VIDEO › “ANONIMOS”, CON BOB DYLAN
Una alegoría con muchas estrellas
Jessica Lange, Mickey Rourke, Val Kilmer y Penélope Cruz, entre otros, rodean a Dylan.
› Por Horacio Bernades
“¿Va para allá?”, pregunta el hombre de trajecito y sombrero Stetson. “No, voy para el otro lado”, responde el chofer del ómnibus. “Ah, perfecto”, dice el otro y sube. El hombre del Stetson, traje y bigotito fino, no es otro que Bob Dylan, y el absurdo que signa la escena es muy propio de Masked and Anonymous, una película que Mr. Zimmerman no sólo protagonizó sino además coescribió. Tras su presentación en el Festival de Sundance, en Estados Unidos se estrenó hace ya un par de años y en la Argentina se conoce ahora en video. La distribuye el sello AVH con el título de Anónimos, días antes de lanzar No Direction Home, el documental que Martin Scorsese le dedicó al autor de Mr. Tambourine Man.
Más allá de su participación amistosa en Pat Garrett and Billy the Kid, el anterior coqueteo de Dylan con el cine de ficción no había resultado precisamente afortunado. En 1977, el propio Dylan dirigió y escribió Renaldo and Clara, que combinaba fragmentos de una gira de la Rolling Thunder Review con escenas “actuadas” por él mismo, junto a Allen Ginsberg, Joan Baez, Joni Mitchell y Sam Shepard, entre otros. Tres décadas más tarde, Dylan insiste, esta vez de la mano de Larry Charles, hombre de televisión que supo ser guionista de Seinfeld, nada menos. Juntos escribieron el guión (aunque disfrazándose detrás de los seudónimos René Fontaine y Sergei Petrov) y Charles la dirigió, en su debut cinematográfico. Como Maradona en La noche del 10, el solo nombre de Dylan convocó a un megacast de esos con los que muchos sueñan y que incluye desde Jessica Lange, Jeff Bridges y John Goodman hasta Mickey Rourke, Val Kilmer, Penélope Cruz, Ed Harris, Christian Slater y siguen las firmas, hasta límites casi abrumadores.
Las películas con demasiadas estrellas suelen prometer más de lo que dan y Anónimos no hace más que confirmar esa regla. Todo sucede en un tiempo y espacio reconocibles, pero no tanto, en un territorio que podría ser la frontera entre California y México. Apretado por unos matones para saldar una deuda, a un empresario muy poco serio llamado Capitán Sweetheart (John Goodman) se le ocurre organizar un show a beneficio, proyecto en el que se asocia con una colega (Jessica Lange, más parecida a Dolly Parton que a sí misma). “Mirá, la verdad es que no tengo a ningún músico grosso”, confiesa Sweetheart. “No voy a conseguir a Sting, ni a Springsteen, ni a Billy Joel (sic). Al que puedo conseguir es a Jack Fate.” ¿Quién es este músico, entre rechazado y legendario, que lleva la marca de la fatalidad en el apellido? Dylan, obvio, con el aspecto que se describe al comienzo de la nota, gastando la hermeticidad y laconismo que son parte del mito.
Para tenerlo en el show, Sweetheart saca a Fate de la cárcel. Fate fue encerrado allí por el dictador que gobierna ese país, que tal vez sean unos Estados Unidos ligeramente distópicos. Y que lo mandaron a prisión por una razón bien personal, que tal vez se devele en el curso del relato. “El depravado se convirtió en presidente”, dice alguien, y cuando a la muerte del primer mandatario lo sucede su hijo mucho más descaradamente totalitario, queda más claro el carácter alegórico de Anónimos. Pero no se piense que es ésta una fábula política sino más bien una en la que temas y situaciones se van agregando, unos sobre otros y sin que prime necesariamente algún principio organizativo. Una miríada de personajes, que incluye a un periodista resentido (Bridges), su novia new age (Cruz), el hijo brutal del presidente (Rourke) y una suerte de reencarnación de Al Jolson que interpreta, pintado de negro, Ed Harris, desfilan entre tiradas vagamente seudofilosóficas o de un deliberado sinsentido.
Entre una cosa y otra, Fate y un arrollador trío eléctrico ensayan para el show, que se celebrará en la carpa de un circo. Allí es donde viene lo que importa, con el hombre del bigotito interpretando temas propios (Down in the Flood, Tangled Up in Blue, I’ll Remember You) y ajenos, como el tradicional himno sureño Georgia. A su vez, y en una permanente autocelebración (que, de nuevo, vuelve a recordar al programa de Maradona), se oyen los covers dylanianos más previsibles (a cargo de Grateful Dead, Los Lobos y The Ramones) o abstrusos. Como ciertas versiones de cuerdas e interpretaciones italianas, turcas o africanas de Like a Rolling Stone, One More of Coffee o Most of the Time. Al final, Dylan (perdón, Fate) parte de nuevo hacia la nada tal como vino, en ómnibus, mientras en la banda de sonido se oye un tema cuya letra sugiere que la respuesta a ciertas preguntas convendría buscarla en el viento. Una de esas preguntas podría estar referida al sentido de una película llamada Masked and Anonymous.