TELEVISION › ENTREVISTA A DIEGO CAPUSOTTO, ANTES DE SU REGRESO A LA PANTALLA CHICA
Peter Capusotto y sus videos vuelve mañana a la TV Pública. El actor sostiene que “en el humor se puede nombrar lo político para dinamitarlo o para transformarlo en otra cosa” y señala que, para hacer reír, primero “hay algo que te convoca desde el dolor”.
› Por María Daniela Yaccar
“Es un holograma esta silla. En realidad no estamos sentados”, dice Diego Capuso-tto, y rompe el hielo. Así arranca la entrevista, la primera de siete –¡siete!– que lo esperan a lo largo de este mismo día. La nota sucede en la sala de reuniones de la TV Pública. Capusotto se sienta en la punta de una larga mesa de madera.
Más o menos en la mitad de la conversación ingresa a la sala una joven que empuja un carrito que transporta el desayuno de los que trabajan aquí. Son poco más de las once.
–Estás interrumpiendo, andate –le dispara Capusotto.
(Risas tímidas) –¿Querés un café?
–Sí, querida –pequeña pausa–. Esta te caga a trompadas. A Gasalla lo cagó a trompadas –denuncia él.
Luego hay que hacer las fotos. Tras caminar un rato por los pasillos del canal, Capusotto descubre un viejo micrófono que está en exposición. Parece que encontró lo que quiso, lo que necesitaba. Otra presa. Abre grande la boca y hace como que se lo va a comer.
Eso que es tan obvio en la tele se ve también en persona: tiene una cualidad especial, el humor todo por dos pesos le sale muy fácil. Es la experiencia, es su historia, claro; pero también es ese pelo reseco y con mucho frizz, (des)peinado en una colita de caballo, esa jeta extravagante y ese arito argolla adolescente que le cuelga de la oreja izquierda.
Y es el contraste, también. Porque tiene admiradores, muchos, que están disfrutando ya, hace días, que vuelve mañana a la pantalla, a las 22.30, de la mano de Pedro Saborido, con otra temporada –la novena– de Peter Capusotto y sus videos. Pero el tipo no tiene nada de estrella televisiva. Lo abriga una camperota de esas infladas, amarilla y negra, lleva un jean muy pero muy gastado, y unas zapatillas blancas que el andar convirtió en grises. Llegó puntual. Y cuando una desconocida le grita “te adoroooo” desde la entrada del canal, él parece desconcertado, aunque ésa sea una situación normal. Como si no correspondiera.
–Nunca adelanta novedades del programa.
–Después de ocho años que estoy haciéndolo, las notas sirven para informar, más que nada, que salimos a un determinado día y a tal hora. Me gusta que la gente lo encuentre ahí, en el momento en que está “espectando” algo. El tema de anunciar algo cuando no está corporizado tampoco dice mucho. A esta altura somos una especie de banda que va a hacer un recital en el que va a presentar su nuevo disco. Sonarán algunos temas conocidos porque nos gustan. Otros no los tocamos porque tenemos más ganas de otros. La novedad es el reencuentro. Es como cuando en alguna época uno esperaba que saliera una revista, como yo en los ochenta esperaba que saliera la Cerdos & Peces para amigarme con la vida de nuevo. El tema es no deshilacharse, que esto tenga algún sentido y siga teniendo alguna intensidad y algún brillo, porque también te podés reencontrar con algo que no te produzca lo que te produjo antes, con que estás en el medio porque hay que estar. No es nuestro caso. Ya sabíamos el año pasado que teníamos material para seguir y deseos de continuar el ciclo. Funciona probablemente porque hacemos pocos programas y porque la pizza es rica, pero si la hacés todos los días no. Es mejor volver a encontrarte con una pizzería que sigue siendo buena y comer cada tanto.
–Se reconoce en su trayectoria una línea ideológica, existencial. ¿Qué cambios siente en usted como humorista y actor? ¿Cómo se modifica el oficio con el paso del tiempo?
–Desde ya, uno todavía está en el día a día y tiene una pulsión de deseo en lo que hace y en lo que mira. Hay algo que te invoca a accionar. Probablemente esté más sensible con el mundo, con lo que me pasa, lo que miro y siento. Y también en algunas cosas estoy más expeditivo; sé, inevitablemente, que algunas cosas son inmodificables. Y estoy con más intensidad en lo que hago y en lo que pienso. Podría pasarme al revés, pero no estoy en un estadio de bajón anímico, sino todo lo contrario. Estoy bastante activado, inclusive con más intensidad que hace diez, quince años. Estoy bastante deseoso, todavía, de la vida. Y estoy disfrutando más algunas cosas, algunos momentos elegidos, rituales, de mi familia: estoy disfrutando más a mi compañera, a mis hijas, que están más grandes, tengo una conexión distinta con ellas. Empieza el diálogo más que la protección.
–¿Qué edades tienen?
–Una 15 y medio y la otra 11. Es un estadio interesante porque empezás a ver al otro, para dónde se perfila, ya no en relación con la protección paternal, sino con su independencia, los propios criterios, para dónde dispara, digamos. Es también interesante, es otro estadio con los hijos.
–Recién nombró a la Cerdos & Peces, con cierta nostalgia. Peter Capusotto... tiene una mirada nostálgica. Pero es una mirada que no parece decir que todo tiempo pasado fue mejor.
–Creo que en el programa el pasado puede ser evocativo pero también estar desvirtuado para que tenga lugar en el presente. Lo que nos va moviendo por el mundo es lo que nos pasó, lo que nos pasa y la incertidumbre de lo que nos pasará. Para mí, el futuro es dentro de cinco minutos. No hago ninguna proyección de años ni mucho menos como si hubiese una puesta en escena de lo que significa el futuro. Lo que viene será un eterno círculo, como diría, no sé, Nietzsche. Pienso que tiene más que ver con eso que con algo transformador. Aunque tampoco lo sé. Y eso es a lo mejor lo que me pone en un estadio que no sé si soporto mucho que es el de la esperanza, de la cual sospecho.
–Las visiones sobre el futuro son apocalípticas, ¿no?
–A veces creo que hay que ir a por tomar, más que por esperar, porque a veces no pasa nada, no hay que esperar nada. Siempre es como si uno estuviera esperando en la inacción. ¿Qué es lo que uno espera? ¿Que otro te venga a salvar? Es raro o sospechoso, con perdón de la palabra, porque “sospechoso” es una palabra policial. Me parece que sabemos hacer esto y tenemos ganas de hacerlo y no sabemos si vamos a hacerlo in eternum o no. Tampoco me preocupa si tiene que haber alguna novedad sobre lo que hacemos o si el ojo que mira espera otra cosa. Si espera otra cosa haremos un programa sobre “aladeltismo” (risas). Seguramente sorprenderá y después aburrirá, claramente, porque somos eternos inconformistas: queremos el cambio y después queremos volver a los inicios.
–¿Le gustaría correrse del humor en algún momento?
–Me corro todo el tiempo del humor para volver. No soy un profesional del humor, no me ubico en algo situacional del orden del oficio. Sí, tengo un oficio que es el de actuar, pero no tiene que ver con que “me voy a preparar porque tenemos el mundial del humor”. Uno no vive en estado puro de comicidad ni mucho menos. Al contrario: uno vive en un estado un poco, muchas veces, más desolador y lo que necesita es crear espacios más liberadores, más plenos. Hay un enfoque de dinamitar algunas cosas que nos resultan sospechosas, con perdón de la palabra. Y digo “sospechosas” porque estamos tomados por la autoridad de papá y mamá y después por las instituciones organizativas de prevención del delito y comportamiento del ciudadano. Así que, perdón si repito nuevamente, estoy tratando de sacarme esa palabra y no puedo. Decía que... como actor sí puedo participar de algo que no tenga que ver con el lenguaje humorístico sin ningún problema, como para que yo sienta que no estoy nadando en aguas conocidas. Me gusta precisamente ser parte de un lugar en donde uno no tiene tan seguro dónde termina todo. Con el humor lo sabemos. Somos dos niños adultos que se juntan a divertirse, para rescatar lo más interesante del colegio que son los recreos. Pero sin volver a clase, en este caso. Es un juego un poco más profundo porque hay algo que te convoca desde el dolor para después hacer humor. No hay manera de que sea de otra forma. Y después hay una risa más estertórea que sale por necesidad y por propia conducta que inhabilita la corrección. Esa risa un poco más desmesurada representa no creerse algunas cosas que están dictadas y que uno escucha permanentemente. Haciendo lo que hacemos tenemos más posibilidad de burlarnos de lo que nos molesta que haciendo un drama, que me resulta un poco más sobrio.
–¿Qué es lo que más le duele? ¿La desigualdad social?
–Me resulta desolador que esté institucionalizada la delincuencia desde el poder real. Los verdaderos delincuentes y asesinos, los que manejan el poder económico, son inalcanzables, no sólo para nosotros sino para la propia Justicia, que está casi en el mismo estadio, que hace que tengan la impunidad de organizar el mundo. Eso me asusta más que la violencia cercana territorial. Porque el que te va a afanar o te va a matar, por lo menos te mira a los ojos antes de hacerlo. Hay un poder real que es más asesino, más violento, mucho más desigual. Me asustan también otras cosas. Como la decadencia física (risas). Me asusta, qué sé yo. Hay un montón de cosas que me preocupan. Y todo eso que me preocupa me hace un bolso. Y en vez de ponérmelo en el hombro, saco todo lo que tiene adentro, lo tiro a la mierda y camino más cómodo. Más o menos a todos les pasa lo mismo, cada uno haciendo lo que hace. Algunos todavía no pueden escapar de algunos lugares. Yo los aconsejo, es un buen ejercicio. Pero a veces no se puede.
–Y eso que quería ser jugador de fútbol. Nada que ver...
–Sí, y sigo teniendo una relación con el juego, como espectador, y cada tanto participo de algún juego. Ya uno sabe, claramente, que la cabeza dice una cosa y el cuerpo otra. Igual llevo con gracia eso, no me preocupa. Algunas cosas inevitables me preocupan y otras no. Por ejemplo: la decadencia física me preocupa y es inevitable y no es algo que me obsesione... los imperios me preocupan más, los que nos despiertan cada mañana para decirnos cómo va a ser el día. Terrible eso.
–¿Qué se acuerda de la etapa en la que descubrió que el humor era lo suyo?
–Calculo que descubrí el humor en otro. Alguien me hizo reír, eso me hizo bien, entonces lo descubrí. No empecé en la actuación, modelado por la convención de “voy a la escuela de teatro y descubro que soy un cómico”, sino que empecé en la calle, el ámbito más natural en el que te pueden pasar las cosas. La calle es la gran ventana que atravesás, de lo que es lo más ordenado y el circuito cerrado de información que es tu propia cosa. ¿Dónde se libera uno? ¿Dónde quería estar cuando era chico? Es el lugar del juego, es el lugar también de la huida. Querés a tu papito y todas esas cosas, pero hay un lugar que es más salvaje, que es el afuera, siempre. Ahí yo hacía personajes, hacía reír a los amigos. Era una especie de saltimbanqui desaforado. Después descubrí que podía estar en un espacio más convencional y cerrado, una escuela de teatro. Cuando descubrís que hacés reír a gente que no te conoce empezás a encontrar el lenguaje de la actuación, el de los textos de otro. O te convertís en otro.
–¿Y qué le produce el encuentro con la risa del otro?
–Me da mucha felicidad, es un acto de generosidad. Me genera lo mismo cuando alguien me hace reír a mí. Es una de las mejores cosas en las que te podés envolver con otro. Formar parte de un circuito donde hay una conexión es muy agradable. Que alguien te diga “me hacés reír” es una emoción bastante sagrada. Son cosas que no se olvidan: cosas por las que seguramente serás recordado. Es algo elegido. Me amiga con la vida, con cosas que sentía que había una especie de alianza, con perdón de la palabra. Hay alianzas que terminan en tragedia. Bueno, no en este caso. Esta es una alianza para amigarse, para sentir que hay un grupo al cual pertenecer. Es muy difícil estar solo contra el mundo. Esta es una buena posibilidad para gritar unas cuantas cosas.
–También en relación con la política, ¿no?
–En el humor se puede nombrar lo político para dinamitarlo o para transformarlo en otra cosa, o porque es algo que está hoy más accionado que en otras épocas. Todo lo que hacemos está ligado a lo político. Está bien discutir en estos términos, para que el sujeto político también sepa cómo efectivizar una declamación, que no quede nada más que en la declamación. Lo que genera el kirchnerismo es eso: la discusión de eso que se declama. Me resulta interesante porque eso o se dinamita porque no se llega adonde se tiene que llegar o se lo apoya críticamente, como tiene que ser. La oposición está más desvalida en ese sentido, es más previsible. Es una especie de víctima del sujeto político creado por el kirchnerismo, un ciudadano indignado, como Lilita Carrió que se levanta y se va. Unen está quince centímetros a la izquierda de Macri. Ellos creen que no, pero el kirchnerismo está más a la izquierda de la sociedad que Unen. Y el kirchnerismo no es un partido de izquierda. Es un sujeto a discusión, porque se compromete desde lo que enuncia, entonces cuando te comprometés, tenés que llegar a algún lugar y después ir a los lugares donde todavía no está resuelta la cosa. Desde ahí me resulta interesante, no para sacar la banderita de la kermés nacional y popular, sino para poner la atención y la tensión ahí. Si hay algo que genera tensión es el kirchnerismo... lo demás no. Cuando digo “tensión” no estoy diciendo apoyo incondicional, sino elemento vital en el escenario político. Lo demás me parece irrelevante y peligroso. Pienso que todo depende más del kirchnerismo que de la oposición. Es un escenario desolador. Sabemos que siempre el ciudadano indignado termina hablando del diálogo y la eficacia: el diálogo es entre ellos y la eficacia es para hacer negocios. Y la policía para reprimir. Eso me preocupa más que la decadencia física.
–Esa fue una declaración muy Susana Giménez.
–Pero es un problema para Susana Giménez, para mí no. Olvídelo. Es más: la gente no está esperando que yo no decaiga físicamente. Por suerte. Ni siquiera mi mujer.
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