TELEVISION › ANDRES PARRA PROTAGONIZA SITIADOS, QUE ESTRENA FOX 1
En la serie ubicada en Chile en tiempos de la conquista española, el actor colombiano que trascendió por el papel de Pablo Escobar Gaviria encarna a otro personaje ambicioso y violento: Juan de Salas, la máxima autoridad del “sitio de Villarica”.
› Por Emanuel Respighi
A miles de kilómetros de distancia, a través de una línea telefónica, la voz de Andrés Parra resuena con la amabilidad de quien la expresa con naturalidad. “Aló, ¿cómo está? Mucho gusto”, pregunta, con esa tonada tan colombiana que endulza cada una de sus palabras. El actor que fue reconocido en todo el mundo por haberse puesto en la piel de Pablo Escobar Gaviria en la serie El patrón del mal atiende el llamado de Página/12 –la entrevista luego continuará en Buenos Aires– con mucha más gracia que la que demostraba su icónico personaje. La excusa de la comunicación no es otra que el estreno de Sitiados, una serie de época en la que el actor colombiano de mayor reconocimiento del momento vuelve a interpretar a un personaje tan ambicioso como violento. La codicia de poder de su nueva criatura de ficción no tendrá que ver con el narcotráfico, sino en la crueldad que acompañó a la conquista española en tierras latinoamericanas: Juan de Salas (su personaje) es la máxima autoridad del “sitio de Villarica”, en el sur de Chile, donde entre 1598 y 1601 alrededor de quinientos españoles quedaron sitiados por la resistencia mapuche.
Impecable en sus rubros técnicos, la superproducción de época que el mañana estrena Fox 1 (a las 23) forma parte de la tendencia televisiva de llevarle a los hogares de aquí y de allá historias grandilocuentes y de otro tiempo cargadas de pasión, con brutales dosis de sangre y sexo. En este caso, Sitiados es la versión latinoamericana de esa moda, a la que a las grandes y sangrientas batallas de traiciones y ambiciones por el poder se le suma una historia de amor más cercana a la cultura novelada de este lado del mundo. El chileno Benjamín Vicuña y la mexicana Marimar Vega completan el trío protagónico de una serie que vuelve sus ojos sobre un hecho específico de la conquista española, pero no por eso menos representativo de lo que significó en las comunidades originarias que habitan ese suelo. El llamado “sitio de Villarica” sucedió en Chile, pero bien vale pare desnudar con crudeza el escenario de conquista y lucha entre dos culturas, entre dos mundos.
“La serie está a la altura de lo ambicioso del proyecto, estamos muy contentos con el resultado”, señala Parra, envalentonado por el inminente estreno de una producción sin precedentes a nivel regional, por presupuesto y temática histórica. “Se unieron esfuerzos descomunales. Cuando alguien decide hacer una serie de esta envergadura, el riesgo de salir con algo ridículo es altísimo. Tiene un costo creativo y de tiempo que se debe asumir para poder hacer un producto de calidad. Es feo cuando dejás un petardo y la serie no vale un centavo. Pero creo que este no va a ser el caso. Hubo mucho cuidado en cada detalle”, subraya.
–La serie se basa en un hecho histórico denominado el “sitio de Villarica”, en la época de la colonización española. ¿En qué aspecto cree que puede llegar a interesar el acontecimiento histórico para el resto de la región, donde se va a emitir Sitiados?
–Puede interesar en el sentido de que el contexto histórico abarca a toda la región. Toda América latina fue conquistada, colonizada y luego liberada. La coyuntura histórico-social es la misma para todos. Si bien es cierto que la serie está inspirada en un hecho histórico, no intenta retratar de manera documental ese hecho. El riesgo de haberlo hecho era convertir a la serie interesante únicamente para los eruditos en el tema. Está inspirada en un suceso histórico, pero cuya trama tiene todos los ingredientes para generar interés. Hay una historia de amor, hay traición, hay conflictos, se aborda la temática del poder, es una serie política y de acción. Es una serie en la que siempre pasa algo.
–Desde hace un tiempo, la historia ha sido revisitada a través de diferentes obras, a las que se sumaron las series. ¿Cree que en Sitiados los latinoamericanos van a poder identificarse, a partir de la historia de despojos a la que fue sometida –casi sin excepciones– la región?
–La conquista de América latina fue, en general, la misma en todos lados. Ahí hay un punto de identificación. Incluso, iría más allá: la serie tiene un contenido político que es muy actual, vigente. Creo que Sitiados nos va a servir –conmigo lo hizo– para reflexionar y ver cómo la corrupción y los intereses personales que rodean a la política son cuestiones que tienen un origen desde la misma colonización. En cierta manera, de aquella época hemos aprendido a hacer la política así y no de otra manera. La relación entre la política y el pueblo de entonces parece replicarse hoy en día. Los abusos de poder, la tiranía, la mentira, la corrupción forman parte de la trama. Son temas actuales que cada región ha tenido que vivir en determinado momento.
–La actual manera de construcción democrática de los países de América latina, con sus falencias y problemas, ¿es posible de leerse como una consecuencia de la sangrienta forma en que se llevó a cabo la colonización?
–Si uno se sienta detenidamente a revisar la historia y la conquista, es innegable que un porcentaje enorme de lo que somos está ligado al tipo de conquista que fue y a la forma en que se ejecutó. Si uno quiere analizar su presente, siempre es bueno revisar su historia. Esta serie aporta su mirada alrededor de esa idea.
–¿Cree que Juan de Salas, el personaje que interpreta, que es la máxima autoridad española en el pueblo de Villarica, tiene que ver con algunos dirigentes actuales? Se le nota una voracidad de poder palpable en muchos políticos de hoy en día.
–Juan tiene mucho de nuestros actuales dirigentes. Es un tipo absorbido por el poder, que es algo que suele pasarnos. A nuestros dirigentes les cuesta mucho manejar el poder sin enloquecerse con él. Salas no es la excepción: utiliza el poder para el beneficio propio, muy por encima de los intereses de la gente de su pueblo. En ese sentido, nuestros dirigentes tienen poco que envidiarle a él. En cierta manera, cuatrocientos años después, el mecanismo sigue siendo más o menos el mismo. Obviamente al ser ficción, Salas lleva ese ejercicio al extremo. Salas es un personaje miserable, un autócrata, tirano, represor, que ha sido víctima hasta de su propia manera de ejercer el poder, víctima de su propia traición. Si bien ahora nuestra sociedad no ve con tanto celo, palabras como la honra o la moral eran muy importantes. A mí me gusta hacer este tipo de personajes capaces de mostrar todas nuestras miserias humanas, lo peor de nosotros, nuestras infinitas carencias.
–Recién describió a Salas como alguien “fascinante” y usted también se puso en la piel de Pablo Escobar Gaviria. ¿Cómo hace un actor para interpretar este tipo de personajes, crueles e inescrupulosos?
–Soy un profundo defensor de mis personajes. Mientras los interpreto, los defiendo. Recién los puedo ver con matices una vez que haya pasado el tiempo de la interpretación. Creo que así tiene que ser. Al actor también lo cobija el juramento hipocrático, que es el mismo que cobija a médicos y abogados. Si hay que defender al malo, hay que defenderlo. Yo defiendo a mis personajes a capa y espada porque busco ver dónde está lo bueno, en qué lugares se quebraron y se volvieron malos, qué fue lo que les pasó, para entenderlos. Los sociópatas están y existen, pero creo que la maldad tienen un origen, un trauma. A mí me llama la atención buscarle a esos personajes malvados su humanidad y reivindicarlos.
–Es de los que, a la hora de componer, prefiere a los personajes complejos, que ponen en práctica sus pasiones más salvajes.
–Me gusta encontrarle las causas de sus actitudes a los personajes que interpreto. Los malos también son seres humanos. Por más que sean personajes ficticios, no dejan de ser personas que existieron en nuestra sociedad. Por otro lado, a mí me criaron muy bobito. Me cuesta mucho trabajo colarme en una fila, por ejemplo. Tiendo a ser políticamente muy correcto. La malicia salvaje la tengo dormida; pocas veces sale. Por eso me atraen hacer este tipo de personajes que rompen las reglas, de hacer trampas y decir mentiras. Están muy alejados de mi realidad, donde suelo ser muy obediente, tranquilo, sin generarme problemas con nadie. Cuando me encuentro con estos locos me seduce la posibilidad de ser otro muy diferente a mí.
–Es interesante lo que dice porque a lo largo de la historia hubo personalidades monstruosas y, tal vez como un mecanismo de defensa, se tiende a pensar que no se trata de seres humanos, que no son como uno. Lo complejo es asumir justamente que tanto Escobar Gaviria como Salas son seres humanos.
–El camino más fácil es tildarlos de monstruos y ya, decirle que son monstruos a los que se debe encerrar y listo. No. Eso es lo más fácil. El reto, para mí, es enfrentar a los problemas a los que nos exponen este tipo de personalidades tan ambiciosas como crueles que existieron en nuestra historia. Es como cuando las escuelas se quitan de encima a los chicos problemáticos, hiperactivo o al que posee déficit de atención, que se hagan cargo sus padres. El verdadero reto es entender que estos personajes no sólo estuvieron, sino que están y van a seguir estando. Pueden ser el vecino, el hijo o el papá de uno. Si logramos ser un poco más responsables en ese sentido, los miraríamos con un poco más de cuidado. Hay algo que hizo que esos personajes se manejen de tal forma. ¿Qué tenemos como sociedad para brindarle a cada individuo, antes de que alguno se nos salga de las manos? Porque cuando se nos escapan del control, uno ve todo lo que pasa. Lo he dicho muchas veces: en cualquier momento aparece un nuevo Pablo Escobar, si es que ya no apareció. Como sociedad, como padres, como amigos, como educadores, como Estado, ¿qué hacemos para que las personas no lleguen al punto de no retorno? Porque cuando llegan a ese punto, ya no hay nada que hacer. Los Escobar, los Hitler... fueron parte de la sociedad. No fueron monstruos que vinieron de la nada.
–Hubo una polémica que se generó alrededor de las narconovelas, sobre si su desarrollo televisivo ayudaba a encapsular a los narcos como delincuentes o si, en realidad, edulcoraban sus crueldades en tanto delincuentes. ¿Qué postura tiene usted respecto del género?
–La narconovela es un género que estuvo muy de moda en Colombia, en un momento dado. Había que hablar del narcotráfico porque era un tema que no se había abordado. Y si había un país que tenía la responsabilidad moral de hablarlo, era Colombia. Pero, tras cinco años de apogeo, ahora está terminando. De hecho, ahora entramos en la “bionovelas”, que no son otras cosas que las historias de vida de ciertos cantantes, artistas o futbolistas. Ese el nuevo boom, que seguramente durará otros cinco años.
–Pero El patrón del mal fue mucho más que un representante de una moda televisiva. Fue un éxito a lo largo y a lo ancho de buena parte del mundo.
–No metería a la serie sobre Pablo Escobar Gaviria en ese grupo de las narconovelas, porque fue una ficción con ciertas particularidades que la corrieron de ciertos esquematismo en el género. Las narconovelas tienden a ser anecdóticas, superficiales y hasta divertidas. Ese tipo de narconovelas caen en la apología. Pero con El patrón del mal la historia es absolutamente distinta. Aquellos que interpretaron a la serie como una apología al narcotráfico, les digo que la serie intentó contar un hecho histórico que se dio en los años ’80 en Colombia. Si hay ese tufo a apología, deberíamos replantearnos lo que somos como sociedad, ya que fue así como se comportó nuestra sociedad. En Colombia, la Iglesia, el fútbol, la farándula, los políticos, los abogados, los constructores, todo el mundo le rendía pleitesía al narcotráfico. Si hubo apología, la hubo de parte de la sociedad, no de nosotros, que lo que hicimos fue reflejar ese fenómeno. Nosotros intentamos reflejar lo que pasó con la sociedad colombiana de entonces.
–Tal vez la observación tiene que ver con que no fueron lo suficientemente críticos de las actividades ilegales que rodean al narcotráfico.
–Pretender que una serie vaya a motivar a que la gente se dedique al narcotráfico es un insulto a la inteligencia del espectador. ¿O, acaso, cuando estuvieron de moda las novelas mexicanas las mujeres soñaban todas con ser empleadas domésticas para poder casarse con un millonario? No lo creo. En Colombia hubo novelas románticas o rosas durante cincuenta años y la sociedad no fue mejor tampoco, no es cierto. Me produce cierta frustración creer que el público es tan estúpido como para ver una serie y querer ser narcotraficante o empleada de servicio. Varias generaciones se formaron con el sueño de la empleada doméstico que se vuelve millonaria y las mujeres estudiaron todo tipo de carreras normalmente. No pasó ni en estratos altos ni en los bajos. Es una manera facilista de ver las series. Lo que las series hacen es mostrar un espejo muy duro de nosotros como sociedad, y eso incluye a toda Latinoamérica.
–¿Cree entonces que quienes critican a la narconovela en realidad lo hacen como una negación a enfrentarse con esa realidad, de la que no sólo fueron testigos sino también cómplices?
–Creo que sí. El patrón del mal no terminó con Pablo Escobar Gaviria en las Bahamas casado con Shakira. En El patrón del mal no gana el malo. La serie culminó como terminó Escobar: siendo el hombre más rico y poderoso, terminó en un tejado, descalzo y muerto. Acabó como un perro, sin un centavo, sin familia, sin nada. Apología hubiera sido si la serie hubiese terminado con Escobar y Shakira juntos, y cuyo hijo se llamara Piqué. Eso hubiera sido una apología (risas).
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