TELEVISION › UN GENERO EN DECADENCIA
J. C. Mesa y Santiago Varela analizan la escasez de ciclos humorísticos en la TV.
› Por Emanuel Respighi
Aunque se conocen desde hace tiempo y se tienen una profunda admiración mutua, nunca llegaron a compartir un equipo de trabajo. Sin embargo, tanto Juan Carlos Mesa como Santiago Varela comparten el privilegio de haber sido guionistas de los míticos y certeros monólogos del recordado Tato Bores, un humorista genial y a la vez punzante como pocos en la historia de la TV argentina. Mesa, autor de innumerables éxitos televisivos, pergeñó la letra del capocómico en Tato vs. Tato (1979) y Tato por ciento (1981). Por su parte, Varela fue el último libretista de Tato (entre 1988 y 1993), trabajando en las sombras de ciclos como Tato diet, Tato al borde de un ataque de nervios, Tato de América y Good show. Con este pequeño gran antecedente bajo el brazo, Página/12 reunió a ambos guionistas en busca de analizar las razones por las cuales la TV les da la espalda a los ciclos de humor propiamente dichos.
Muy atrás quedó la época en la que la TV estaba inundada de ciclos humorísticos encabezados por capocómicos, desde Pepe Biondi, Dringue Farías, Alberto Olmedo, Juan Carlos Altavista, la troupe uruguaya de Telecataplum y hasta el mismísimo Tato. De hecho, a excepción de Guillermo Francella, el medio local atraviesa una alarmante falta de capocómicos. ¿Cuánto de eso se debe a que los programadores dejaron de apostar a un género que durante buena parte de las décadas del 60, 70 y 80 sentó a la familia argentina alrededor del televisor como ningún otro? ¿El hecho de importar ciclos de humor como La niñera, Casados con hijos o ¿Quién es el jefe? habla de una llamativa falta de ideas dentro del humor argentino? En este contexto, ¿en qué lugar quedaron los guionistas de humor?
Juan Carlos Mesa: –Los costos hacen muy difícil llevar a cabo un buen programa humorístico, con un destacado elenco de actores. Hacer un programa diario de humor es un riesgo muy grande en relación con un género como la telenovela, que puede enlatarse y venderse al exterior. No hay que olvidar que a no ser que sea una obra de arte, como El Chavo o El Superagente 86, el humor siempre es muy local.
Santiago Varela: –Hay muchos programas que ni siquiera tienen guionistas... El humor en TV tiende a desaparecer por un problema de costos. En esta TV de estrellas, los guionistas de humor quedaron relegados. Hace años, detrás de cada programa de humor había un equipo de cinco o seis guionistas. En cambio, hoy el peso del humor descansa sobre los hombros del humorista. No sólo por un recorte presupuestario, sino porque muchos no aceptan el guión escrito por otro... Hay una chatura general en el humor argentino por la velocidad que se exige. Tato, por ejemplo, estudiaba y ensayaba el monólogo durante toda una semana. Hoy en día, cualquier actor tiene ocho ciclos a la vez, entre TV, radio, teatro y publicidad. Esa voracidad no da tiempo material de nada.
–El trabajo del guionista parecería, hoy, desdibujado...
S. V.: –Pero además era un tipo muy generoso. No era egoísta. Les daba lugar a todos sus compañeros de elenco. Generosidad que hoy pareciera no ser compatible con los capocómicos...
J. C. M.: –Por lo general, el capocómico tiene grandes celos profesionales. En elencos numerosos, el capocómico suele ser mezquino con sus compañeros. El capocómico se siente el dueño absoluto de todo, de los guiones, de la puesta, del éxito...
S. V.: –Tato aparecía una vez por semana en TV, lo que hacía que la gente siempre quisiera más. No saturaba. Jamás se le hubiera ocurrido hacer un ciclo diario. Es muy difícil mantener diariamente un buen nivel en el humor. Llega un momento en que las ideas, los gags, la estructura cómica se repiten. Un programa de humor, sin un equipo de guionistas detrás, tiene que recaer invariablemente en la improvisación o la repetición.
–Los programas de humor descansan, hoy, sobre el histrionismo del capocómico más que en los guiones, salvo en las sitcom... Hay un menosprecio por los guionistas locales.
J. C. M.: –No hay lugar para los guionistas. No hay ni tiempo ni plata. Y así nos va... Tampoco hoy hay tantos capocómicos como antes. Ya no están Sandrini, Marrone, Biondi, Balá... No hay tantos capos y se le da rienda suelta a la improvisación. Son los costos los que marcan las tendencias televisivas. Los canales empiezan por ahorrar dinero en los guionistas, en los capocómicos y terminan haciendo ciclos de entretenimientos. Es un círculo vicioso.
S. V.: –Francella es uno de los pocos. Casados con hijos es un buen programa, pero el libro es comprado, importado. ¿Cuántos Francella hay? ¿Y cuántos libros buenos se pueden comprar afuera?
–Este año hubo un hecho llamativo. Alfredo Casero volvió al humor con A todo culorr y el ciclo duró sólo una emisión...
S. V.: –A todo culorr es un claro ejemplo de cómo un programa de humor confía todo su potencial en un único tipo, sin libro detrás.
J. C. M.: –Yo lo admiro mucho. Alfredo es un tipo muy gracioso, que tiene un estilo de humor delirante que la gente de su generación compró. A mí me causa mucha gracia. Lo que pasa es que Alfredo es muy personal. Necesita trabajar con una comodidad que el texto no le da. El texto, para él, es un corset que lo asfixia. Alfredo necesita una libertad mayúscula. A Alfredo se le está debiendo un gran programa de humor.
S. V.: –Hacer humor solista es muy difícil para cualquiera. Una cosa es Cha Cha Cha, junto a Diego Capusotto o Fabio Alberti...
J. C. M.: –Tengo la impresión de que Alfredo es un humorista que tiene que insistir en el humor y hacer lo que realmente le gusta. Pero se va a tener que hacer alguna concesión, como la de sujetarse a ideas de otros. ¿Por qué cuando él hace una comedia dramática como Vulnerables crea un personaje, estudia la letra y puede trabajar al lado de un Alfredo Alcón y cuando se traslada al humor rompe todos los esquemas y no se ciñe a ningún guión? Las comparaciones son odiosas, pero si se toman valores históricos, como Benny Hill, que hizo un humor delirante, se trató de un humorista que estaba ceñido a una estructura. Muchas de las cosas que hacía eran creaciones de él y otras eran ideas de otros.
S. V.: –Lo mismo Chaplin, Los Tres Chiflados, El Chavo... que tienen libros atrás.
–¿Qué significa que El Chavo, a más de 30 años de su creación, siga siendo “el” programa de humor de la TV argentina?
S. V.: –Eso no habla ni bien ni mal de la TV. Argentina tiene la televisión que se merece. No se puede hacer una TV distinta a lo que somos. Desde hace años, en el país prima la idea de que no hay que laburar porque se puede afanar, de que estudiar no sirve de nada, de que el esfuerzo es en vano. Y eso se traslada a la TV, sobre todo en el humor: lo hacemos de taquito y lo atamos con alambre. Total, el humor no da prestigio como sí lo hace el drama o el unitario.
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