TELEVISION › OPINION
› Por Carlos Ulanovsky *
Claro que sí: hay muchos más. Sólo de lunes a viernes son diez, más dos o tres de conversación que también los utilizan. A esto deben añadirse seis ciclos de los sábados y dos del domingo. Lo dicho: veinte, más que seis, siete u ocho. Todo en TV abierta. En el cable la oferta se acrecienta.
Desde que existen los ciclos basados en archivos, los programas ya no son de nadie. De un modo impune, sin pagar un centavo de canon (en esto somos únicos en el mundo, donde 30 segundos de imágenes pueden alcanzar una cotización fabulosa), los canales se valen de momentos rutilantes ajenos y con eso arman contenidos a los que denominan originales. Para poner en escena esta clase de TV se nutren de situaciones como el detrás de escena más bizarro posible, los errores y las desmemorias ajenas, las tentaciones de risa, principalmente la autorreferencia. Y de un editor competente en la técnica del “Grabo, luego existo”, experto en elecciones de exabruptos, esos que en la emisión original casi todos miramos sin ver y escuchamos sin oír.
Probablemente todo haya empezado con las antologías de furcios políticos del psicólogo Miguel Rodríguez Arias, que llegó muy lejos en sus descubrimientos, porque los que faltaban a la verdad no eran cuatro de copas, sino figuras de la política que habían llegado al poder por el voto de los ciudadanos. Luego vino Perdona Nuestros Pecados (o PNP), de la familia Portal, que puso la lupa sobre otra pléyade de incumplidores de palabras y generadores de escándalos. Hasta que se sumó Televisión Registrada (TVR), que ya cumplió más de diez años ofreciendo un servicio esencial: el de desnudar fracciones del alma nacional, ésa a la que le perturba sobremanera un desnudo en horario inadecuado, pero no le hace ni mu la hipocresía más flagrante. En cualquier caso, cada uno a su manera, probaron que son mayoría los personajes que no resisten un archivo.
Lo que vino después –crisis económicas mediante, más el natural oportunismo de los que están en el medio– fue una permanente reproducción de las fórmulas originales. Por ejemplo, desde 2001 hasta hoy se estrenaron no menos de veinte ciclos archiveros. Y de 2004 a la fecha, incurrieron en el ventajerismo intolerable de vampirizar al programa líder en audiencia de cada temporada. El producto más reciente, Demoliendo teles (El Trece), está casi íntegramente basado en los dimes y diretes de ShowMatch. Esa misma noche, la del sábado, compiten el programa de Gelblung por el 13, Zapping (Telefe) y el ya clásico TVR (9). Pero no se habla tanto de ellos últimamente como de 6, 7, 8, otro producto de Diego Gvirtz, el hombre que en el 2007 declaró: “Hacemos periodismo subjetivo. Que es lo que hacen todos, sólo que nosotros lo blanqueamos explícitamente. No perseguimos la verdad, sólo opinamos. Tenemos una posición editorial. Tanto Duro de Domar como TVR representan una forma de pensar”, dijo entonces el factotum de la productora Pensado Para Televisión (PPT).
Aquellas declaraciones de Gvirtz tienen una manifestación desafiante y audaz en la producción que pone en el aire desde el canal estatal. Sus contenidos –sesgados, nada tibios– dividieron aguas, al punto de que miembros de la oposición los trasladaron al recinto legislativo como objeto de discusión. Desde su aparición, el envío intervino activamente y con una posición muy clara en casi todos los temas políticos de actualidad, como los de la puja no saldada entre el gobierno nacional, la oposición y algunos grupos de medios, especialmente Clarín y Uno. Se vuelve docente y de características únicas cuando descubre (en secciones como “La patria zocalera” o “Distinta vara”) procedimientos de medios y periodistas.
A pesar de falencias –poca variedad de invitados, proclamar opiniones como verdades absolutas, reiteración de imágenes, algún blanconegrismo conceptual que alcanza más a ajenos que a propios–, el programa aporta matices informativos necesarios y diferentes en el marco de un panorama mediático mayoritariamente hostil al oficialismo. El fenómeno generado por 6, 7, 8 no solamente lo ha rodeado de teleespectadores que encuentran en él informaciones que no figuran en la mayoría de los medios. Se podría afirmar que la identificación con el ciclo tiene signos de nueva y sorprendente militancia política. Algo notorio en ciertos actos públicos, en los que la identificación con el programa ofició como masivo estandarte de movilización.
* Periodista y escritor. Su último libro es Tato, el actor cómico de la nación (Ed. Planeta).
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