notar que estoy perdiendo el tiempo. De todas maneras, creo que el programa es un punto de giro en la TV, ya que demuestra que se puede difundir cultura sin ser solemne, a la vez que se puede entretener sin faltar el respeto al otro. Es un ciclo que tiene mucha calidad.
–¿Realmente cree que Talento argentino es un programa cultural?
–Es un ciclo de entretenimiento que difunde la cultura argentina. Por el programa pasan infinidad de folkloristas; bailarines de malambo, clásicos, neoclásicos, árabes, de tango; cantantes populares, líricos... Todo eso es parte de nuestra cultura. La cultura no pasa por el Colón: es la conjunción de todas y cada una de las cosas que los argentinos hacemos a diario.
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