Vie 23.08.2013
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TELEVISION › FARSANTES COMO TERMOMETRO DE LOS CAMBIOS SOCIALES

La primera telenovela gay

Escrita por Mario Segade y Carolina Aguirre, la popular ficción de Pol-ka se animó a abordar en su trama una historia de amor homosexual, en sintonía con la ampliación de derechos que evidenció la sociedad argentina en los últimos años.

› Por Emanuel Respighi

Hay quienes creen que la manera más rápida y auténtica de conocer cómo funciona una sociedad a la que recién se llega es encendiendo el aparato de TV. Sin los filtros culturales ni las imposturas encubridoras que suelen contener las encuestas, y aun con las deformaciones propias del medio masivo por excelencia, los canales de TV abierta suelen ser genuinos termómetros de las sociedades con las que interactúan y se retroalimentan. Desde ese punto de vista, la TV –en su doble papel de refractora y también de formadora de hábitos– vale como botón de muestra del acontecer en el tiempo de una comunidad. Siguiendo esa lógica, probablemente Farsantes (lunes a jueves a las 22.45, por El Trece) sea la última expresión de la sociedad argentina traducida al lenguaje televisivo. Es que la ficción de Pol-ka se animó a abordar en su trama una historia de amor homosexual, en sintonía con la ampliación de derechos que evidenció la sociedad en los últimos años. En tal sentido, bien puede definirse a Farsantes como la primera telenovela de amor homosexual que haya dado la TV argentina.

En medio de una historia que narra las relaciones humanas que se dan entre los abogados de un estudio jurídico, mientras resuelven casos de todo tipo, Farsantes supo abrirse paso hacia una temática más compleja, contando principalmente una historia de amor. Como cualquier otra telenovela, pero como ninguna otra: es que la trama escrita por Mario Segade (El puntero) y Carolina Aguirre (Ciega a citas) introduce en el centro de una estructura dramática propia de la telenovela una historia de amor gay. Allí, Pedro (Benjamín Vicuña) y Guillermo (Julio Chávez) exponen en cada capítulo los temores, conflictos (internos y externos) y sentimientos que se manifiestan entre quienes perciben que se están enamorando. Nada más simple –pero también más problemático– que eso. ¿Quién no ha sentido esa sensación de “enamoramiento instituyente” alguna vez? En esa etapa se encuentran y desencuentran Pedro y Guillermo cada noche, ante la mirada de los otros (de los personajes de la trama y de los millones de televidentes que están del otro lado de la pantalla).

La complejidad de aceptar lo que les pasa a los enamorados, cargando cada uno con historias de relaciones heterosexuales detrás, sintetiza en la ficción el estado de una sociedad que amplía derechos pero a la que todavía le falta mucho recorrido para efectivizarse en la práctica con la naturalidad con que se da el amor. La aprobación de un derecho no tiene una consecuencia inmediata en el seno social. No basta con tener el “derecho” para clausurar conflictos histórico-culturales. La aceptación y la naturalidad de prácticas social e históricamente demonizadas lleva su tiempo. El tratamiento con el que Farsantes aborda la historia de amor, narrada con la naturalidad con la que se cuenta cualquier otra, funciona como “ablandador” de conciencias. Puede pensarse, incluso, que la historia de amor entre Pedro y Guillermo sea aceptada con cierta “naturalidad” por aquellos que tienen posiciones de rechazo sobre las relaciones homosexuales o el matrimonio igualitario. La audiencia que acompaña cada capítulo de la ficción (suele posicionarse como el segundo programa más visto del día) abona esa idea. Ojalá así sea.

Sin caer en los absurdos giros dramáticos de la telenovela, pero haciendo circular la historia en torno de los enamorados, Farsantes transmite –con efecto homeopático– las ataduras y prejuicios, los sentimientos y las convenciones, las dificultades y los temores que se ponen juego en tiempos de transición cultural. Sin juzgar a los ena-

morados, simplemente mostrando la complejidad que aún hoy tienen para expresar aquello que pugna por liberarse, Farsantes asume la problemática desde el lugar más puro desde el que se puede entrarle a la cuestión: el amor. Si la TV es la principal formadora de la sociedad mediatizada, la ficción de Pol-ka es –quizás– el más contundente mensaje de que el amor no conoce de géneros ni se limita a la relaciones heterosexuales. Algo tan obvio pero que aún hoy –a la vista de ciertas expresiones que se escucharon con furia durante el debate sobre el matrimonio igualitario, por ejemplo– se debe reafirmar desde lenguajes populares, sin dogmatismos.

No es la primera vez que la homosexualidad se aborda en la televisión argentina. Probablemente haya sido Zona de riesgo, la ficción de 1993, la que revolucionó en su momento el acercamiento a una relación de corte homosexual, a partir de la fuerte historia interpretada por Gerardo Romano y Rodolfo Ranni, que tanto revuelo causó en su momento. Posteriormente, con sus matices, la pantalla chica supo aproximarse al amor entre dos hombres y/o dos mujeres en distintos programas de ficción: desde el abogado gay que compuso Damián de Santo en Verdad/Consecuencia hasta el cruce sexual de los personajes de Eugenia Tobal y Carolina Peleritti en 099 Central, pasando por Son o se hacen y El tiempo no para, la pantalla chica se animó a contar distintas relaciones gays desde cierta mirada progresista. Todos intentos, válidos y necesarios, de un mismo proceso cultural que pretende alejarse de la caricatura y/o el estereotipo, los dos “moldes televisivos” a los que más se echa mano.

La producción de Pol-ka, en este caso, trae al escenario televisivo varias particularidades. La más notoria es que la historia gay entre dos hombres marca el pulso de una trama de formato diario. No se trata de una novedad únicamente en las formas: el significado que se esconde detrás es que la problemática ya no es de abordaje exclusivo de unitarios, sino que ahora se asume desde la telenovela, el género más popular de la pantalla chica. Esa decisión le aporta, de por sí, una visibilidad a la diversidad sexual que la coloca en el centro de la mesa y el debate familiar. Pero la mayor virtud de Farsantes radica en el tratamiento que se le da a la pareja gay, en donde la naturalidad que le aportan las brillantes interpretaciones de Chávez y Vicuña a los libros corre a la homosexualidad del lugar del escándalo, la promiscuidad o del adorno pintoresco en el que la pantalla chica suele ubicarla. Ficción integradora, Farsantes coloca a los homosexuales como una parte natural de la sociedad. De la misma manera que todos los seres humanos son iguales ante la ley, parece que ahora también la ficción inauguró el camino para que lo sean ante los potentes ojos de la TV. Era hora.

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