VIDEO › LA MADRE DE LAS LáGRIMAS, DE DARIO ARGENTO
Como en otras ocasiones, este heredero del giallo (variante de policial sensacionalista, que el cine italiano cultivó en los ’60) empieza su película como un policial y la va llevando a un terreno sobrenatural, plagado de una imaginería ultragore.
“Heidegger hablaba de un punto oscuro en cada uno de nosotros –afirma, en la entrevista incluida entre los extras, el hombre cuya delgadez, ojeras y mirada extraviada lo hacen aparecer como recién escapado de un cuento de Lovecraft–. De ese punto oscuro salen imágenes, ideas, fantasías.” Una de las ideas que el romano Dario Argento tuvo alguna vez fue la de las Tres Madres, brujas que traen agobio, muerte y dolor y surgen –tal como el hombre delgado reconoce en la misma entrevista– de Suspiria De Profundis, colección de ensayos que el británico Thomas De Quincey publicó a mediados del siglo XIX. De allí que se llamara Suspiria la película que presentaba, en 1976, a la primera de esas Madres, Mater Suspiriorum. La segunda, Mater Tenebrarum, presidía Inferno (1980), donde asomaba a su vez la tercera de ellas, la lúbrica Mater Lacrimarum, cuyo tiempo de reinar finalmente ha llegado.
Largamente anhelada por legiones de fans, Mother of Tears (La terza madre, en el original) tuvo su debut oficial un año atrás, en el Festival de Toronto. Ahora el sello Emerald la presenta en DVD en la Argentina, con el título La madre de las lágrimas. Como no es de esperar una excesiva coherencia en el autor de El pájaro de las plumas de cristal, Rojo profundo y Terror en la ópera, no hay por qué sorprenderse de que, más que como ficción concienzudamente construida, La madre de las lágrimas se arme como una serie de impresiones o digresiones, alrededor de esas imágenes e ideas visuales que le brotan a Argento de su punto H (por Heidegger). Como en otras ocasiones, este heredero del giallo (variante de policial sensacionalista, que el cine italiano cultivó en los ’60) empieza su película como un policial y la va llevando a un terreno sobrenatural, en el que carabinieri desconfiados terminan atrapados en un mundo de talismanes, sortilegios y misas negras.
Por cuarta vez a las órdenes de su padre –luego de Trauma, El síndrome de Stendhal y El fantasma de la ópera–, a la siempre poderosa Asia Argento le toca actuar esta vez junto a su mamá, Daria Nicolodi, bruja blanca que vuelve de la muerte para ayudarla. Asia de-sempeña aquí un rol clásico en el cine de su padre, el de la testigo o voyeur, puesta allí para que lleguen, a ojos del espectador, las torturas y crímenes abominables que son la flor y la nata del cine argentino (por Argento). Cada tantos minutos, el desvaído andar de La madre de las lágrimas se ve sacudido, como de costumbre, por una imaginería ultragore, que a los habituales acuchillamientos en planos detalle y ojos literalmente desorbitados suma evisceraciones, tripas al aire, orgías antropofágicas y un empalamiento vía vaginal. Protagonizados por personajes sin importancia, esos picos de puesta en escena no lo son en términos dramáticos. Pero ayudan a mantener bien alta la fama de su autor, como discípulo pulp de Sade y Masoch.
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