Mié 05.03.2008
espectaculos

TELEVISION › CóMO FUE EL PRIMER CAPíTULO DE VIDAS ROBADAS

El melodrama que aspira a más

Un gran despliegue de producción y recursos visuales pareció relegar a un segundo plano la historia que la telenovela de Telefé quiere desarrollar: un tejido de corrupción y delincuencia que se esconde detrás de la explotación sexual.

› Por Emanuel Respighi

Heredera natural de Mon-tecristo en su concepción de telenovela de corte social, Vidas robadas debutó el lunes en la pantalla de Telefé corroborando lo que las promociones insinuaban: que se trata de la gran apuesta de Telefé para este 2008. Sin ahorrar recursos, el primer capítulo de la nueva telenovela mostró una factura visual impecable, otorgándole a la fotografía un lugar protagónico inusual para lo que la pantalla chica acostumbra, con tomas áreas, planos angulares y escenas tomadas con teleobjetivos que potenciaron al máximo la belleza natural de Bariloche y Península Valdés, las ciudades donde transcurrieron buena parte de las primeras escenas. Sin embargo, esa pretensión de demostrar desde los mismos créditos la enorme producción puesta en funcionamiento en la tira pareció, en algunos momentos, jugarle en contra al desarrollo de una historia que irá tomando ritmo a medida que los paisajes del Sur dejen de ser una tentación con riesgo de transformarse en obsesión.

Si bien la belleza natural que rodeó al capítulo inicial de Vidas robadas (lunes a viernes a las 22.15) les otorgó una textura única a las escenas, su omnipresencia redujo la historia a un lugar secundario, quitándole el ritmo que un producto mainstream del prime time necesita para atrapar a la heterogénea audiencia que en esos momentos mira televisión. De todos modos, si la nueva creación de Marcelo Camaño (coautor de Montecristo) pretende no sólo contar un cuentito, sino también denunciar, o al menos abordar, la esclavitud moderna decodificada en el tráfico ilegal de personas para su explotación, también el foco deberá dejar de centrarse en el físico del protagonista, Facundo Arana, cuyo personaje Bautista Amaya ya tuvo en el primer envío una escena erótica y un desnudo mientras se bañaba. Demasiado para un hombre devastado por la pérdida del amor de su vida. Y mucho más para una telenovela que intenta romper con el molde tradicional del género.

A grandes rasgos, Vidas robadas cuenta dos historias paralelas que a medida que avancen los capítulos se irán confundiendo en una sola. La que hace honor al melodrama es la de Bautista, un antropólogo forense y rescatista de montaña al que la vida lo golpea duro cuando su mujer muere en un accidente de tránsito no resuelto. Sin embargo, Bautista volverá a ponerse en pie cuando en su camino se cruce Ana (Mónica Antonópulos), una joven fotógrafa a la que le salva la vida el mismo día en que muere su esposa y con la que se reencuentra por esas casualidades de la vida (¿o de las telenovelas?) exactamente un año después en un viaje de trabajo. La atracción entre ambos será inmediata y, por lo que se dejó entrever en el episodio presentación, sus vidas están unidas mucho más que por el amor.

Por otro lado, la historia que le imprime dosis policiales a Vidas robadas es la que gira en torno de Astor (Jorge Marrale), el padre de Ana que, sin que su hija lo sepa, maneja una red que secuestra a personas para su explotación sexual. Un mafioso en las tinieblas cuya impunidad está en riesgo ante la intensa búsqueda que emprende Rosario (impecable Soledad Silveyra en un rol atípico), una enfermera de pueblo que moverá cielo y tierra para encontrar a su hija, quien fue secuestrada por una organización que tiene estrechos lazos con la de Astor. La inquebrantable fe de Rosario, sumado a la sed de justicia de Bautista ante la muerte de su único amigo que estaba tras la pista de Astor, sacará a la luz el tejido de corrupción, delincuencia y poder político y policial que se esconde detrás de la esclavitud del siglo XXI.

Más cercano al melodrama tradicional que a la suerte de thriller que llevó a Montecristo a convertirse en un fenómeno televisivo-social, el debut de Vidas robadas sembró más dudas que certezas. La pretensión de contar un conflicto social en el seno de una telenovela, equilibrio que tan bien trabajan los ciclos brasileños, chocó en su carta de presentación con el marcado interés de signarle a la propuesta un cierto tono épico que no se condecía con las situaciones, como la desmedida despedida que los hermanos y el padre le hicieron a Bautista porque éste se iba un mes de viaje a Península Valdés.

Si Montecristo se caracterizó por haber contado con simpleza y decisión la apropiación ilegal de bebés durante la dictadura y las consecuencias que los años de plomo tuvieron en la sociedad argentina, los primeros 60 minutos de Vidas robadas, en cambio, mostraron un excesivo cuidado por lo estético en desmedro de la historia. La exagerada utilización de la música y los paisajes lejos estuvo de ser funcional a una historia que se propone crear conciencia. Y que en su debut abusó de los valiosos recursos técnicos con que cuenta. Se sabe: no siempre la cantidad hace la calidad. Mucho menos en un programa de TV.

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