Vie 09.12.2005
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VIDEO › “UN DIA SIN MEXICANOS”

El Big One es una pesadilla hispana

El film de Sergio Arau plantea: ¿qué sería de Los Angeles si no hubiera más mexicanos?

› Por Horacio Bernades

Las imágenes del noticiero no dejan lugar a dudas: se trata de un pequeño apocalipsis. Al menos para el sector más rico de la sociedad. La basura se apila en las calles ante la falta de gente que la recoja, los restaurantes cierran porque no tienen a quién comprarle fruta y verdura fresca, las señoras ricas deben aprender a hacer la limpieza y cocinar de la noche a la mañana y el pasto crece loco en las veredas, por ausencia de jardineros que lo cuiden. Tiembla Los Angeles y no es por un terremoto, aquel Big One tan temido. Los Estados Unidos hacen agua, justo en su estado más rico y despreocupado, y esta vez no hay Bin Laden o Saddam a quienes echarles la culpa. Lo que puso al borde del caos y el desastre a la nación más poderosa del mundo –confirmando aquello de que cuanto más fuerte, más dependiente– es algo mucho más sencillo y aparentemente inofensivo: de un día para el otro desaparecieron todos los mexicanos. ¿Quién limpiará y barrerá de aquí en más, quién sembrará y cosechará, quién manejará las máquinas?
La premisa de Un día sin mexicanos es una de esas por las que cualquier guionista daría una libra de carne. Una que permite que, tirando del hilo, se armen con él figuras impensadas en el aire. La idea bien pudo haber entusiasmado a Rod Serling, creador de Dimensión desconocida, a quien ciertamente le gustaba sorprender, cada tanto, con algún episodio humorístico, satírico o farsesco. Es para ese lado que va Un día sin mexicanos, opera prima de Sergio Arau. Que no es otro que el hijo de Alfonso Arau, director de Como agua para chocolate. Se lo nota tan astuto como el padre a Sergio a la hora de pensar su película, pero bastante más divertido a la hora de resolverla. Coproducida con capitales estadounidenses y mexicanos, hablada en inglés (también en castellano, obviamente) y actuada por un elenco binacional en el que el nombre más conocido es el de Elpidia Carrillo (que supo actuar en Bajo fuego, Salvador, Depredador y hasta en Pan y rosas, de Ken Loach), Un día sin mexicanos es una película dirigida prioritariamente al mercado latino en Estados Unidos.
Lo cual no es ningún mal cálculo en términos de rédito, teniendo en cuenta que (como la propia película se ocupa de recordar) en una ciudad como Los Angeles un tercio de la población es de ese origen. Dicho y hecho, tras su estreno en “Los Estados” a mediados del año pasado, Un día sin mexicanos terminó recaudando el triple de su costo: todo un golazo a la mexicana. Como podría suceder en una película de ciencia ficción, un día, de pronto y sin razón aparente, todos los angelinos de origen hispano lisa y llanamente ... desaparecen en el aire, se evaporan, no están más. Y todo sucede nada menos que un 5 de mayo, día de la fiesta nacional mexicana. ¿Qué pasó? Nadie tiene demasiado tiempo para preguntas porque se trata de un verdadero cataclismo social, que amenaza poner patas arriba a una de las ciudades más ricas de los Estados Unidos. Hasta el gobernador ha desaparecido y debió ser reemplazado. ¿La razón? Aunque tenía apellido sajón resultó ser “un latino de closet”, según apunta un muy gracioso cartel sobreimpreso. El que lo reemplaza no será otro que un senador de derecha, a quien su asesor le comenta: “Fuiste electo por odiar a los mexicanos, ahora te mantendrás en el puesto por amarlos”. Y ahí va el tipo, aprendiendo a pronunciar palabras como taco o enchilada.
El de los carteles es un recurso que a veces Arau utiliza como efecto cómico (“los guatemaltecos y hondureños no son mexicanos”, apunta un letrero) y en otras ocasiones, en función francamente didáctica. Por cierto, uno de esos letreros es demoledor, al enumerar los estados de la Unión que alguna vez fueron parte del territorio mexicano. Ocho estados en total, incluyendo algunos tan yanquis como Texas (estado natal de los Bush), Arizona, Wyoming o la propia California. Esa doble aspiración, a la sátira y la denuncia al mismo tiempo, está en la base misma de la película. Y debe reconocerse que, más allá de reiteraciones y superficialidades, resulta efectiva en ambos terrenos. Entre los apuntes más graciosos deben computarse el descapotable que pasa sin chofer (mientras en la radio se escucha La cucaracha) y un nuevo juego de cartas, la Baraja de los Desaparecidos, en la que el as es Edward James Olmos y el rey, Oscar de la Hoya.
Rociada como es obvio de rancheras y música texmex, Un día sin mexicanos va rumbeando progresivamente al delirio, con un científico japonés que quiere destilar el Factor Latino para producir con él un suero. Pero más tarde optará por enviar a la única sobreviviente hispana a la otra dimensión, para que traiga de vuelta a todos los que se fueron, dejando a Los Angeles en la ruina.

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