TELEVISION › RODRIGO NOYA, UNA ESTRELLA DE 12 AÑOS CON 29 PUNTOS DE RATING
Personalmente tiene varios puntos de contacto con Lorenzo, el cerebrito que aparece en la vida del detective que encarna Rodrigo de la Serna. Pero Noya, que nunca fue un consumidor compulsivo del medio, no se plantea una vida dedicada al mundo catódico. ¿Qué hay detrás del pibe maravilla de la TV?
› Por Julián Gorodischer
Su juego consiste en delatarle papelones y/o fallidos a mamá Martita, como la vez en que el boxer de la familia le pasó los genitales por la cara, o esa otra vez que un amiguito del colegio, allá en Chascomús, se ligó, por error, el cachetazo. La máxima estrella infantil de la Argentina disfruta de ese escrache familiar que sigue asombrando al delatado como el primer día, allá en Agrandadytos, cuando el salto a la fama de Rodrigo Noya consistió en eso mismo: en pasar revista a una agitada vida familiar. No respeta ninguna de las cláusulas del cliché: ni anotado de prepo en los castings por Martita ni declamador de palabras ajenas..., porque Rodrigo es un adulto, no un niño grande; es un extraño adulto de doce años que pone en duda las reglas de la maduración biológica. No imita a sus padres, sino que los sorprende con su precocidad desde aquellos primeros indicios que le auguraban un destino de adelantado ya en el jardín. ¿Dónde aprendió el vocabulario ampliado que le envidiaría un estudiante de Letras de la UBA? ¿Y cómo adquirió la capacidad de desconectarse y, de pronto, volver e improvisar una ocurrencia que lo devuelve al centro de la escena?
Su mitología personal no encuentra mejor molde que el flamante personaje de Lorenzo, pura sagacidad sin intención (eso que llaman talento), y virtud para descubrir el crimen perfecto en el unitario Hermanos y detectives, de Damián Szifrón, que –en sólo dos capítulos– ya hizo de su muletilla un clásico: “¿No es sospechoso?” Cuando Rodrigo Noya (o su personaje Lorenzo) la pronuncia, empieza el maratón en busca de respuestas: la atención flotante se dirige justo a la porción de torta que está donde no debió estar y pone en duda un suicidio (en el debut) o hace encajar las pistas para que arrojen al culpable de un autoatentado/ un crimen demasiado obvio. Actor fetiche de Alejandro Agresti antes de cumplir los diez (Valentín/ Un mundo menos peor), estrella de Telefé que comparte marquesina con Pergolini, Peña, Francella y compañía, querría ahora mismo terminar con este trámite lo antes posible y escaparse a la cancha de Independiente, en Avellaneda, donde entrena en las inferiores. El primer día no sintió las piernas, por el nerviosismo, y puso en práctica el consejo que le dio su padre: “Como si estuvieras con los amigos de Chascomús”.
–¿Sirvió de algo?
–¡Más o menos!
Lo dice con esa subestimación que aplica al mundo de los grandes, con esa capacidad de encarnar a Lorenzo. Su paradoja es: emigró de la ciudad a los márgenes (Chascomús) porque “de chico tenía demasiada energía”; se trepó a los árboles, correteó por el paisaje campestre, fue ajeno a la tele salvo por un fanatismo inquebrantable por los Power Rangers y, a pesar de todo, es la encarnación más acabada de un bicho de departamento, con esos anteojos, palidez, rapidez para dar respuestas, amplio repertorio de cultura general y conciencia de ese pequeño y entrañable infierno que es –para todos– la familia. Su crónica de la sobremesa o el viaje en auto es un imbatible que está destinado a convertirse en monólogo stand up.
Rodrigo Noya: –De mi mamá, dije en Agrandadytos que se descontrolaba y me gritaba; de papá no me acuerdo. De abuela Pocha, que me revoleaba con una zapatilla y que con un trapo de piso me pegaba por abajo de la cama. De mi abuelo, inventé que unos chicos le tiraban la pelota y él se la devolvía hasta que le tiraron un pelotazo que hizo que se le cayera encima la medianera y le quebrara el hombro.
Entonces, Rodrigo recupera ese tonito, como cuando hablaba de sí mismo en tercera persona, celaba a la hermanita (Agustina) de tantos candidatos, la retaba como lo haría un padre con poca diferencia de edad. Sus menciones a cachetadas de mamá, palazos y zapatillazos de Pocha, cortes de testículos (con los que Pocha habría amenazado a papá al chocarle el auto), empujones entre los hermanos peleando por el asiento de adelante junto a papá son recibidas a carcajadas y refieren a un mundo en el que padres e hijos se relacionan intensamente entre sí con cuerpo y espíritu. “Y dije que mi papá rompió el vidrio del auto porque le metieron un piedrazo, y que Pocha le iba a cortar las bolas. Y le conté todo eso a Dady, y al otro día en el trabajo de mi papá le apareció un protector de pantalla que decía Cuidado con la Pocha, con una tijera dibujada abajo.” Martita, que no habla mucho pero tiene una gestualidad exquisita (como de heroína tímida de animé japonés), le estudió los guiones para diseñar una carrera que lo enorgullezca en el futuro. Igualmente, Rodrigo le anunció que se dedicará al periodismo deportivo, pero, mientras dure, podrá contar que se ganó un Cóndor de Plata por Valentín, que fue la coestrella de Carlos Belloso (en Las aventuras del doctor Miniatura) y de Rodrigo de la Serna (en Hermanos...), lo cual no es poco... El que le siga la carrera, sin embargo, coincidirá en que el actual es su paso a las grandes ligas, ese minuto en el que su personaje resignifica las leyes del afecto entre hermanos (pura supervivencia, mera asociación comercial). Es el mismo que refunda al investigador policial (aquí talentoso, humanitario) y se pone en riesgo vital como –quizás– jamás había sucedido en la ficción televisiva ¡con una criatura! Todo eso es mérito de Damián Szifrón.
–Nos tocó competir mucho entre Valentín y El fondo del mar; yo me gané el Cóndor a Revelación y un Tótem al Mejor Actor en República Dominicana. Cuando nos juntamos por azar para una producción de fotos, nos pusimos a charlar. Es bueno, me trata muy bien, ¡es un nene! ¿O no?
–Lorenzo dice que tiene el pensamiento lateral muy desarrollado...
–No tengo ni idea... Lorenzo lee mucho, no sé qué. Lee de todo, trata de sacar conclusiones, porque él se piensa que leyendo puede resolver todo. Y los libros no te dicen de qué lado está la parada de subte que te tenés que tomar. Damián quiere que me coma las eses, porque Lorenzo viene de Mercedes. Yo también me como las eses, pero él quiere que me las coma todas. Yo siempre le digo: tendrían que ser las eses de algunas palabras las que hay que comerse. Pero él dice que sean todas porque queda bueno así, y es el director...
–¿A qué detective se parece Lorenzo?
–Yo veía al Superagente 86 en Retro, ¿es uno medio tonto? Veía al inspector Gadget, y siempre algo le salía mal. Pero Lorenzo es más detective de película, de esos que resuelven con la lupa, de los que van siguiendo las huellas. Y Franco (De la Serna) es más policía de los que llenan el informe o participan de la brigada. De ahí vienen las peleas: uno quiere resolverlo de una manera; el otro no.
Desmiente su physique de adicto al televisor o a la computadora. Pero igualmente acepta compararse: ¿hubo en la Argentina otra estrella infantil con su carisma? No respeta ninguno de los rasgos de anteriores niños célebres: ni el melodramatismo de una vistosa Andrea del Boca ni el humorismo de Marcelo Marcote y, más cerca, ni la bobería de la Bichi de Pelito ni la repetición seriada de las huérfanas de Chiquititas, ni tampoco la sequedad de un galancito carilindo como Nicolás Cabré... “No veía Chiquititas... Era más de treparme a los árboles y me gustaban los Power Rangers. Yo le había pedido a ‘Papá Noel’ (tonito de entrecomillado, con reclamo implícito a Martita) el disfraz azul, y me trajo el rojo. Yo era fanático del Power azul, el que más cosas hacía. Y Papá Noel se equivocó (otra vez de reojo). Mi mamá siempre decía que los Teletubbies enseñan a hablar mal a los chicos, que tienen 22 años y dicen: “Oa!”. Las Bananas en pijamas me gustaban: me acuerdo un día que en San Clemente había una Banana, y yo la abrazaba, la empujaba hasta que me dijo: Pará nene, no soy un muñeco”.
Está programado para que nunca se agote el placer de conversar, sin apariencia de estar exigido, sólo para renovar el goce que podría caerse cuando su interlocutor admite: “Eso ya te escuché decirlo en otro lado”. “Pero él no lo escuchó”, señalando al de al lado que lo mira absorto, como si el juego recomenzara cada vez que uno solo (no el total de 29 puntos promedio de Hermanos y detectives) se dispusiera a escucharlo/admirarlo. El catálogo de anécdotas no se acaba nunca. “En Mundo Marino, se baja el marciano de una nave espacial. Y me dice: Ese es el chico de la tele. Y yo le digo a mamá: Mamá, hasta el marciano me conoce.
–Y los chicos que actuaban en lo de Tinelli el año pasado (intentando desatar una guerra de estrellas infantiles). A ellos les decían prodigio...
–(Rodrigo se pliega la oreja para homologarse a esos niños/rareza.) Pará, mirá... Soy el único de la familia que lo hace... Hago fuerza con la oreja para sacarla. (No tendrá nada que envidiar a los talentitos.) No la incorporé al unitario porque Luis Machín se mete toda esta parte. En la productora me dijeron: “Retirate”.
Seguramente Martita no lo hubiera acompañado a ese concurso de exotismos. Aunque promueve libertad de acción y decisión, ella lee rigurosamente cada guión recibido y decreta que el de Hermanos y detectives es el mejor papel que le tocó en toda su carrera.
Nunca se diría que es “típica mamá en la cola del casting”: imposible pensarlo. Si a abuela Pocha le toca el papel de un dulce torturador (cortar las bolas con la tijera, dar el zapatillazo), a abuela Adela le corresponde el rol de la bromista pesada (le puso cucarachas en el budín al codirector de Hermanos...). Martita, entre todos, es la víctima gustosa de los suaves escraches del hijito. Cada vez que la mira fijo, como si ella fuera la nena y él el papá jodón, Rodrigo renueva su deseo de abochornarla con infidencias. Está la del perro en el auto, la del cachetazo al amigo. Antes del final, su breve monólogo es –ante todo– un acto de amor.
Martita: –A mí nunca se me cruzó por la cabeza llevarlo a un casting. Tampoco era algo que yo hubiera deseado para mí; no pensé en hacer televisión... Soy como soy, soy sincera. Pero quiero estar atenta, para cuando el nene esté cansado, para decirle: “Terminá la secundaria que el estudio es lo primero, dedicate en el futuro a hacer periodismo deportivo que es lo que te gusta. Mirá, Ro, si no te gusta más, si te quedás con ganas de hacer otras cosas, ¿la cortamos...?”. La respuesta, por suerte, es: ¡NO!
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