Dom 09.10.2005
espectaculos

TELEVISION › “LA COMANDANTE EN JEFE”

La dama de hierro televisiva provoca debates en Washington

La serie Commander in chief, con Geena Davis, genera debate y polémica en los Estados Unidos por su retrato de la primera mujer presidente.

Por Julián Gorodischer
Desde México D.F.

La serie que, por estos días, genera ruido y conversación en los Estados Unidos se llama Commander in chief, y está protagonizada por Geena Davis. La primera proyección para medios latinoamericanos, antes de su estreno local del próximo lunes 7 de noviembre a las 21 horas, demuestra la razón del alto perfil: esta ficción trabaja sobre lo probable, coquetea con la actualidad periodística, ya que de hecho Hillary Clinton y Condoleezza Rice (posibles candidatas en 2007) sobrevuelan la figura de Mackenzie Allen, vicepresidente de un gobierno republicano que asume cuando muere el presidente a cargo. Tal vez por seguir la agenda de los medios y adaptar la coyuntura a la ficción mereció que se encargaran encuestas de opinión (sobre un 70 por ciento de norteamericanos que desea a una mujer presidente) y columnas políticas analizando los disfraces de una misma épica conservadora en la TV.
¿Y cómo imagina la ficción a la primera mujer presidente de Commander in chief? Se ubica en la vereda opuesta del líder demócrata de The west wing, la serie presidencial con Martin Sheen. Es más afín a la lógica invasionista aunque se encubra en el fin noble de rescatar a una nigeriana condenada por tener sexo antes de casarse. La presidente de Davis es pura mano dura, redirecciona los ejércitos sin evaluar los costos, afirma ante el Congreso que llevará “libertad” a todo el mundo, distanciándose de la afinidad de la gente del espectáculo por gobiernos demócratas. La primera mujer presidente de la ficción –dicen los analistas estadounidenses– es útil a la campaña de Hillary Clinton, ahuyentando fantasmas de blandura y encontrando el argumento menos incorrecto para sumarse a la avanzada antimusulmana: el derecho a la igualdad entre los sexos. La presidente de la Davis legitima la invasión a Nigeria o Irak, aquí justificado por el rescate de Oria Madilla, la musulmana amenazada por su pueblo que hace menos cruento el avance imperialista.
La presidente de Geena Davis explicita su combate contra la idea de que “una mujer es blanda y no puede comandar tropas”. Asume el sino de los tiempos y es más proclive al retrato de una Margaret Thatcher light que al de una demócrata; dice disentir con las políticas republicanas del gobierno que integra, se define como laica, feminista, sin vocación de poder por el puro poder sino como vocación de servicio. Pero relega a su marido a elegir la decoración de la Casa Blanca y se autonombra como la líder que demostrará la grandeza de los Estados Unidos ante los pichones del mundo en consagración de la mujer macho casi exclusivamente dedicada a demostrar la brutalidad de todos los países islámicos. Este modelo de mujer carga las tintas sobre la influencia familiar, pide consulta a su hija preadolescente sobre si aceptar el cargo o no, se rebela a las presiones del hombre fuerte del partido (político tradicional, corrupto, encarnado en Donald Sutherland). Acepta el cargo como reacción a un mundo de hombres, siempre queda recubierta de un espíritu de grandeza que la hace mejor por ser mujer, como cuando asume “estar haciendo historia”, o cuando legitima la invasión a Nigeria por un incidente individual.
La ficción de Geena Davis, en suma, no logra apartarse de los tópicos que recrean otras series presidenciales como The west wing, sin importar que exista aquí una ligera innovación formal (la mujer al poder): la amenaza existe, está a la vuelta de la esquina, lleva turbante y piel aceitunada y es proclive a esparcir gases letales, virus tóxicos en ciudades o azotar mujeres por perder la virginidad. La mujer al poder no cambia el signo: se mantiene la lógica del voyeur que goza descubriendo referencias realistas en la escenografía y el libreto (un retrato de Nancy Reagan en la Casa Blanca, un guiño procaz con referencia a sucesos ocurridos en el Salón Oval). Commander in chief no es sólo la rentrée de la Davis en el drama con cierta bajada feminista desde los tiempos de Thelma & Louise (Ridley Scott) sino también la confirmación de que el género del docurreality puede recorrer los caminos más diversos, incluso llenando una trama de citas y chisme sobre la política que transforman la ficción en un comentario de actualidad. La Casa Blanca farandulizada consagra al político como celebridad, recrea modelos alternativos que cambian menos de lo que respetan el molde que llega desde las portadas de los diarios, promueve cambios formales que repiten el contenido de la vida real. La presidente de la Davis es menos liberal de lo que se creería, más afín a la lógica del mando masculino y convencional que a la revolución que promocionan sus publicistas. El marido relegado a la cocina, la crianza combinada con el mando militar son sólo anécdotas cuando lo que importa es que la ficción se parezca a la vida, con o sin polleras, allí donde la presidente enuncia un cambio histórico, pero repite la frase más machacada en tiempos de guerra global: “La pérdida de vidas debe ser limitada”.

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