Sáb 19.09.2015
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TELEVISION › ALEJANDRO AWADA, EL ACTOR QUE ENCARNA A ARQUIMEDES PUCCIO

“Tuve que escarbar en zonas muy oscuras de lo humano”

En Historia de un clan, la miniserie que pone al aire Telefe, el actor se luce especialmente en el rol del siniestro jefe de familia que secuestró y mató. “Con Puccio nos tuvimos que mostrar nuestras respectivas miserias”, confiesa, admitiendo sus propias zonas oscuras.

› Por Emanuel Respighi

El contraste con su escalofriante composición de Arquímedes es evidente. Al menos desde su apariencia, Alejandro Awada no transmite ninguno de los gestos perturbadores de su alter ego en la ficción Historia de un clan (miércoles a las 23, por Telefe) despliega con incómoda cotidianidad. Tampoco hay en el actor dosis alguna de cinismo o de perversión cuando habla. Más bien lo que muestra en cada respuesta es el compromiso por cada cosa que dice. La misma actitud con la que desde hace décadas encara su profesión. En estos días en los que está en boca de todos por su brillante interpretación del líder del siniestro clan, Awada sigue pensándose con la misma humildad que lo caracterizó en tantos años de trabajo silencioso y coherente. “Lo mío es pura prepotencia de trabajo”, dispara, ante Página/12. “Soy un laburante y siento que mi compromiso con la profesión es como trabajador. No soy más que un trabajador que actúa, un trabajador que pone su hombro para la construcción de una obra colectiva”, subraya.

Tal vez sea porque se dedicó a la actuación de grande, luego de cortar definitivamente con cierto mandato familiar, que le proponía estudiar Ciencias Económicas –carrera que abandonó dos veces– y trabajar en la empresa textil, fundada por su padre y actualmente bajo gestión de su hermana Juliana, la esposa de Mauricio Macri. O quizá tenga que ver con que hasta llegar a ser protagonista de un unitario tuvo que hacerse desde bien abajo, dando sus primeros pasos en el teatro off para, con los años, demostrar su destreza en papeles secundarios en el teatro comercial y en diferentes ficciones televisivas. Su temeraria y elogiada interpretación de Arquímedes en la ficción de Underground no parece correrlo de su naturaleza, esa que lo mantiene –casi– como un outsider dentro de las sonrisas siempre listas del jet-set local. Awada prefiere, siempre, expresarse sobre las tablas, o frente a una cámara, componiendo personajes, aportando a una creación grupal que pueda conmover. Algo que Historia de un clan parece haber logrado en sus dos primeros capítulos.

“Historia... es una ficción que tiene una impronta personal que la acerca a una realización cinematográfica, pero no lo digo desde los aspectos técnicos, sino más bien desde la mirada de un director plasmada en pantalla”, analiza Awada. “Luis Ortega es un director muy sensible, que a cada trabajo le imprime vuelo propio. En Historia... demuestra cómo fue capaz de agregarle un nuevo punto de vista a una historia que aparentemente la mayoría de los argentinos ya conocían, que no parecía posible contar más allá de lo que se desprendía de la causa judicial o los recortes periodísticos”, puntualiza el actor, en un alto del rodaje de El jugador, el film que por estos días lo tiene ocupado en tierras marplatenses. “A Luis Ortega le tengo una admiración y un respeto profundo”, agrega.

–¿Qué tiene Ortega como director que no tenga otro?

–Luis es un guionista y director de gran conocimiento del punto de vista narrativo, de gran sensibilidad. Es uno de esos directores que antes de hacer lo correcto prefiere correr algún riesgo. Un riesgo que no es otro que el que debe asumir cualquier autor. Se la juega. Además de dirigir actores de manera excepcional, es realmente un autor en un medio en el que no abundan. Los once capítulos tienen ese sello de autor, desde los guiones y la realización. Hay un trabajo profundo, dedicado y desarrollado desde el punto de vista del autor. Historia... no es una ficción parecida a cualquier otra de la TV argentina. Es una miniserie que hace una diferencia respecto de lo que vengo observando en la TV argentina. Y esa diferencia la hace, principalmente, Luis en la manera en que nos dirige, en la forma en que pone la cámara.

–¿Usted es de esos actores que se dejan dirigir o más bien de aquellos que intentan imponer su punto de vista?

–Entiendo que la narración televisiva y cinematográfica es el universo del director. En mi manera de sentir la profesión, el oficio, mi trabajo es un elemento más de esa narrativa diseñada por el director. Disfruto de trabajar con un director que se hace cargo. No trato de imponer mi punto de vista. Puedo opinar sobre las escenas, dar mi parecer, pero no más que eso. Cuando siento que el director es “el director”, me entrego a sus indicaciones. Lo mejor que le puede pasar a un intérprete es toparse con un director que tiene claro hacia dónde ir y de qué manera hacer el viaje. Tal vez el mayor diálogo e intercambio se da en los ensayos, pero me gusta instalarme en el lugar en el que el actor está al servicio de la narrativa y no de su propio ego.

Awada es bondadoso en los elogios. Claro que un director nunca trabaja solo. Por más talento que pueda tener, necesita contar con un material humano-profesional capaz de traducir en pantalla sus propias indicaciones. En ese aspecto, Awada le encontró el tono justo a un Arquímedes tan semejante a cualquier otro vecino de San Isidro en los ochenta, a la vez que tan maquiavélico a la hora de secuestrar y asesinar a conocidos, involucrando a su familia sin ningún sentido de culpa. “Me pasó algo extraño con la composición de Arquímedes”, reconoce el actor. “En la realización, en el momento del ensayo, indagar en esas zonas oscuras de la mente humana fue emocionalmente muy fuerte. No es fácil introducirse en el nivel de sadismo y perversión con el que se manejaba alguien que no tenía problemas en adueñarse de la vida de otros. En el momento preciso de la realización, el director daba el corte de la escena y yo, sin embargo, me quedaba un poco afectado emocionalmente. Luego de un tiempo, cuando me iba del set, retomaba la vida normal. Pero en el ‘durante’ quedaba afectado, porque tuve que escarbar en zonas muy oscuras de lo humano”.

–¿Descubrió sus propias zonas oscuras en el proceso de composición de Arquímedes?

–Todos tenemos zonas oscuras en nuestra mente y nuestra alma. Conozco pefectamente mi oscuridad. Tengo claro las zonas oscuras de mi ser, de mi alma. Tengo claro quién soy. Para meterme en este tipo de personajes, tuve que prestarle mi oscuridad a Arquímedes para que yo pudiera conocer la de él. Para que el hecho creativo sucediera, nos tuvimos que mostrar nuestras respectivas miserias. Con Arquímedes nos prestamos mutuamente nuestras zonas oscuras.

–Esa misma idea individual parece extenderse en Historia... al plano colectivo de la historia. El programa trasciende el plano del delito para indagar en los vínculos familiares.

–Afortunadamente, Rodolfo Palacios (autor de El clan Puccio y asesor autoral de la serie) estuvo muy cerca de Luis (Ortega), contándole su parecer de la dinámica familiar a partir de su investigación. La serie parte del conocimiento público sobre los Puccio, pero para permitirse indagar libremente sobre su intimidad. Lo que más me fascina de Historia de un clan es que se mete en esa casona e indaga en el comportamiento de cada integrante de la familia y de la banda que secuestraba. Eso no se conoce tanto. Partimos de lo real para poder inventar, para poder crear. Ese nuevo punto de vista es muy seductor. Y es lo que más deleita. Los casos de secuestro son la excusa para indagar en el comportamiento de los integrantes de la familia sanguínea y delictiva.

–No hay en Historia... la pretensión de atenerse a la causa judicial.

–Entiendo que no. Hay un expediente que es una verdad. Pero hay varios puntos de vista alrededor de los Puccio. Se parte de lo que dice el expediente y de lo que sucedió según la verdad judicial, pero no es posible quedarse en ella. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, Epifanía –la esposa de Arquímedes– no fue considerada culpable y al año fue liberada. Pero, ¿quién era realmente Epifanía? ¿Cómo se comportaba en esa casa del horror? ¿Participaba de los secuestros? ¿Era cómplice? ¿Qué pasaba con el resto de las hijas? La ficción trata de hacer esas preguntas. ¿Alejandro quería ser parte? ¿Tenía contradicciones emocionales, o simplemente asumía con normalidad su rol? Hay una verdad que dice que Alejandro era víctima de un padre que lo manipulaba y sometía, pero también hay otras versiones que señalan que era más terrible que el padre.

–¿Es posible pensar a los Puccio como representantes de un tipo de familia argentina, capaz de hacer cualquier cosa con tal de “pertenecer”?

–En este caso lo pensé mucho. Arquímedes es un señor que probablemente estaba vinculado al delito desde hacía años, que había comenzado en los setenta, vinculado con la Triple A y luego cumpliendo algún rol durante la dictadura. Más tarde, ya en democracia, como “mano de obra desocupada” decidió secuestrar y matar como modo de vida. Pero es indudable que no actuaba en soledad, que la familia tuvo su rol. Además del móvil económico, creo que, desde un punto de vista psíquico, Arquímedes sentía un enorme goce de adueñarse de la vida de las personas. Gozaba del dolor ajeno, de adueñarse de la vida de los demás y luego asesinarlos.

–¿Su lectura, entonces, es que Arquímedes, en particular, y los Puccio, en general, fueron un resabio de la dictadura?

–Los Puccio fueron un resabio de la dictadura. En los Puccio se ve, en pequeña escala, lo que sucedió socialmente a gran escala. En Historia... pensamos cómo funcionó una familia a principios de los ochenta, pero en realidad estamos viendo cómo funcionó la sociedad argentina en dictadura. Cómo vivían algunas familias en plena dictadura, cómo pensaban, qué hicieron cuando llegó la democracia. Los Puccio tuvieron protección de algunos sectores de poder, e indiferencia de cierto sector de la sociedad que durante años miró para otro lado. Los secuestros y los asesinatos fueron a plena luz del día.

–¿Hubiera sido posible contar la historia de los Puccio como lo hace Historia de un clan 20 años atrás, con un contexto social y político diferente?

–Ni remotamente se podría haber contado esta historia del modo en que lo hace esta ficción. No hay que olvidarse de que en los noventa Carlos Menem firmó los indultos, y antes se promulgaron las leyes de punto final y obediencia debida. Con todos los medios haciendo una presión descomunal para que eso sucediera. Durante años hubo un enorme sector de la sociedad que reivindicó a los asesinos. Culturalmente no había posibilidad alguna de pensar en una ficción diaria que mostrara la manera en que operaba la mano de obra desocupada de la dictadura. A partir de 2003, la Justicia empezó a juzgar a los asesinos, a los dictadores, y los condenó. El avance y multiplicación de esos juicios, sumados a la política activa en términos de derechos humanos, fueron los que terminaron generando conciencia social sobre lo sucedido. La sociedad argentina fue dejando atrás viejos fantasmas.

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