TELEVISION › SOBRE EL ABRUPTO FINAL DE “EL CAPO”
Marcelo Camaño y Adriana Lorenzón, guionistas de la fallida serie de Telefé, analizan las razones del fracaso, dividiéndolas entre el manoseo de horarios y las debilidades argumentales.
› Por Emanuel Respighi
El anuncio del levantamiento de El capo de la programación de Telefé, que finaliza hoy a las 13, después de haberse emitido menos de 30 capítulos, no sorprendió a nadie. Ni a los actores, ni a la producción, ni a los autores de la comedia dramática protagonizada por Miguel Angel Rodríguez, Roberto Carnaghi y Hugo Arana. Tampoco a los periodistas. El hecho de que el programa no haya “alcanzado las expectativas” de audiencia (léase: medir por sobre los 18 puntos de rating), en una época en la que el “minuto a minuto” demuestra a diario que el conocimiento televisivo que décadas pasadas necesitaba un programador para ocupar el rol de director artístico ya casi no rige ninguna decisión, hacía presuponer que el final anticipado de El capo era cosa juzgada. La TV actual, sobran las muestras de desesperación, no tiene paciencia. Mucho menos corazón, claro.
Cabal ejemplo del funcionamiento de la TV actual, más proclive a los escándalos propios de los reality shows, sean éstos entre desconocidos o famosos en desgracia, El capo finaliza hoy con una historia que tuvo desaciertos de todos lados. Desde la elección de un elenco que era más adecuado para una comedia gruesa que para una comedia dramática, hasta una historia que nunca logró salir de un insípido híbrido, pasando por los constantes y abruptos cambios de horarios, hasta llegar incluso a acortar la duración de los episodios, la telenovela de Telefé Contenidos ingresó como ningún otro ciclo en la obsesión del rating que invade a la TV actual. Después de haberse lanzado con bombos y platillos a las 22 para competir de lleno con ShowMatch, el ciclo fue perdiendo puntos de los 25,3 con los que había debutado el 14 de mayo y ya nunca pudo recuperarse. Mucho menos cuando lo adelantaron para las 21.30 para competir con Son de Fierro, donde la audiencia siguió en baja, y luego lo exiliaron del prime time hacia el extraño horario de las 13.
“El levantamiento del programa no fue sorpresivo, pero sí fue un impacto para todos: estamos muy tristes”, le explica a Página/12 Marcelo Camaño, guionista de El capo. “El lunes nos comunicaron la decisión y el martes se las comentamos a los actores –agrega el autor–, que la recibieron mal, estaban muy afligidos. Hubo que levantarles el ánimo a todos para que el ciclo termine de la mejor manera, por respeto al público que se bancó todos los problemas que tuvo El capo y que a nadie le importa porque pasan a ser un simple número.” Consultada sobre si de alguna manera el público también dejó de ver El capo como una especie de voto castigo ante tanto manoseo en la programación, la otra guionista de El capo, Adriana Lorenzón, no lo descarta, pero cree que “el actual no es un año ideal para lanzar y afianzar una ficción en el prime time, ante tanto reality invasivo”.
El funcionamiento de la TV actual, que además de tener ciertas particularidades argentinas es un fenómeno que se da también en otras latitudes, como España o Estados Unidos, logró hacer que la dupla Lorenzón-Camaño pasara casi de un día para otro de la gloria a la hoguera. Es que hasta el estreno de El capo, los guionistas aún vivían de las mieles que habían alcanzado con Montecristo, la telenovela de Pablo Echarri, Paola Krum y Joaquín Furriel, que fue un fenómeno de audiencia, premios y reconocimientos durante la temporada pasada. Hasta que esta nueva incursión televisiva les volvió a demostrar que en la TV el éxito dura mucho menos tiempo que el fracaso. Y que a futuro de nada sirve.
“El año pasado, con Montecristo, sentimos que el ‘minuto a minuto’ no nos afectaba para nada: no existía a la hora de pensar la historia. En cambio, este año sentimos que nos aplastaba sin compasión y que no hace distinción para nadie”, se lamenta Lorenzón, quien, tras 18 años de pantalla chica, está analizando algunos proyectos para teatro, cine y animación. Sin embargo, pese a la desilusión que le provoca el levantamiento de El capo, su compañero de libros confiesa que el éxito mediático no es sinónimo de tranquilidad. “Muchas veces –subraya Camaño– lo pasé mejor escribiendo y haciendo capítulos para El capo que para Montecristo.”
Analizando los motivos que llevaron a que El capo nunca haya podido consolidar una historia, los autores se hacen cargo de lo que les toca.
“Creo que en las responsabilidades sobre la performance del programa hay un 50 por ciento nuestra y otro 50 por ciento de manoseo de horarios del que fue objeto el ciclo en sus pocos más de 20 capítulos emitidos”, reflexiona Lorenzón. “Por un lado –detalla– se mezclaron los avatares propios de la realidad de los canales; y por otro, la historia de un programa que no pudo nunca instalarse entre la gente, con la lógica depreciación que siente todo ciclo de ficción ante tantos cambios. O sea: nosotros no supimos encontrarle un rumbo a la trama ni tampoco sostenerla y el canal no ayudó ante sus necesidades comerciales.”
Así y todo, los seguidores de El capo tendrán hoy un final para una de las historias más cortas que se recuerden en la TV en mucho tiempo (supera, incluso, a la fallida Gladiadores de Pompeya). Un epílogo escrito “a cuatro manos” en el que se resolverá el conflicto de los clanes familiares, donde los “buenos” se quedarán manejando los negocios bajo las órdenes de Omar Yariff (Rodríguez), mientras que los “malos” tendrán su merecido (algunos tras las rejas, otros asesinados). Pero los guionistas, igual, son optimistas: “Lo bueno es que nos quedaron tantos conflictos para desarrollar que ya tenemos buena parte de las situaciones que conformarán el próximo programa que hagamos”, dispara Camaño.
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