TELEVISION › TODO ROSSELLINI PARA LA TELEVISION
› Por Luciano Monteagudo
En 1963, en pleno apogeo de la nouvelle vague y la revolución de los nuevos cines nacionales, Roberto Rossellini, entrevistado por Eric Rohmer para los Cahiers du Cinéma, que siempre habían visto en él una suerte de oráculo, el director capaz de anticiparse a su época, les decía:
–Me he decidido a no hacer más cine. Se puede hacer otra cosa, que pronto verán. Ya sé que se me dirá: “¿Cómo? ¡Se jactaba de no querer hacer cine y está haciendo cine!”. Pero lo que haré no entra de manera alguna en el cuadro habitual del cine. Me propongo rodar cierto número de cosas que tienen un valor sobre todo didáctico. Creo que es necesario hacerlo cuando se ha caído tan bajo.
–El didactismo y el arte jamás se han llevado bien...
–Me río del arte. Eso significa renunciar a bastantes cosas. Es una posición moral, a la que puedo llamar incluso –si me permiten emplear la palabra– heroica. Lo que todo hombre busca instintivamente es ilustrarse. Yo no pretendo ilustrarme, sino ser útil. Util desde el punto de vista humano.
El gran humanista del cine, aquel que en Roma, ciudad abierta (1945) y Paisá (1946) había inventado el neorrealismo; el mismo Rossellini que en Alemania año cero (1948) comenzó a refundar el cine europeo a partir de las cenizas de Berlín; el amante de Ingrid Bergman que en Stromboli (1950), Europa 51 (1952) y Viaggio in Italia (1954) supo anticipar el cine moderno, venía a decir de pronto que se alejaba de todo lo que había hecho hasta ese momento. El, que siempre se adelantaba a su tiempo, intuía que debía dar un salto, pasar a un nuevo medio, la televisión, para llevar a cabo el proyecto de una compleja y ambiciosa enciclopedia audiovisual.
En el año del centenario Rossellini (1906-1977), el Bafici incluye en su vasta programación toda una retrospectiva dedicada a este proyecto televisual del gran realizador italiano, la zona menos conocida de su obra, que a partir de hoy se verá exclusivamente en la sala del Centro Cultural Ricardo Rojas (Av. Corrientes 2038), con entrada libre y gratuita. Es un criterio por lo menos discutible incorporar una retrospectiva de estas dimensiones –19 trabajos, entre ellos varios de más de tres horas de duración, incluido La lotta dell’uomo per la sopravvivenza (1967-1969), de casi once horas– en un festival que al mismo tiempo ofrece una oferta de trescientos largos, con lo cual se hace imposible seguir la muestra Rossellini con el cuidado y la atención que se merece.
Dicho esto, no se puede sino llamar la atención sobre este ciclo, que tiene que ver no sólo con un momento clave de la historia del cine –aquel en el que un nuevo medio abre puertas insospechadas–, sino también con la actualidad de la televisión. O por lo menos con aquellas que deberían ser las preguntas básicas de la televisión –¿cómo?, ¿por qué?, ¿para qué?– y que nadie sino Rossellini pareció plantear. Ni siquiera la RAI, que contribuye a que esta retrospectiva sea posible, pero que ha seguido el camino inverso, orientado hacia el mero espectáculo y la banalización.
“Hoy en día –polemizaba Rossellini cuatro décadas atrás, y ese debate aún sigue abierto– falta algo más que las ideas, más que un lenguaje: falta un vocabulario, un alfabeto. Creo que es necesario, para poder hacer una obra útil, restablecer las letras del alfabeto. No se trata de transformar el arte, sino de recuperarlo.” Y Rossellini pretendía hacerlo a través de la televisión, a la que concebía como un arma contra la crisis del conocimiento.
Como señala en el catálogo del Bafici el crítico español Angel Quintana, “la idea de crisis de la cultura puede ser vista como el motor que alimentó buena parte de las películas que Rossellini realizó para televisión, algunas de las cuales reconstruyen biografías de figuras ilustres de la historia del pensamiento. En ellas, el personaje biografiado pone en crisis los parámetros de su propia época con unas ideas que van más allá de las impuestas por la cultura de su tiempo. Así, Sócrates (1970) empieza mostrando el concepto de polis griega y el modo en que el filósofo desestabiliza los valores que han impuesto los sofistas, mientras que en Agostino d’Ippona (1972) se refleja la decadencia de la civilización romana. En todos los trabajos biográficos, quizá con la excepción de La prise du pouvoir par Louis XIV (1966), Rossellini no cesó de reivindicar la racionalidad del individuo como motor de la historia que pone en orden el caos. El desafío lanzado por Rossellini supuso la irrupción de una nueva tensión entre conocimiento y espectáculo en el corazón de las imágenes”.
Aunque el proyecto de Rossellini finalmente haya sido derrotado (la TV en general, y sobre todo la italiana en particular, no pudo haber seguido una orientación más opuesta), esa tensión hoy todavía sigue vigente.
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