Mar 07.03.2006
espectaculos

TELEVISION › COMO SE VIERON LOS PREMIOS

Muchos pronósticos, pésima traducción

Fue una de las entregas más breves de la historia y, a la vez, la que se enorgulleció de los temas comprometidos de sus principales candidatas.

› Por Julián Gorodischer

En la alfombra roja de E!, las estrellas contestaron las mismas preguntas: con quién vino, quién la viste, dónde irá después. La arpía Joan Rivers, menos ácida que el año anterior, les elogió el vestido o la actuación, haciendo foco en las vidas privadas de los nominados como Matt Dillon (a “Mejor Actor de Reparto”, por Vidas cruzadas), “ex novio de Cameron Díaz –dictaba el subtítulo– durante muchos años”. El pre show de TNT y CNN en Español, en dúplex para toda Latinoamérica, aportó otro tono: el argentino Axel Kuschevatzky y la de tonada neutra Ana María Montero analizaron el tan mentado tono “comprometido” de la jornada, enumerando temas polémicos que vendrían luego: la homosexualidad, el racismo, la política..., en un pack arbitrario pero entrador.

Mientras las chicas Rivers seguían con su policía de moda, Kuschevatzky entrevistó al ganador Gustavo Santaolalla, indudablemente previsor: “Me siento en un Mini Cooper, con John Williams (histórico de la bandas de sonido, por Memorias de una geisha) yendo a mi lado en su Ferrari. ¡Pero a la Ferrari también se le puede pinchar una goma!”. Si la Rivers no sacaba el ojo del romance y el vestuario, Kuschevatzky fue más rápido para pintar retratos en tres líneas. Sobre el propio Dillon: “Es el actor que ha logrado trabajar en Crash y también en Herbie”.

Hasta aquí, la previa fue más prolija que otras veces, con notas en TNT pautadas de antemano, sin acceso a celebridades pero con abundancia de productores y guionistas. Antes de que el show comenzara, Jake Gyllenhaal eludía otra vez el monotema de la gala: “Casi todo ha sido preguntado, la cuestión de los besos ya es demasiado”, dijo a la cronista de E! “Tenemos las mismas respuestas a preguntas tales como si es lo mismo besar a una mujer.” Nunca pareció tan cantada la entrega del máximo galardón, al punto de que la propia Montero adelantó su apuesta: “Creo que ganará Secreto en la montaña”, dijo cuando todos la daban como ganadora. Los ex conductores, en la apertura, se excusaban de participar por estar ocupados en el interior de una carpa (Billy Crystal/Chris Rock) o cuidando a sus hijos de contenidos impropios (Steve Martin), dando por sentada la omnipresencia de Secreto.... Pero algo falló, y su guionista adaptador, Larry McMurthy, que sí se llevó un premio, sospecharía de las buenas intenciones de la Academia en el post show: “Quizás es cierto que los estadounidenses no quieren que sus vaqueros sean gays”.

Pero eso sería mucho después: por ahora, en pantalla, Hollywood seguía riéndose de sí mismo, actitud fomentada por el sarcástico Jon Stewart, conductor de TV hiperconocido por su noticiero irónico The Daily Show, proclive a la burla con estrellas pero poco afecto, esta vez, al humor político. La pésima traducción de TNT (un balbuceo inentendible) permitió inferir que no hubo citas a la administración Bush, pero a cambio Stewart y sus pares no cesaron de reírse de sí mismos. Nunca tan mordaz una entrega con el pasado de La Institución, con poco de la pátina para hacer llorar (ni siquiera en la austera entrega del premio especial a Robert Altman) y más autorreferencial que nunca cuando Stewart abrió el juego diciendo: “A mí no me parece que haya algo gay en los clásicos del Oeste”. En pantalla, se vio la sucesión de rifles-falos, manos acariciando caballos, pantalones ajustados y pantalones bajos. “Charlton Heston luce muy bien”, agregó el presentador. Siguió la pura onda revisionista cuando George Clooney agradeció su estatuilla a la “Mejor Actuación de Reparto” (por Syriana): “No sé cómo se comparan actuaciones –relativizó–, a menos que todos hayamos hecho el mismo papel”.

Y la tomada de pelo se hizo más graciosa cuando Ben Stiller presentó la categoría de “Efectos Visuales”. Vestido de verde, con capucha, hizo un falso truco de “desprendimiento de cabeza” que estaría a la altura de Guerra de los mundos o King Kong. Siguieron Will Ferrell mal maquillado, Jennifer Anniston protestando por el acoso del paparazzo y Owen Wilson comentando que ganó más en un subsidio por un film de lo que luego recaudó. La verba implacable sólo le abrió el juego a su contraparte: el orgullo ante “el año del compromiso”. Junto con los bufones, empezaron a subir al escenario los intérpretes de la tendencia... Samuel Jackson se jactó de que “películas osadas nos hacen pensar nuestra identidad”; el propio Clooney se dijo satisfecho de pertenecer a una industria que habló de sida y de derechos sociales antes que el resto, y el spot confirmó con planos de Conduciendo a Miss Daisy (por eso de la blanca y el negro ¡amigos!) y El gran dictador. El cínico Jon Stewart coronó con el remate justo: “Susan Sarandon nos está enviando un cheque por 50 mil dólares”. Como veterano que es, el honorario Robert Altman, al recibir su premio sin terna, relativizó esa vocación omnipresente de pasar a la historia. “Hacer una película –dijo– es como construir un castillo de arena en la playa, una estructura hermosa y compleja que luego el mar se lleva.”

En el año en que las nominadas a “Mejor Película” tocaron temas como homosexualidad, discriminación y listas negras, pocos discursos se orientaron a la política, pero hubo un momento –por acumulación– en que el escenario derrochó ondas de amor y paz, con poco margen para el agradecimiento a maridos y esposas (excepto la oda de Philip Seymour Hoffman a su madre, que habrá sido la delicia del psicoanalista atento) y mucha letra para el sermón cuasi pastoral. Para exorcizar, la Academia recordó en un clip que –aun en el año de la miniproducción– cabía un homenaje al “gran gasto” desde Amor sin barreras a King Kong (como si estuvieran reclamando que no se olviden de la fábrica de ilusiones).

De pronto, el sudafricano Gavin Hood gritó “Africa viva” al recibir su premio por Tsotsi (“Película Extranjera”) y empezaron a sumarse los panegíricos al amor que nos hace parecidos a pesar de ser diferentes (sic Santaolalla), al amor, la tolerancia, la verdad que hay en esta película (sic Paul Haggis, director de Vidas cruzadas), destilando ese confort que les daba saturar la escena de verdades abstractas, de ser finalmente –a mucha honra– la capital progresista, la ciudad asociada (según Jon Stewart) “al sexo libre, a la lujuria”, la que blanqueó sus historias sobre homosexuales en films bellos como Secreto... con la pátina freaky menos visible que la historia de enamorados. Pero algo falló sobre el final, cuando después de tanta bulla el gran Oscar se lo llevó Vidas cruzadas, bajo el espanto de algunos y la mueca helada de los otros, forzando a Haggis a declaraciones imponentes como soy el héroe y el villano de mi vida, exagerando las implicaciones de esa historia coral sobre ¡la tolerancia!, ahora que –de pronto– con la derrota de Secreto... se iba también el boom gay, la fundación de un nuevo cowboy. Todos se fueron del Kodak Theatre sin grandes palabras pero con la canastita de 100 mil dólares en canjes –según confió en la previa Salma Hayek–, más estimulante para estrellitas y estrellados que cualquier sermón.

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