Mar 11.10.2005
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TELEVISION › UNA VISITA A LA ESCUELA DE GALANES Y HEROINAS DE TELEVISA, EL GIGANTE QUE EXPORTA A TODO EL MUNDO

En las tierras del tequila, una escuelita de los famosos

Página/12 pasó una tarde en la escuela de la máxima productora de telenovelas del mundo, que necesita constantemente nuevas figuras para alimentar un negocio que mueve centenares de productos en 130 países. Cómo se forma a los aspirantes a estrellas continentales, a qué papeles aspiran y por qué cada vez se recluta a más argentinos.

Por Julian Gorodischer
Desde Mexico DF

Lynette y Paulina Michelle expresan su sueño de triunfo mediante imágenes eróticas: imaginan que “acarician, tocan, se devoran” el éxito. Eso si lograran un papel en la telenovela Peregrina (vida de gitana), y para que ocurra se someten a una guardia infinita frente a la oficina del señor Cobo, director de la escuela de galanes y heroínas de Televisa. Es difícil que lo consigan, porque hay muchísimas candidatas más lindas, más rubias, más altas que ellas, pero Paulina Michelle tiene su as en la manga: saca una foto en la que posa igualita a Britney Spears delante de una bandera de los Estados Unidos. “¿Tú que dices?”, pregunta susurrando, desoyendo todos los consejos de la clase de foniatría. “Habla más alto, Paulinita”, le indican, pero no le sale. Las amigas cantan a dúo una canción titulada En cada espacio de mi vida quiero respirar tu amor, y nunca desesperan. Si no es ésta, las espera otra novela, en los pasillos de la escuela de la mayor productora del mundo, que distribuye centenares de tiras a 130 países que incluyen a la India, China, Tailandia y –claro– la Argentina. Algo pescarán aquí donde una rubia teñida que se declare romántica siempre es bienvenida. Aquí, los galanes y las chicas se preparan para hacer una de época, y cada vez hay más argentinos (Sebastián Rulli, Patricio Borghetti) entrando a “las grandes ligas”.
Todos ellos cursan en forma gratuita, conscientes de su condición de elite. “Nadie paga –cuenta Carlos Castro, amabilísimo coordinador de la escuela–, todos son becados académicamente, y por eso hay 8 mil solicitudes al año para que entren solamente cuarenta.” Y enumera las condiciones del que llegará: llamará la atención, actuará en forma contenida y sin exabruptos, sabrá hacia dónde va su personaje. “No hay que aprenderse de memoria la letra porque trabajamos con apuntador, y al director se le puede antojar un cambio de palabras”, sigue Carlos. Su desafío es que la competencia, Televisión Azteca, no le robe sus cuadros, aunque nunca lo admitiría. Dice que nadie es indispensable, que para cada vacante tienen veinte opciones. Pero estipula su límite: “Si bien está cambiando el concepto de belleza, no hay obesos ni obesas. Si eres un gordito o gordita sólo vas a hacer de amigo de, pero nunca vas a ser protagonista. Ya hay dos o tres personas obesas circulando en Televisa, y la demanda está cubierta”.

Rebotados y no

Lo más divertido de la visita a Televisa llega con la revisación de los catálogos de aspirantes bochados: el morbo del cronista fuerza a Carlos a sacar todas las fichas de rebotados de Guadalajara, para ver por qué no funcionaron. Eso sí, la condición es que sólo figuren sus nombres de pila. De Priscila, dicen los selectores que “para traer a una persona de provincia hay que evaluar los costos. Puedes cambiarle la vida para mal, y a esta niña la veo común, gris”. Un tal Daniel fracasó porque “a muchos actores se les conocen sus preferencias sexuales, pero no debe notarse tanto en cámara”. Una Priscila 2, de quien sólo se conocerá su foto, no está en la escuela porque “no interesa que muestren así, que se ofrezcan: no es la manera de llamar la atención”. Nunca se olvidará la imagen del misterioso César, de Guadalajara, que envió su foto rodeado de pirámides hechas con ositos de peluche, en extraña situación más afín al ritual satánico que al retrato de book. ¿Por qué no César? El silencio da lugar al cambio de tema.
Rodrigo Nehme (alias Chaff) sí lo logró y se quedó no sólo con la vacante de estudiante sino con un papel importante en la novela Rebelde, versión mexicana aún más exitosa del argentino Rebelde Way. Allí representa al primer chico judío de telenovela en México, regido por la temática remanida del que se enamora de la no judía, aunque evitando en forma deliberada actuar según estereotipos.
–Pero en México hay muy pocos judíos, ¿no?
Rodrigo Nehme: –Yo hago de Nico, el primer judío en telenovelas mexicanas. En el país hay 55 mil, pero hacen ruido como millones. Yo tengo mucho cuidado de no hacer el cliché, porque aquí en México se parodia la manera de hablar. Y yo tengo muchos amigos judíos.
–¿Te enseñaron a besar?
–Nos enseñan a cuidar los ángulos cuando besamos: tengo que tener en cuenta el ángulo de la cámara para que parezca que beso realmente, aunque apoye mi boca en su mejilla.
Carlos Castro (interrumpiendo): –Aquí no se trabaja la escena de cama. Además de ser honesto hay que parecerlo. Y no queremos dar lugar a la desconfianza.

Rubias y argentinos

A Claudia Villarreal Torres le encantaría hacer de sufriente en una telenovela de época como Amor real o Alborada, y caer rendida en los brazos de su galán favorito, el rubísimo y barbudo Fernando Colunga, uno que no prende del todo en la Argentina –dicen– porque es muy del gusto de la mujer mexicana. La mayor productora del mundo le da prioridad al pasado, conocido es el gusto por la historia reinventada. Amor real transcurría durante la revolución de Zapata, y a Claudia le gusta imaginarse llorando. ¿Qué otra cosa puede hacerse en una de época? Se le menciona su parecido con la argentina Carina Zampinis y se hace la desentendida. Una aspirante tiende a querer ser la única. Como explicaba antes “el primer judío” de la novela mexicana: “Ser uno mismo, pero refinado”. Claudia tiene un procedimiento calculado para llorar que incluye pasos definidos: sentir bien calentito encima de la nariz, no pestañar, empezar a ver agüita, o pensar en alguna cosa triste de su historia personal. ¿Un fracaso en el amor? “Eso nunca”, dice. “Soy siempre yo la que los deja.”
Rocío García, argentina emigrada a México hace siete años junto a su familia, pregunta si quiere que responda en mexicano o en argentino. Se le indica que en argentino. “Bueno, che –exagera–, lo que tiene el argentino es que es muy buscavidas, puede hacerte de todo porque es de una cultura que se basa en andar huyendo, por la crisis, porque te viste obligado a salir. Con tal de laburar, no tiene ningún problema. Pero conozco argentinos que no aguantaron y se volvieron, que no estaban adaptados a la cultura de acá, a un ambiente muy competitivo en el que uno se come cada garrón... Te esforzás, no te llaman, y llaman a otro que no se esfuerza.” Pero a juzgar por los doce porteños que ya tienen estudios cursados en Televisa, la cosa no va tan mal. “Acá –dice Rocío– te obligan a hablar en mexicano, y lo mío es puro oído. Pero cuando me enojo se me filtran las puteadas, como ‘la concha de tu hermana’. La gente se ríe, me pide que lo repita. Ya tengo un casete automático que me cambia los modismos.”

De Cobo depende

La plegaria al señor Cobo se ejerce en silencio, cantando o a través de pequeñas ofrendas que inundan su despacho del tercer piso. Todo está lleno de relojes que aturden con un abrumador tic tac y que él mismo se encarga de definir como “regalos de amor y agradecimiento”. Paulina Michelle y Lynette siguen esperando, después de dos horas, y cada vez que alguien pasa le sacan fotos con el celular, o lo detienen para hacerle escuchar su canción, o miran fijo imitando la intensidad de sus ídolas, máximos referentes femeninos como Thalía o Lucerito. Antes, Carlos Castro se había ocupado de su fascinación por Lucero: “En cuanto pisa el escenario se ilumina todo, tiene ángel, tiene una sonrisa que te la quieres comer”. Como si lo hubieran oído, las dos rubias contienen una media sonrisa que les da algo de candidez.
Paulina Michelle: –A mí me gustaría parecerme a Britney Spears. Y, claro, de México a Lucero. Es muy profesional y desde chavita está picando piedra. Cada papel es un reto, es padrísima. Me gusta lo romántico, me inspira el sentimiento, soy súper sensible y lloro por todo. Yo nunca pienso en mis historias personales en actuación: me haría daño a mí misma.
Cuando Cobo abre la puerta se explica su omnipresencia: es un señor imponente, viejo, barbudo, que habla guturalmente y a través de sentencias. Es un purista de la telenovela clásica, garante de la educación de sus galanes durante los últimos 18 años en que forjó una educación formal para actores a los que, muchas veces, se devalúa. Dirá que “es fundamental que aprendan que esta profesión es eventual, que ganan dinero de vez en cuando y nunca se sabe cuándo van a tener trabajo. Todo lo contrario a plantearles espejismos de dinero y belleza”. Afuera, Lynette sigue ensimismada, sin importarle que nadie la haya registrado, metida en la canción de su autoría: “Todo pasa a mi lado/ y apareces frente a mí pero te vas/ no sé que deba hacer/ para robarte una sonrisa/ cómo alcanzar tu piel/ y derramar sobre tu cuerpo mis caricias y mis labios/ me está matando la desilusión”. Como mira fijo al cronista cada vez que sube la voz, produce algo de incomodidad.
–¿Estás bien?
Lynette: –Hay gente que tiene la suerte de entrar en una audición, y a otras como yo nos cuesta más. Pero estuve en un programa especial de Celebremos México y fui parte del elenco de La niña de la mochila azul, donde mi papá era pobre, y en realidad mi papá no era mi papá. Pero al final descubría que mi verdadero padre era Eduardo Capetillo (1990, Alcanzar una estrella), un tipazo. Eso te enseña: siempre hay una nueva oportunidad.

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