VIDEO › RECUENTO, CON KEVIN SPACEY, LAURA DERN, JOHN HURT Y TOM WILKINSON
Producción para la televisión de la cadena HBO, la película dirigida por Jay Roach reconstruye minuciosamente aquellos días de noviembre del 2000, cuando George W. Bush (h) le ganó la presidencia a Al Gore por un margen tan estrecho como dudoso.
› Por Horacio Bernades
En inglés se les llama chad a las ranuras de las boletas tipo Prode. Parecen poca cosa, y sin embargo, créase o no, tienen la culpa de que George W. Bush haya gobernado los Estados Unidos durante casi una década. Sucede que en las elecciones de noviembre de 2000, en varios estados se votó con boletas ranuradas. Uno de ellos fue el estado de Florida, que terminó definiendo la votación general. Allí viven, como se sabe, muchos jubilados, y suele suceder que los jubilados no tengan buen pulso. De allí que muchos de ellos, queriendo votar al candidato demócrata Al Gore, pifiaron la incisión y terminaron votando, sin querer, al derechista Pat Buchanan, cuyo nombre figuraba en las boletas al lado del de Gore. Pero ese fue sólo el comienzo del que resultaría el conteo más irregular, sospechoso y determinante de la historia electoral contemporánea. Tanto como para merecer una película, o una producción especial para televisión. Esa producción es Recuento, la cadena HBO la emitió un año atrás en su país (en plena campaña electoral, obviously) y el sello AVH acaba de editar aquí en DVD.
Dirigida por el insospechable Jay Roach (director de la saga Austin Powers y de la de La familia de mi novia) y con un elenco encabezado por Kevin Spacey, Laura Dern, John Hurt y Tom Wilkinson, el gran mérito de Recuento es el de no recurrir a ninguna treta dramática ni querer “humanizar” el relato, convirtiendo en personajes forzados a quienes deben cumplir la mera función de hacer correr el relato. Los protagonistas de Recuento son funcionarios electorales, jueces, abogados, miembros de la Corte Suprema y, sobre todo, cuadros medios de los partidos Republicano y Demócrata. Todos ellos luchan a brazo partido, durante poco más de un mes, para ver quién llega finalmente a presidente de la nación. Pero lo hacen desde el anonimato. Los únicos a los que el espectador puede identificar por su nombre son los dos pesos-pesado a los que ambos comités de campaña recurren cuando las papas queman. Ambos, ex secretarios de Estado, curiosamente encarnados por actores británicos: Warren Christopher, por el lado demócrata (John Hurt), y James Baker, por el bando republicano (Tom Wilkinson).
Recuento empieza el día de la votación, con las primeras encuestas a boca de urna, y termina treinta y seis días más tarde, el 12 de diciembre de 2000, cuando la Corte Suprema decide interrumpir el recuento y dar como ganador a George W. El telefilm no dice en ningún momento que haya habido fraude electoral, pero sí señala, sin perderse un solo detalle, la ristra de increíbles fallos, resquicios legales y vaguedades constitucionales que terminaron dando el absurdo resultado de que el candidato con menos votos (Bush, con el 47,87 % de votos totales) le haya ganado al que más votos consiguió (Gore, con el 48,38 %). Todo empieza el domingo 7 de noviembre, en las últimas horas de la tarde, cuando, dejándose llevar por el boca de urna, varias de las más importantes cadenas de televisión dan como ganador a Gore, en el estado de Florida. A la madrugada, Fox News anuncia lo contrario. Gore lo da por cierto y reconoce su derrota en privado, frente a Bush.
Pero la cosa recién empieza. Un par de horas después trasciende que no, que el que sumó más votos fue Gore. Este, que estaba a punto de reconocer la derrota en público, “retira lo dicho”, como suele decirse. Pero la diferencia fue por un margen estrechísimo y la ley impone un recuento de votos. De allí en más, la suma de dislates hace oscilar el relato entre lo kafkiano, la picaresca política y la perturbadora sensación de que el mundo cuelga (como en verdad ocurrió) de un papelito a medio cortar, en la ranura de una boleta electoral. El famoso chad. Al fin y al cabo, no tan culpable como los miembros de la Corte Suprema. Que, daría la sensación, llegado un punto se hincharon de tanto embrollo y dijeron, como si fueran boy scouts sacando la pelotita del loto: “El ganador es éste”. Es sólo una sensación: no había loto ni pelotita, y ningún cortesano es un niño explorador.
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