TELEVISION › LA CASA, UNA FICCIóN FORMIDABLE EN LA PANTALLA DE CANAL 7
La experimentada mirada cinematográfica de Diego Lerman convierte a la serie de trece episodios unitarios en cita obligatoria: la casona del Delta es el único nexo de una serie de historias que se desarrollan entre 1929 y 2029, con un notable elenco rotativo.
› Por Emanuel Respighi
La propuesta de La casa (lunes a jueves a las 22.30, por Canal 7) era conceptualmente prometedora antes de su estreno. La idea de pensar, desarrollar y grabar una ficción unitaria que tuviera como escenario una única y misma casona a la vera del Delta del Tigre se presentaba como –al menos– ingeniosa, distintiva a los programas del género que la TV abierta local suele ofrecer. La posibilidad de disfrutar de trece historias autónomas entre sí, autoconclusivas, a lo largo de trece décadas diferentes de la historia argentina, no dejaba de despertar el interés acerca de cómo se iba a plasmar en la pantalla chica el paso del tiempo, con las características propias de cada época, sin perder la tensión narrativa. El resultado de aquella idea es la de una ficción que no sólo marca el regreso del ciclo de unitario y de época a la TV abierta argentina, sino también la prueba de que se falta a la verdad cuando se afirma que es imposible concebir una “ficción de autor” en las actuales condiciones de la pantalla chica local.
El hecho de que La casa sea una propuesta ficcional diferente del resto de los programas que forman parte del prime time televisivo tiene nombre y apellido: Diego Lerman. Avezado director de cine (La mirada invisible, Refugiado), Lerman logró trasladar lo mejor de la producción cinematográfica a la pantalla chica. Sin los vicios propios que inundan a quienes acostumbran pensar y plasmar ficciones televisivas, alejado de la lógica que signa a los profesionales del medio, el cineasta se las ingenió para poner en pantalla una ficción de calidad, visual y estéticamente exquisita, de un ritmo narrativo cadencioso. Para ello se cobijó en el equipo con el que trabaja habitualmente para sus producciones cinematográficas, lo que redundó en un programa de impecable factura técnica. ¿El resultado? Una serie unitaria que está más cerca de pensarse como trece mediometrajes que como simples episodios televisivos independientes uno de otro.
El concepto de contar trece historias, a razón de una por década entre 1929 y un futurista 2029, parece haber sido un acierto, según se pudo observar en la primera semana al aire. Ese viaje por el tiempo no sólo cuenta las historias particulares de cada envío, que comienzan y finalizan en la misma emisión, con el único hilo conductor de esa casona señorial llena de misterios y secretos. Lo interesante de La casa es que a través de sus emisiones, y de los saltos en el tiempo en el que transcurre cada episodio, la ficción deja filtrar buena parte de la historia argentina. Con mayor protagonismo en unas que en otras, lo cierto es que la historia del país funciona en cada emisión como base sociocultural y política que contiene a las diversas situaciones que narra la ficción. Un trasfondo que facilita el reconocimiento de los espectadores con cada una de las historias que forman parte de esta novedosa propuesta.
Es también ese mismo formato de amplio espectro temporal el que renueva a la ficción en cada envío. Al cambiar las épocas en las que transcurren cada uno de los relatos, también las estéticas, los colores y los lenguajes van sufriendo una gradual mutación, acorde con el tiempo de la ficción. Así, el blanco y negro en los que se contó “Criatura”, la primera de las historias en las que a un solitario hombre se le aparece su difunta amada, le fue cediendo paso a otras texturas a medida que se avanzaba en el tiempo, desde el sepia de “Despedida” hasta los tonos pasteles que fue tomando en “Japonés” y “Secuestro”. La reconstrucción de época, el uso de la iluminación y la notable fotografía encuentran en la puesta de Lerman a una aliada incondicional para que el espectador se deje llevar por cada uno de los viajes en el tiempo que propone La casa, que por ahora son pasado, pero que se animará a imaginar un futuro (2020 y 2029) en las últimas dos emisiones.
A la visible riqueza estética de una ficción que se destaca en sus rubros artísticos se le suma una puesta de cámara que, además de mostrar la inmensidad de la casona y de los infinitos paisajes naturales que regala el Delta, marca el pulso narrativo de la ficcción. Cadenciosa pero sin perder tensión, la narración de La casa parece sublimarse a la búsqueda de una belleza estética que se niega a renunciar. En este sentido, el ciclo seleccionado del concurso organizado por el Consejo Interuniversitario Nacional y el Ministerio de Planificación Federal para serie de ficción de alta definición parece tratarse de una obra en la que se concibe a la forma con el mismo nivel de importancia que al contenido. Una decisión que, principalmente en algunos pasajes del capítulo debut, terminó atentando contra la fuidez narrativa.
Un elemento que enriquece a la ficción es, sin duda, el notable elenco rotativo de actrices y actores que participan del proyecto. Cristina Banegas, Erica Rivas, Claudio Tolcachir, Gonzalo Heredia, Romina Gaetani, Mercedes Morán, Luis Ziembrosky, Belén Blanco, Julieta Díaz, Fabián Vena, Alberto Ajaka, Rafael Spregelburd, Vera Spinetta, Diego Velázquez, Marcelo Savignone y María Merlino son algunos de los intérpretes que forman parte de los trece episodios que completan la ¿primera? temporada de La casa. Sin embargo, la virtud del ciclo no se limita a la amplia y variada convocatoria, sino a que –al menos en los primeros episodios– muchos de ellos pudieron interpretar a personajes diferentes a los que usualmente la TV les reserva. O al menos a animarse a componer personajes en otro registro actoral a cierta uniformidad en que inundan los programas del género de la pantalla chica local. Otro punto a favor de una ficción a la que el paso del tiempo le sienta muy bien.
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