TELEVISION › MARCOS MUNDSTOCK Y EL ROL DE LA TV EN LA DIFUSION DE CULTURA
En Al Colón, el locutor e integrante de Les Luthiers dice estar saldando una “venganza” histórica. Mientras lidia con esa percepción pública que espera que a cada vuelta de párrafo haya un remate mordaz o una alusión a Mastropiero, Mundstock desmitifica otro lugar común, el que indica que lo que tiene que ver con el mundo de la música “culta” es puro elitismo.
› Por Emanuel Respighi
Cambiándose en uno de los tantos camarines que esconden los pasillos del Teatro Colón, con la aguda voz de Luis Alberto Spinetta cantando en ese momento para miles de chicos como fondo de privilegio, Marcos Mundstock confiesa –fiel a su perfil, un tanto en broma y otro tanto en serio– estar “disfrutando” de lo que es “vengarse en vida”. Es que en su rol de presentador/conductor de Al Colón, el ciclo que Canal 7 emite todos los lunes a las 22, el miembro fundador de Les Luthiers vuelve a cumplir la tarea con la que debutó en los medios cuando apenas tenía 22 años. “El proyecto de Al Colón me encantó porque tiene que ver con mi historia”, cuenta Mundstock a Página/12. “Yo fui locutor de Radio Municipal, transmitiendo desde el Colón los conciertos de la Filarmónica. Pero era tan chico que en la radio no me dejaban transmitir las óperas, que eran un poco más complejas. Por eso digo que, de alguna manera, con Al Colón me estoy vengando de aquello.”
Egresado del ISER como locutor nacional con sólo 20 años (aunque recién pudo ejercer su profesión dos años después, inoportuno servicio militar mediante), Mundstock posee una larga trayectoria televisiva y radial, poniéndoles su inconfundible voz a publicidades de todo tipo y factor. Sin embargo, su reconocimiento público le iba a llegar a partir de su participación en Les Luthiers, justamente –entre otros personajes– parodiando al locutor solemne y majestuoso que hoy le toca interpretar en Al Colón. “Me divierte mucho esta paradoja, porque la parodia sobre el locutor engolado en Les Luthiers se basa en aquel locutor oficial que alguna vez me tocó hacer. Así, de la misma forma en que estuve 40 años parodiándolo, ahora en el ciclo lo desparodio”, dispara en uno de los pocos momentos de la entrevista en el que la broma sale a escena.
La propuesta del 7 carga con la mochila de llevar óperas y conciertos de música clásica al público masivo. Géneros musicales a los que tradicionalmente la TV le da la espalda, incluso la TV pública. Con Al Colón, dice Mundstock, lo que se intenta es quebrar la barrera que separa al Colón de la masa popular, atravesando todo tipo de prejuicios y posibilidades económicas.
–Hay una cuestión tradicional que signa al Colón. Todavía existe el prurito de que el Colón es una cosa para entendidos... Bah, en realidad, el teatro de por sí es un escalón social. Y también sucede con otros teatros. Con Les Luthiers, por ejemplo, pasamos del Coliseo al Gran Rex y hubo un cambio en la composición del público muy visible. Cada teatro tiene una especie de derecho de admisión tácito, que cualquiera puede franquearlo cuando lo desee, pero que condiciona el tipo de público. Todos los espectáculos, su contenido, se tiñen del lugar donde se realizan.
–¿Y cómo funcionó eso con el paso de Les Luthiers del Coliseo al Gran Rex, por ejemplo?
–Se amplió la composición del público, además de tener el doble de capacidad que el Coliseo. En el Gran Rex llegamos a muchos más jóvenes. A veces salgo del Gran Rex y el primer recuerdo que se me viene es cuando de chico me llevaban al Luna Park a ver Holiday on ice. Es un tipo de público familiar, diferente al del Coliseo, que se prepara un poco más para ir al teatro, donde la ceremonia tiene otras formalidades. Hay cuestiones del espectador o el televidente que trascienden el contenido artístico: hay gente que no va a determinados teatros o que no ve determinados canales. Con el Colón pasa exactamente eso. Hay gente que se acompleja con el Colón. Parece que es un ámbito del que se requiere estar matriculado para asistir. La cultura y sus difusores estimulan cierto “complejo cultural”. El que pertenece a los que sí tienen acceso, y hasta con cierta legitimidad, se siente un poco dueño del lugar y gusta de conservar los componentes tradicionales de la ceremonia teatral.
–Ritos que el Teatro Colón, con sus propuestas y precios, muchas veces también estimula.
–Puede ser. Igualmente, el ámbito no es el que contiene los valores reales de la cosa artística. Lo grande del Colón es que sigue manteniendo una estructura de artistas, vestuaristas y escenógrafos capaz de producir una ópera a nivel mundial. Ese es el gran valor. El Colón es reconocido en el mundo no sólo por su arquitectura, sino más bien por su equipo artístico. No hay muchas cosas en nuestro país de nivel internacional, lamentablemente. Me molesta cuando se critica el presupuesto del Colón y se dice que es demasiado dinero destinado para una elite... Incluso, hablando en números, comparado con el presupuesto general de la Nación o el cultural, que es bastante magro, se justifica el dinero destinado al Colón. Regar una flor como ésta vale el dinero que se destina, y mucho más también. Lo lamentable sería dejarla marchitar.
–En Al Colón regresa a su faceta de locutor propiamente dicha. ¿Es la locución formal una cuenta pendiente en su carrera?
–No. Me gusta mucho, pero supongo que es un subproducto del actor. Yo quería ser locutor porque me gustaba como oficio, como trabajo. Igualmente, en aquella época yo empecé a estudiar locución para costear mis estudios de ingeniería. Luego, la historia me cambió abruptamente y terminé siendo el locutor de Les Luthiers, que tampoco tiene mucho que ver. Pero si es por vocación, me hubiera gustado una carrera de actuación. Y de alguna manera estoy haciendo todo: locutor, humorista y actor. Tengo la suerte y el privilegio de, a partir de lo bien que nos fue con Les Luthiers, poder hacer lo que me gusta.
–Llama la atención el registro serio que toma su figura en Al Colón, al estar tan vinculado al humor paródico de Les Luthiers.
–Uno de los problemas que me presentó Al Colón es cómo hacer para que cuando aparezca en cámara la gente no espere el chiste y se desilusione. Pero ese momento no dura mucha. Quien sintoniza el programa esperando el chiste o las presentaciones como si fuera el de Mastropiero inmediatamente se da cuenta de que es otra cosa. Trato de que tenga cierto interés, que la presentación sea amena y no sea el mero relato del argumento. Mis palabras sólo deben acompañar las obras, que son las verdaderas protagonistas de la obra.
–¿Cómo juega en su cabeza el hecho de que la gente siempre espera de usted alguna salida ingeniosa y graciosa? ¿Es un peso difícil de acarrear?
–Es algo que sucede seguido, pero no es un peso. A veces me pasa que digo alguna cosa que no es chiste y me la festejan como si lo fuera. En esos momentos me doy cuenta de que tengo en mi voz un arma que debo tener cuidado de cómo usarla. A veces me festejan cosas que no merecen ser festejadas. La mayoría de las veces, en realidad... Me dan ganas de decirles que no es para tanto. Pero no me molesta. Con Les Luthiers hemos ganado una posición dentro del humor argentino por mérito propio. Y ésa es una de las consecuencias.
–¿Cómo hace en Al Colón para satisfacer a neófitos y entendidos, dada la heterogénea composición de la audiencia televisiva en relación con la teatral?
–Creo que hay una buena proporción de la población que tiene la oreja preparada como para recibir géneros musicales como una ópera o un concierto clásico. Lamentablemente, la TV no atiende a las minorías, por una cuestión de mercado, presupuesto y subdesarrollo. Las televisiones públicas, como la BBC, TVE e incluso la francesa, no salen a competir por los grandes mercados, pero atienden a una minoría que, por ejemplo, gusta de un teatro más refinado y no la telenovela más autista. Esa es una obligación del Estado. Y no se trata de un “regalito” estatal para una elite: un punto de rating, que es lo que hace Al Colón, son alrededor de 100 mil personas que lo vieron sólo en Gran Buenos Aires y Capital Federal. Eso es mucho más que 20 funciones del Teatro Colón. Tener un programa que pase obras de la temporada del Colón no es un capricho aristocrático.
–Lo que pasa es que en una TV donde ni siquiera se respetan los horarios en que se anuncian los ciclos, pretender que los canales atiendan todas las expresiones artísticas y culturales de un país o región suena a utopía.
–Lo acepto como la realidad que hay. Los canales de TV hacen su negocio. El que tenga más anuncios de autos y detergentes es el programa que se va a hacer... El problema es que es parte de un proceso de degradación: esa TV sólo puede crecer hacia abajo. Cada vez la hacen más fácil, pero no porque el público vaya empeorando, sino que por seguridad van a lo seguro, degradando el producto televisivo. Pero es parte de esta sociedad. La forma de compensar esa estrecha visión es a través de constituir una televisión pública plural o a través de un organismo que regule los contenidos televisivos.
–Habría que preguntarse, en todo caso, si las obras del Colón son para una minoría por gusto popular o por desconocimiento de éstas por el problema de acceder a ellas.
–Totalmente. En la historia de cada melómano, hay un primer momento en el que a uno no le gusta lo que ve, lee o escucha. Disfrutar del arte es un proceso largo, del que uno se va nutriendo poco a poco hasta transformarse, o no, en un fanático. Es la inversa de la degradación. A los bebés, en sus inicios de vida, sólo les gusta la teta de la mamá y no el whisky. Para que algo guste hay que, al menos, conocerlo o tomar contacto con ello.
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