Lun 21.08.2006
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TELEVISION › HOY TERMINA LA SEGUNDA TEMPORADA DE “LOST”

Ultimo relato de náufragos

Habrá un final provisorio en la isla de los misterios y los milagros. La serie de AXN combinó géneros y logró mantener en vilo a la audiencia con una mínima dosis de información.

› Por Julián Gorodischer

El creador de Lost, un mago llamado J. J. Abrams (que también se ocupó del Alias de Jennifer Garner y el Misión Imposible 3 de Tom Cruise), es un experto en diseñar universos complejos con la mínima información disponible. Dos años después de su estreno, a punto de culminar su segunda temporada la serie más vista de los Estados Unidos (por AXN, hoy a las 21 en un capítulo doble de despedida hasta el año próximo), pocas cosas se han esclarecido: se sabe que los náufragos han quedado varados en la isla de los misterios y los milagros, y que hasta hace muy poco estaban entretenidos en apretar un botón adentro de una escotilla. Hubo un tenso suspense comparable a la espera beckettiana de Esperando a Godot: se alternaban en turnos de ocho horas para apretar un botón que, de no ser presionado, provocaría una catástrofe sin nombre. Ese botón no denotativo –que no remitió a situaciones o futuros posibles, puesto allí como tal en sí mismo– fue el nudo de Lost en su segundo año: rigió las vidas de las personas, auguró el apocalipsis pero a la vez pintó de cuerpo entero a quienes no podían dejar de apretarlo compulsivamente, como un ritual... y dividió aguas, y enfrentó a dos bandos...

En el capítulo final (“Vivir juntos, morir solos”) los sobrevivientes creen estar en presencia de un barco que se acerca a la costa pero son sólo falsas esperanzas de salvación. Reaparece Desmond, un misterioso habitante de la escotilla de la isla que, hace tiempo, salió corriendo y desapareció para, ahora, revelarse central en la historia. Si hasta aquí “Lost” fue la lucha de un grupo armado contra el afuera temible expresado, primero, a través de una fuerza sobrenatural y, luego, en cada uno de los otros (también llamados los hostiles), sobre el final las peleas y las internas se han extendido al interior de la comunidad de náufragos, entre John Locke –que quiere dejar de apretar el botón– y los creyentes que reclaman seguir con la rutina alienante a pesar de no saber por qué; o entre Michael, dispuesto a cualquier cosa por salvar a su hijo de las garras de los otros, y el iraquí Sayid, que empieza a sospechar de que se ha vendido al enemigo.

El último capítulo refuerza, entonces, ese perfil que convierte a “Lost” más en un espejo de relaciones sociales, un fresco sobre los inicios babélicos de una sociedad sin ley ni dueños, que en un relato fantástico sobre otros mundos posibles. De la isla de Lost se ha sospechado la condición de Purgatorio, estudio perteneciente a un reality show y hasta de estado de coma previo al despertar y compartido entre pacientes de una misma clínica. Sólo así justifican sus alocados fans las alucinaciones de todos los náufragos, un oso polar en medio del trópico, una tribu de hostiles sin razón aparente para dañar y raptar niños y un paralítico –Locke– que, tras caer en la isla, camina.

Pero su verdadera fuerza dramática radica en la capacidad de proveer y omitir información en forma simultánea. El extraño proceso narrativo de “Lost” indica que cada vez se sabe más de esta gente para saber menos. Hay mayor presencia de los otros sin aclararse por qué, para qué, y desde cuándo están allí perdidos, entregados al robo obsesivo de niños quién sabe para qué. Es la acción sin causal ni fines definidos, el mero movimiento frenético que no va a ningún lado pero alimenta cada vez la adrenalina: hay allí una narrativa experimental. Un espiral concéntrico que, en verdad, toma curvas sinuosas que lo alejan de su centro. ¿Cuál es la esencia de “Lost”? Cuando se esté en condiciones de asegurar –como pasará– que en verdad la isla es la ruina de una colonia científica a las órdenes de un líder oriental..., o que los otros son sobrevivientes y custodios de un territorio que no quieren perder en manos de otros náufragos, todo volverá a cuestionarse, incluso la ubicación geográfica, la condición de trópico, la necesidad de seguir apretando el botón, la causa del accidente... y así con todo hasta el final, haciendo de la falta de certeza una razón fundamental y una toma de partido sobre el estar enel mundo: la unidad dramática de “Lost” es la vacilación; su virtud, la desmesurada pretensión de totalidad.

En las crónicas de la isla se funde el relato clásico de náufragos con el drama psicológico de interiores; se combina la epopeya atlética con la fantasía de horror. Para Jorge García (Hurley), que será protagonista de aquí en más (¿una última esperanza cuando todo se crea perdido?), “‘Lost’ es una serie dramática sobre supervivencia. Pero decir eso dejaría afuera toda la mitología y el misterio que hay en ella. Es difícil de clasificar, pero sin duda es una de las cosas que hacen grande a esta serie.” Sobre su indeterminación, esa capacidad de contar a través de un flashback el melodrama sentimental de John Locke y regresar al corazón de las tinieblas sin que el conjunto resulte disonante, dijo Abrams: “Era el tipo de secreto que teníamos entre Damon (coautor) y yo: es una serie de ciencia ficción. Nunca la presentamos de esa manera. Cuando la creamos, la gente pensaba que en las cadenas de TV grandes la ciencia ficción no existe. Expedientes Secretos X fue vista como una anomalía. Así que nos lo guardamos para nosotros. Si hubiésemos presentado a “Lost” como algo de ciencia ficción no se habría hecho”.

El juego con pistas falsas no se topa con límites claros: podría –según el episodio– alimentar la teoría de que esa extraña supervivencia corresponde a una fantasía psiquiátrica de Hurley o, por qué no, tratarse de una revisión de mitos (para)bíblicos como el del juicio final o el Arca de Noé. Cada una de esas lecturas (así como la que atribuye a esa fauna inadecuada y ese rumor sobre una infección inminente ser el corolario de una guerra química) cerraría perfectamente sus encastres. Mejor es atender exclusivamente a la trama, autosuficiente como para no desatar una fiebre interpretativa aguda. Así se sabrá que Jack (Mathew Foxx) ha virado del líder positivo que fue en los comienzos a un boicoteador cuyas iniciativas conducen a la indefinición o al desastre. O que, por extraño designio de ese ecosistema, los romances (entre Sayid/Shannon o Hurley/Libby) se ven frustrados antes de comenzar. Pero de todos, el protagónico es de la isla, no como objeto animado digno de una de clase B sino como energía que, en este tiempo, curó al lisiado y a la enferma de cáncer, confrontó al adicto con la heroína que cayó del cielo y refundó una existencia televisiva por fuera del realismo.

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