TELEVISION › LO QUE DEJó LA TV ABIERTA DURANTE 2014
La temporada que acaba de cerrarse no será recordada por sus logros artísticos ni por altos niveles de audiencia. Y si la era digital del consumo audiovisual plantea hace rato interrogantes sobre cómo seguir, los programadores parecen sólo ocupados en el día a día.
› Por Emanuel Respighi
La pantalla chica argentina cerró 2014 con más dudas que certezas. En una temporada que no será recordada por sus logros artísticos ni mucho menos por sus altos índices de audiencias, el año que finalizó apenas si se distingue para la TV abierta como aquel en el que las incertidumbres que impuso la era digital de consumo audiovisual no fueron resueltas por el medio masivo por excelencia. Por ahora, el futuro de la TV abierta en tiempos en los que todo el contenido audiovisual (incluido el televisivo) está al alcance de la mano de cualquiera, en cualquier lugar y a cualquier hora, sigue tan en duda como en los últimos años. ¿Cuál es el modelo viable de producción, distribución y económico capaz de permitirle a la TV abierta ya no aspirar a mantener su predominio, sino simplemente a seguir siendo un medio que brinde programación de calidad y vuelva a servir como usina creativa? La pregunta que desde hace años sobrevuela la industria no encontró respuesta satisfactoria alguna en 2014.
Lo primero que salta a la vista cuando se repasa el año en función de la pantalla chica es que al anterior interrogante se le suma otro: ¿buscaron los programadores y productores posibles respuestas a los nuevos hábitos de consumo? ¿O simplemente se entregaron a resolver los problemas cotidianos con ciclos que más o menos siguen la lógica del ruido televisivo sin pensar más allá del “minuto a minuto” y el día a día? La casi nula presentación de nuevos lenguajes en materia de ficción, la sobreabundancia de programas de panelistas y la sumatoria de ciclos de entretenimiento que rellenaron la pantalla chica parecen dar, en su conjunto, la idea de que la TV abierta argentina sobrevive sin pensar a mediano plazo, reteniendo la (poca) audiencia más a fuerza de viejas costumbres que de propuestas innovadoras y creativas. Lo peor de todo es que la TV modelo 2015 no asoma muy distinta a la que acaba de finalizar.
Uno de los aspectos que más sobresalieron en esta temporada tiene que ver con que la frivolidad y la política se dieron de la mano como en las peores épocas. En medio de muchos programas necesitados de escándalos (ficticios o reales, importantes o insignificantes, protagonizados por consagrados o desconocidos), fue el año en el que muchas noticias del espectáculo y de la política casi que no se distinguieron entre sí. O, al menos, le costaron comprender al televidente a qué ámbito de la arena social pertenecían. Si bien la conjunción entre ambas áreas no es nueva (son famosas las relaciones históricas entre vedettes y/o actrices con políticos), pocas veces estuvo ese vínculo tan presente y difuso en la pantalla chica, a toda hora. Nunca antes se dio con tanta asiduidad la repetición de los mismos entrevistados y las mismas noticias entre los protagonistas de los programas de chimentos y de los periodísticos. Al cruce de géneros, la TV le sumó en 2014 la difusión entre la farándula y la política.
La relación mediática entre el diputado Martín Insaurralde y Jesica Cirio, el escándalo de la separación entre Martín Redrado, Luciana Salazar y Amalia Granata, el juego permanente con el que Showmatch puso sus narices en la arena política, fueron los “grandes” temas en los que indagó la pantalla chica a lo largo del año. Casamientos, desfiles de moda y mensajes íntimos en la redes sociales reemplazaron definitivamente en algunos casos a los mitines políticos, las unidades básicas y a los discursos públicos. La pantalla chica se transformó, así, en el espacio de debate preferido de ciertas personalidades de la política, que se rindieron a un juego que nada tuvo que envidiarle a las discusiones entre las vedettes en competencia del teatro de revistas.
Intrusos, La cornisa, El diario de Mariana, Intratables, Animales sueltos, los noticieros y hasta 6,7,8 analizaron –cada uno a su manera y con su profundidad– este juego en el que buena parte de los políticos se arrodilló ante el pase mágico al reconocimiento que dan los estudios de TV en plena sociedad mediatizada. Un sector de la política avaló con su omnipresencia televisiva la (falsa) idea de que un minuto al aire –no importa dónde ni los temas por los que lo convocan– tiene más valor que años de militancia. Para ese sector de la política, las cámaras televisivas fueron más importantes que las de Diputados y Senadores. La pantalla expuso y digitó la discusión política de acuerdo a la lógica de estos años: cualquier tema es posible de ser frivolizado. Y algunos políticos allí estuvieron, prestándose a lo que la caja boba les propuso. La fantasía de la visibilidad inmune del marketing político le ganó al trabajo de la construcción política seria; la respuesta filosa de un político a otro, al debate de ideas. En definitiva, la tele –en la que sería su única victoria en el año– le ganó por goleada a los nuevos hombres de la política, hipnotizados por las luces que encandilan a las celebridades.
Mientras en el mundo entero se habla de estos tiempos como “la época de oro de las series”, dada la calidad de las producciones consumidas en los más lejanos rincones, la TV abierta argentina dejó la sensación de estar cada vez más afuera de ese fenómeno. No porque las series estadounidenses no se consuman aquí como galletitas, algo que sucede y mucho, sino porque el nivel de las ficciones locales no estuvo a la altura del desarrollo que consiguieron en otras partes del mundo. Presupuestos económicos mediante, las pocas ficciones que dio la TV abierta fueron más de lo mismo: historias más o menos parecidas, elencos que repetían caras y personajes, y la impresión generalizada de que la fórmula probada se renueva hasta el infinito pese a dar señales de hartazgo. Los televidentes le dieron la espalda a la puesta en práctica del “más vale viejo conocido”.
Hay dos hechos que marcaron el año que se fue en materia de ficción que pintan con claridad que no será una temporada para recordar. Por un lado, 2014 terminó con muy poca producción de ficción. Ni Pol-ka, ni Underground, ni Telefe pusieron al aire unitarios producidos íntegramente por sus propias manos. La crisis de la ficción más comercial en la Argentina se manifiesta en que la única historia semanal fue la tercera y definitiva temporada de En terapia por la TV pública, aun cuando se trató de la adaptación de un formato extranjero. Los pocos programas que hubo del género surgieron de los concursos de fomentos organizados por el Instituto Nacional de Ciencias y Artes Audiovisuales (Incaa) y el Ministerio de Planificación, incluido La celebración, el buen aporte de Underground que a comienzos de año emitió Telefe. En ese terreno, Las 13 esposas de Wilson Fernández fue, tal vez, una de las pocas propuestas que buscó originalidad en su trama, con una historia tan delirante como las interpretaciones actorales que le dieron sustento.
El otro aspecto que confirma el amargo trance de la ficción local lo marcó el suceso de rating que alcanzaron las latas extranjeras en el prime-time. El fenómeno de Avenida Brasil, iniciado en 2013 por las tardes de Telefe, tuvo en 2014 una apuesta riesgosa: ascendió en la grilla para competir mano a mano con ShowMatch, el programa de mayor audiencia de la TV argentina. ¿El resultado? La novela brasileña le ganó más veces de las que perdió en la competencia directa (al punto de finalizar sus emisiones con un especial en el Luna Park), inaugurando un camino que pareciera no tener retorno si las ficciones locales no asumen riesgos. Otra de las que se destacó fue El patrón del mal, que en Canal 9 tuvo continuidad en El señor de los cielos y –con mejor suerte– La viuda negra, todas megaproducciones extranjeras.
Va a haber que acostumbrarse a lo que hace un tiempo hubiera parecido imposible: que las latas extranjeras de ficción triunfen en la franja más vista de la TV abierta argentina. Tanto Telefe (con Rastros de mentiras) como El Trece (con Las mil y una noches) programaron producciones foráneas, desde la semana próxima, en el horario más competitivo. La buena recepción de los argentinos por las latas extranjeras parece obedecer a varios factores. Por un lado, cierto estancamiento creativo entre las tiras diarias locales: Camino al amor se pareció bastante a Dulce amor; Viudas e hijos del rock and roll apenas innovó en la pareja protagónica y algún personaje secundario, pero sus reminiscencias con Graduados resultaron indisimulables; Guapas contó una historia de mujeres trabadas mentalmente que ni siquiera pudo mantener hasta el final a todas sus protagonistas; Sres. Papis funcionó como la contracara masculina de Guapas. Por otro lado, el factor económico minimizó el riesgo. Además, el público argentino está cada vez más familiarizado con las ficciones extranjeras, a partir de la posibilidad de ver cualquier cosa vía Internet.
A contraposición de lo que ocurrió con la ficción, fue el entretenimiento el que marcó el pulso de la TV 2014. El concurso de imitaciones de famosos, Tu cara me suena, volvió a demostrar que es posible atrapar a grandes audiencias a partir del talento de un grupo de consagrados que semana a semana imitó a alguna gran figura. En la vereda opuesta a los concursos que hacen del escándalo su principal atracción, el programa de Endemol no necesitó de un jurado agresivo ni de enemistades expuestas en pantalla para conformar un producto entretenido, que tuvo en MasterChef otro exponente interesante del reality familiar. Lo mismo ocurrió con Escape perfecto, otro formato extranjero que resultó atractivo y le dio la oportunidad de mostrarse a Leandro Leunis, un nuevo rostro que se sumó para renovar el elenco de conductores televisivos. Los 8 escalones y A todo o nada, con Guido Kazcka, también funcionaron como espacios a los que El Trece echó mano para tapar huecos de programación y los televidentes eligieron.
El Mundial de Fútbol de Brasil 2014 no sólo dividió en dos al año televisivo, sino que marcó además un evento que por primera vez contó con la transmisión exclusiva para la TV abierta de Canal 7. Transmitiendo más de diez horas diarias desde Brasil, la cobertura televisiva de la TV pública estuvo a la altura de un torneo que contó, además, con el plus de que la Selección Argentina estuvo a un paso de la gloria. A las buenas transmisiones del renovado equipo de Fútbol para todos (Sebastián Vignolo y Diego Latorre, entre otros) se sumaron diferentes programas, en el que se destacó De zurda, la coproducción del 7 con Telesur en la que Víctor Hugo Morales y Diego Maradona mostraron una cara diferente –menos glamorosa– del Mundial.
En medio de periodísticos plagados de panelistas opinando de todo y de cualquier cosa (con el agregado de hacerlo casi todos al mismo tiempo), hubo un programa que supo parar el ruido mediático para volver a lo básico: la entrevista íntima. Bajo la conducción de Matías Martin, Línea de tiempo supo transformarse en una opción inevitable para el zapping nocturno, logrando algo que desde el recordado Jorge Guinzburg no pasaba: hacer que las entrevistas resulten siempre interesantes de escuchar y ver más allá del peso específico del invitado. En efecto, Línea de tiempo ganó cuando dejó de lado el formato original, que conjugaba entrevista y juego, librando a Martin de un corset que –a la luz de los hechos– le restaba potencial para desarrollar sus charlas-entrevistas alejadas de cualquier sesgo político.
En ese contexto, las grandes figuras parecen empezar a mostrar cierto desgaste. Susana Giménez tuvo una temporada para el olvido, con pocas figuras internacionales pasando por su living, sin contar con “la Abuela” de Antonio Gasalla y apenas manteniendo la audiencia por los formatos de juegos que puso al aire o alguna de esas entrevistas de diálogos bizarros que la diva suele regalar. Marcelo Tinelli tuvo en ShowMatch un programa menos escandaloso que otros años, intentando recuperar una veta más humorística, pero plagado de mensajes políticos a través de imitaciones o discursos. El show que montó alrededor del casamiento entre Cirio e Insaurralde (que fue un abonado más por sus constantes apariciones), invitando a la fiesta a distintos candidatos políticos que atendieron su llamado al aire, fue la demostración de cómo parte de la política confunde rating con votos. De cualquier manera, ShowMatch no fue tema de conversación como años anteriores. En contraposición, Mirtha Legrand logró sacarles declaraciones fuertes a los distintos políticos y artistas que a lo largo del año pasaron por su mesa. Y esos dichos derivaron en polémicas que alimentaron a la patria panelista que inundó a la TV argentina en un año para el olvido.
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